sensaciones y pensamientos


Escrituras



3.9.13

Sensaciones

Dulce espesor de lo real



Palabras de trueno, para desentumecer las percepciones dormidas. Y vivir en estado de caricia eléctrica. 


Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)


Están ya del otro lado, cruzaron el puente. Lo habían buscado, lo habían planeado, alguna vez, hace tanto, tal vez. Y están ahí, ahora, subidos a la torre de las sensaciones tibias, esas que atraviesan los sentidos, todos, como una hermosa brochette que los mantiene suspendidos en un plano celestial terrenal, dados vuelta, dejando que la vida les acaricie la panza, como perros contentos, entregados con confianza. 

Están abrazados al calor de un cuerpo que ya no se distancia ni se espeja, sólo se complementa, se integra, se desintegra, se rearma, se estremece, se convierte en carne de otra carne, en belleza que se mira con las manos en estado de firmeza y levedad, amando la electricidad que los dibuja con llamaradas susurrantes y recorre sus columnas vertebrales, vociferante.

Están escuchando la música de una ciudad que los cobija con la luz de un amanecer que es madera crujiente, fuego excitante en una salamandra noble, ojos que se recuestan dentro de la frente, para besar cada neurona, con potencia de juego y amor de planta selvática.

Están pedaleando en una oscuridad llena de estrellas, que los guía con sugerencias de recorrido, con leves palabras de aliento y un regalo de certeza que calienta las tripas y da fuerza a las piernas para andar la vida, con emoción de seguridad constante y entusiasmo de sorpresa continua.

Están sintiéndose, acompañándose, desentumeciéndose, amasándose con pericia de quien construye un mundo cálido, apenas con las ganas de que todo sea nutritivo, integral y verdadero. Y el alma dispuesta a que todo lo que se haya pensado como posibilidad, sea un hecho concreto, palpable, real.

Están vivos y el agua del tiempo los bendice con códigos nuevos, que se despliegan en sus voces, cuando despiden sonidos adorables, que bailan en el cielo, unidos al alimento vital que los niños saben ver, cuando refriegan sus ojos en intuición mágica y se entregan al hipnotismo de ver danzar el universo en su pantalla de párpados cerrados frente al sol.

Están ya del otro lado, cruzaron el puente. Y caminan, corren, juegan, con la seriedad de un monje erótico, que ríe a carcajadas y se llena de silencio, que salta los muros y aleja tempestades, para llevarlas donde deban ser fruto de algo diferente, que aquí ya aconteció, como goce de un instante, solar, donde los pechos se llenan de proteínica inconsciencia, para hacer la vida. Y amarse.


   

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