sensaciones y pensamientos


Escrituras



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11.3.10

Determinaciones

Alas abiertas


Liberar un animal atado, para despertar las ansias de volar con rumbo.







Diego Oscar Ramos




Se veía como un ser andando a la deriva, con el viento llevándolo para los sitios donde soplan los destinos errantes y desvelados, aquellos donde las noches sin dormir se multiplican y las lunas se abrazan con más fuerza a los cuerpos que los soles del amanecer. 

Volaba cabeza abajo, con una cuerda atada a sus patas y un globo enorme, que ahora recuerdo como rojo, pero que entonces podría haber enceguecido la apreciación de los colores, porque lo que despertaba soplidos en el vientre era la soga y las patas atadas del pato, enorme, blanco, con un plumaje desorbitado, de extremos dorados.

Su cabeza estaba hacia abajo y mis ojos querían apuntar a su búsqueda de un timón, de alguna manera de volar con sus alas, mientras una parte de su mente se quedaba tranquila, sabiendo que el globo lo transportaba por los cielos, dejando descansadas e inertes a sus decisiones de vuelo. 

Lo miraba desde una terraza, lo llamaba con la mirada, cuando algo me distrajo, algún viento me llevó hacia pensamientos de alturas lejanas, el sol envió una prueba de destellos que mi atención desvió como pudo, regresando pronto al centro de las determinaciones, sin que el pato atado estuviese ahora mostrándome sus anuncios metafóricos de movimientos clausurados.

Y antes de que alguna ruidosa maquinaria del desánimo apareciese para llenar de preguntas la canasta de las certezas, los ojos dieron una trayectoria circular, inmediata, precisa, para dar con el animal acostado, bien cerca de mí, con el globo a su lado, con menos ímpetu de dirigir destinos y el cuerpo desparramado en el suelo, durmiendo una caída sin dolores estridentes.

Me acerqué, despacio, al principio, temiendo ataques de su furia englobada, sintiendo que yo mismo pudiese tener mucho que ver con el globo atado a sus patas, un sentir inesperado, que llegaba de sitios irresponsables para el calmo observador de los cielos de un atardecer de domingo, en la calma tormentosa de la casa paterna.

Pero el animal habló, dijo frases de pato en azotea, con el globo desinflado y la atención curiosa de un testigo extrañamente implicado en una caída que no había presenciado, pero sí soñado, una noche de brillo solar y viento en la cara. 

La voz era firme, en su lenguaje de ave buscando una decisión de movimiento, lo suficientemente clara como para que dejara los temores en la escalera y los acariciara con cariño, para que se retirasen sin resentimientos de mi presente sin terraza, con departamento con balcón a la calle y semáforo en la esquina para ordenar los pasos nuevos. 

Hablé con él, en nuestra lengua de viejos conocidos, me acerqué con determinación del que sólo piensa para darle jugos de letras a las pasiones desatadas y le acaricié las alas, lentamente, apreciando los bordes dorados y la piel de su plumaje extendido.

Mis manos llegaron a las patas, con un resto de pensamiento indicando la necesidad de desatar su ánimo, cuando la mirada asombrada dio crédito a lo que el cuerpo ya había sentido al deslizar la mano acariciante por las alas del ave calma. 

La cuerda ya no estaba, ni había restos del globo que trajo nubes porosas al animal de pasiones temerosas y valentías mentales, de siglos de vidas viajeras hechas espuma, vueltas una burbuja, estallando con delicadeza en una mañana brumosa.

Salimos juntos, abrazamos el aire tibio de la hora en que se abren las compuertas del cambio de paisaje. Y volamos, sueltos, en la humedad del rocío naciente, con la paz del que lanzó sus cuerdas al horizonte. 

   

1.8.09

Cartas y luces

Siete soles


Las palabras, los sentidos y los sentires pueden jugar a las cartas y reírse juntos, sobre la soga de una felicidad luminosa.
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Diego Oscar Ramos
 (texto e imagen)


