sensaciones y pensamientos


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17.2.14

Percepciones


Pacto de alegría 




Es preciso un cambio de transistores al mecanismo histórico de los pensamientos grises sobre el mundo. El tiempo es ahora, dicen los mares. Y los escuchamos.







Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)







Es el día en que todos los mares se sublevarán para salpicar cada pensamiento triste. Y sucederá, lo sé, lo presiento, lo escucho en las nubes que miran con risa leve, que ni precisa llegar a carcajada para ser signo de felicidad.

Es el silencio previo a la marcha grata sobre los cabellos o las calvicies que operen como escudo ante las aguas calientes sobre las ideas frías. Y será una humedad vociferante, astuta, estratégica, la que se meterá en los cerebros, para inundarlos de ocupaciones que desesperen de sentido a toda angustia que crea que su guarida mental las mantendría bien secas y sólidas.

Es la conversación de moléculas acuáticas. Las siento pasándose instrucciones, de un lado al otro del mundo, trasladando mensajes que unificaron de entusiasmo conjunto el color de todos los océanos y ríos. 

Es la inquietud, misteriosa, que ya se percibe en millones de cabezas, que primero tienden a taparse frente a algo que sospechan que está por caerles, pero después, vaya a saber por qué súbita entrega a una intuición de transformación deseada, caen al suelo gorros, sombreros, pelucas y paraguas, en una coreografía inesperada. Y bellísima.

Es la manera en que las aguas del mundo dieron un salto integrado, grupal, instantáneo, para depositarse sobre cada cabeza humana. Y lo estoy viviendo, algo está pasando, adentro, la mojadura pasa rápido por los poros y no resbala hacia el suelo, que se sequísimo y calmo, como la electricidad que enlaza las neuronas que ahora bailan, se abrazan y cambian de lugar, paseando por lugares cerebrales que no habían conocido antes, tan quietas en las funciones programadas. Y estáticas.

Es el día, en que mis palabras quieren movimiento, caricias, pasión, con urgencia de corporalidad viva, con placer de integrarse a una cabeza que estalla de mapas nuevos, mutantes, expectantes de mojaduras existenciales continuas, que impidan rigideces y congelamientos. Todo se agita en el aire, me digo, con la sensación de cráneo abierto al viento, mientras las nubes lanzan, sí, una risotada llena de truenos. Y llueve como nunca. Para sellar el pacto conjunto. Y más limpios, empezar todo de nuevo.

8.12.09

Bordes y centros

Siempre supimos nadar

Oda por un arte que acompañe los procesos saludables de cambio.


Diego Oscar Ramos



Margen de la palabra, borde de la imagen, sector medio del río. Nadar en contra de la corriente puede ser imagen aceptada, circulante, de la actitud poética. Hoy la siento como una idea del borde, del extremo donde las fronteras en lugar de acercarse, para que las traspasemos en búsqueda de nuestra identidad o de nuestra felicidad, acaban alejándose cada vez más, en la barca de la tosudez, de la rebeldía insana del que pone su propia vida en juego para demostrar algo cuyo contenido parece estar más en la energía empleada en el gesto que en aquello de lo que se ponga en disputa.


Margen de las ideas, bordes de lo artístico, sector medio de la intención poética. Nadar para donde corre el río, no tiene por qué ser metáfora de acción instintiva o dictada por la búsqueda enérgica de la verdadera personalidad o del objeto más preciado del deseo. Estamos llenos de imágenes donde la gloria es un espejo donde se reflejan seres entregados al impulso de la caída, antes que personas que saben con certeza que desean algo que pueden cumplir, porque todo les está dado para hacerlo. Y donde el sufrimiento, se marcha en dirección contraria a los pasos que van dando, indudables, para hacer lo que sienten que deben realizar, porque les da placer, porque aparecen las herramientas para que sus acciones sean impresas con calidad en los mapas vitales, porque pueden interactuar con otros buscadores de la claridad, dándose cuenta de que lo que tienen para intercambiar, lo han guardado hasta ahí sólo para dejarlo ir en busca de su propia transformación. Las cosas tienen paz, cuando no acumulan estatismo, sino cuando saben ser arrojadas con suavidad al medio del río, donde el sentido aparece sin posibilidad de dudas, ni actitudes de empecinamiento alocado, que pueda demostrar un gran temple, pero también un desgaste inútil, como quien sueña terciopelos en un suelo de papel de lija. 