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Juro que juro, que camino, que ando, que me manejo con las perspectivas usuales, que lo usual carece de perspectiva única, que andar es la mayor perspectiva para un ser andante, que andar es la mayor certeza para quien se mueve en un paisaje que es movimiento.
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Juro que jurar es una forma de hacer andar las palabras, de recordar sentencias fuertes soltadas al aire como juego serio, como parte de un misterio de situaciones que se resuelven con palabras y con números, con miradas y decires, con sintonías acordes a números que se consiguen y que se muestran, que se exponen para formar trayectorias que obtienen premios, que se privilegian en sus llegadas y sus presentaciones.
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Juro que apenas juro porque recordé la palabra cuando quería lanzarme a escribirme en las sensaciones que queremos atesorar para que dejen de ser sólo nuestras, para que anden también ellas en su propia trayectoria expansiva.
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Camino de la mano de las palabras que son juramento de sentido, que se saben unidas, pero con una promesa de libertad, de ayuda mutua para llegar a los acuerdos necesarios, con alegría de deslizarse entre manos que se sostienen sin apretar, sin lastimar de prisión lo que disfruta de moverse con sutilezas.
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Ya andan entonces mis palabras, mis sentidos, en órbita tranquila con las cosas, en saltos felices, como de botas pasando de un charco a otro en día de tormenta con derecho a tarde de plaza. Me mojo en las manos que escriben, me veo y me construyo andando, con mis palabras, con mis atardeceres, con mis nocturnidades y mis soles tempraneros.
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Todos nos miramos, sin prisa, con picardía de equilibrista aventurero, que sonríe de saberse capaz de ser su propia red protectora. Y escribimos firme la soga por la que andaremos en puntas de pies, dando saltos virtuosos para festejarnos la sincronía, la luminosidad de poder sentir la superficie en cada célula de piel que se anima a seguir andando, con la hidalguía de una columna vertebral que guarda con placer la médula de lo que es cierto, lo que es andanza saltarina de gotas de sol.
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Pasamos al otro lado, o era el mismo lado con otras ceremonias que seducen de llegada a quien siempre está partiendo, dicen de este lado algunas palabras, que juegan a poner dudas o paradojas para divertir a los sentidos en su desplazamiento por la soga de sentires.
Vientos soplan risas y acomodan en una sola ocurrencia lo que estaba disperso, lo que se agarraba la panza en señal de pura carcajada, en presencia de fiesta sensorial, en espasmo de expansión, en entrada triunfal a la fiesta.
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Soñamos serpentinas, mis palabras, mis movimientos, mis ocurrencias, mis objetos parlantes, mis más gritonas sensaciones de pertenencia, para tranquilizarnos juntos y acariciarnos de inmediatez.Nos miramos, nos sabemos, guardamos en el bolsillo los signos de pertenencia y sacamos todos una carta. Las mostramos, la dejamos ser observada, miramos las que se han presentado y la alegría se presenta urgente, inesperada, bienvenida.
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El siete de oro, en constelación de soles alineados, estalla de música en el salón de espejos. Y nada podría hacernos sentir mejor en este momento.

26.3.09

Fotografías y realidades



Ojos de payaso


Una muestra de fotos – como Cuarenta del fotógrafo argentino Diego Sandstede - puede ser un lugar perfecto para percibir las dimensiones múltiples que forman la mismísima realidad.
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Diego Oscar Ramos

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Había entrado como impulsado en un trineo a la muestra, podía haber seguido caminado por Corrientes, tomarme rápido el 39 hasta casa, o parar en alguna librería para marearme un rato de libros, pero entré de inmediato al San Martín. Pero, ¿qué era?, cine no tenía ganas de ver, ni tampoco teatro. Si ya había salido indemne de todas las invitaciones a meterme en alguna función de improvisación. Por ahí no era el llamado, digo ahora que desenredo el ovillo. Entonces, el cuerpo andaba con ganas de andar, de extenderse en una línea movediza. Pero ahí había algo, eso seguro. Ya dentro, miré para todos lados, leí unas cuantas informaciones que no entraban a la cabeza y seguí viaje, derechito derechito hacia ese lugar donde el teatro parece ya casi convertirse ya en el Centro Cultural San Martín, el recinto donde siempre es placentero ver fotografías, más aún que en las escaleras del hall central, como si estuviesen en un ámbito mayor de intimidad. Nunca había pensado eso, menos en ese momento, que me metí de lleno en las imágenes que parecían parlantes, para decir miradas, muchos ojos, mucha conexión húmeda entre algo que se desplegaba en sucesión de historias en blanco y negro. Es cierto que otras veces, muchas veces, uno acaba mirando sus propios ojos en el vidrio que protege la fotografía, cuando la mirada se mira a si misma y el espejo abre espacios adentro. Pero esta vez, los ojos acariciaban, murmuraban sentidos, dejaban sentir el antes y el después de la toma fotográfica, como desplegando películas anidadas en gestos cercanos. En esa danza iba cuando una voz de mujer llamaba insistente a un niño que estaba cerca, que quizás veía mis pensamientos, para que viera el circo. Lo llamaba como si el mismísimo circo estuviese ahí presente, como si la invitación pudiera atraer los ojos del chico en esa imagen en especial. Sentí que había ahora otra película y abrí más el ángulo de captación. Cuando llegó hasta su madre, en lugar de meterse en la fotografía, se tiró al piso y empezó a girar, a hacer morisquetas diversas, apasionado en su juego corporal. Ahí la mujer endureció el cuerpo y dijo, con voz de mando: “¿Querés dejar de hacerte el payaso?”. Algo se congeló en ese momento, sentí una grieta entre la representación y lo que llamamos realidad. Seguí mirando las fotos que faltaban, en alguna el mareo de la dimensión nueva me enfrentó en algún destello con mis propios ojos, mirándome desde la cara de un chico. Sin pensar demasiado, volví a la línea recta, caminé por Corrientes, miré de lejos algunos libros, sentí la mezcla de sahumerios de los kioscos de flores y los vi de nuevo, caminando delante, la madre y el nene. Antes de que la grieta se abriera más y me dejara sin colectivo de vuelta, me agarré de la mano, caminé más rápido y me trepé al 39 cartel rojo, que me estaba esperando, con el payaso y el niño de la foto, sentados en el primer asiento.

7.1.09

Creencias y números


Dios en el Super
 

Con la misma intermitencia binaria del código digital, la creencia en lo sagrado parece vivir una inspiración y exhalación constantes. Claro que menudencias cotidianas y coincidencias numéricas pueden poner en cortocircuito el proceso. Y dejarnos de mandíbula caída, sorprendidos con la delicadeza con la que el gran guionista nos entrega sus señales.


Texto y fotos: Diego Oscar Ramos

1- Dios se muestra en el supermercado. A decir verdad, se muestra todo el tiempo, con todos sus nombres, formas, colores, danzas y sonidos. Y también puede hacerlo en el supermercado. El tema es que a veces lo olvidamos. O le damos una entidad menos sustanciosa a su presencia, poniéndolo en un lugar de vibración paralela al cuerpo, como si pudiésemos ponerlo en el placard mientras estamos ocupados - con la mayor de las suertes - o preocupados en lo que tenemos que hacer o decir o pensar o actuar.

2- Dios se puede mostrar, hacerse obvio, dejándonos en cada momento mensajes, a través de símbolos que nos sean más sensibles. Como un mensajero que trae una llave hecha de palabras escogidas con precisión en la feria de particularidades de lo existente. A cada cual hablándole con el idioma que vaya a entender en el momento preciso. Aún cuando en un rato vayamos a olvidar todo para que el brillo de la sorpresa nos haga sentir esa verdad que nunca fue sólo una idea. Y cuando menos lo esperemos, hasta cuando naufraguemos en el descrédito, ahí justo cuando nos estemos tapando el amanecer con las manos, se nos puede aparecer el mensajero.


3 – Dios se muestra, a veces, con mensajes de una insistencia propia de lo que se repite cíclicamente, para que los telegramas generen un goce por despertar en el cuerpo una lectura de esa recurrencia. Y vemos símbolos imprevistos, sentimos lo sagrado y creemos que el sentido total de lo que puramente es puede andar con alegría en algunas coincidencias numéricas.

4 - Dios se muestra en el supermercado. O en dos. Cuando en un segundo nos damos cuenta de que a diferencia de minutos, hemos usado el mismo número, exacto, de dinero para hacer dos compras distintas en dos sitios distintos. Y ese no haber calculado nada, el haberse dejado llevar una tarde por las ganas de disfrutar de algunos alimentos para sentirse bien, para darse gustos, como suele decirse, con una liviandad de lo que pasa sin darse cuenta, pero que está en la casa luminosa de lo sagrado, más que muchas lecturas bíblicas hechas sin ganas.


5 – Dios se mostró en el supermercado. O en dos. Y poco antes en un local de Internet, cuando hizo que olvidáramos y recuperáramos una billetera, enterita, con todos los papeles de colores y números, poco antes de festejar el reencuentro con esa segunda compra que trajo la coincidencia. Y dentro de la morada de billetes estaba también la estampita de San Jorge, con su lanza atenta a quebrar la intermitencia de las creencias, teniendo en la mira al dragón del malestar, ese que casi enciende la bronca cuando nos dimos cuenta del olvido y rezamos una fórmula mágica, heredada de abuelos mágicos, para encontrar objetos perdidos. Y si con la recuperación de la billetera en el paraíso de las comunicaciones digitales estaba averiada la actitud binaria de creer y descreer, qué estocada a la fría razón le dio unos minutos después el guionista, poco después de comprar en otro supermercado un riquísimo yogurt de vainillas. Uno sólido, en frasco de vidrio, como el que comíamos en la infancia donde nos legaron el mantra recuperador de objetos.

6 – Dios se muestra en el supermercado. En el segundo de la tarde. Cuando al pagar el manjar único, comprado con el máximo placer de estar dándose justo lo que nos pide el alma en ese momento, ver que cuando sale el ticket de la máquina registradora, algo entraba en sintonía. Los rayos de luz iluminaban a la cajera, las góndolas y se sentía todo cálido adentro, porque ese número era una llave, no era cualquier cifra, la música de su lectura era familiar. Demasiado, había sonado hacía muy poco, en el anterior supermercado. Era el mismo número, con todas sus comas, con todos sus detalles, del ticket de la compra anterior.


7 – Dios se muestra en el supermercado. En la vida misma, donde un papel, una coincidencia inmediata, pueden ser sólo eso, pasar al olvido nuevamente para sincronizarse con las melodías del par de amantes formado por el deslumbramiento y el descrédito. Pero hay días más luminosos que otros, cuando los oídos se destapan del hollín y la sonrisa nos inunda, dejándonos habitar el mundo de lo claro, lo transparente, lo enlazado con sentidos sanos, bordado con mensajes concretos, diseñados con las palabras e imágenes propias para cada uno en cada momento. El brillo es la llegada del correo, la lectura desprejuiciada, el código develado, ahora.