Margen de la imagen, borde de los sonidos, paisaje central de la contemplación pacífica. Lanzo miradas calmas al aire del tiempo blando, inextinguible, imposible de encerrar en cajas de madera o piedra. Miro mis manos y les agradezco las acciones amables y firmes con que construirán el camino que ya me está dado, haciendo castillos reales donde el lujo estará en el saber oír las señales del viento, desatando para siempre las ideas cerrojos de ser marionetas, para adoptar con placer, la fluidez acariciante de quien sabe nadar en los brazos protectores con que la vida nos recibió desde el principio, cuando salimos del lago inicial, para respirar, todo el aire del mundo, en las aguas, centrales, del mar que nos pertenece. Y es de todos.   



A terceira margem do rio

26.3.09

Fotografías y realidades



Ojos de payaso


Una muestra de fotos – como Cuarenta del fotógrafo argentino Diego Sandstede - puede ser un lugar perfecto para percibir las dimensiones múltiples que forman la mismísima realidad.
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Diego Oscar Ramos

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Había entrado como impulsado en un trineo a la muestra, podía haber seguido caminado por Corrientes, tomarme rápido el 39 hasta casa, o parar en alguna librería para marearme un rato de libros, pero entré de inmediato al San Martín. Pero, ¿qué era?, cine no tenía ganas de ver, ni tampoco teatro. Si ya había salido indemne de todas las invitaciones a meterme en alguna función de improvisación. Por ahí no era el llamado, digo ahora que desenredo el ovillo. Entonces, el cuerpo andaba con ganas de andar, de extenderse en una línea movediza. Pero ahí había algo, eso seguro. Ya dentro, miré para todos lados, leí unas cuantas informaciones que no entraban a la cabeza y seguí viaje, derechito derechito hacia ese lugar donde el teatro parece ya casi convertirse ya en el Centro Cultural San Martín, el recinto donde siempre es placentero ver fotografías, más aún que en las escaleras del hall central, como si estuviesen en un ámbito mayor de intimidad. Nunca había pensado eso, menos en ese momento, que me metí de lleno en las imágenes que parecían parlantes, para decir miradas, muchos ojos, mucha conexión húmeda entre algo que se desplegaba en sucesión de historias en blanco y negro. Es cierto que otras veces, muchas veces, uno acaba mirando sus propios ojos en el vidrio que protege la fotografía, cuando la mirada se mira a si misma y el espejo abre espacios adentro. Pero esta vez, los ojos acariciaban, murmuraban sentidos, dejaban sentir el antes y el después de la toma fotográfica, como desplegando películas anidadas en gestos cercanos. En esa danza iba cuando una voz de mujer llamaba insistente a un niño que estaba cerca, que quizás veía mis pensamientos, para que viera el circo. Lo llamaba como si el mismísimo circo estuviese ahí presente, como si la invitación pudiera atraer los ojos del chico en esa imagen en especial. Sentí que había ahora otra película y abrí más el ángulo de captación. Cuando llegó hasta su madre, en lugar de meterse en la fotografía, se tiró al piso y empezó a girar, a hacer morisquetas diversas, apasionado en su juego corporal. Ahí la mujer endureció el cuerpo y dijo, con voz de mando: “¿Querés dejar de hacerte el payaso?”. Algo se congeló en ese momento, sentí una grieta entre la representación y lo que llamamos realidad. Seguí mirando las fotos que faltaban, en alguna el mareo de la dimensión nueva me enfrentó en algún destello con mis propios ojos, mirándome desde la cara de un chico. Sin pensar demasiado, volví a la línea recta, caminé por Corrientes, miré de lejos algunos libros, sentí la mezcla de sahumerios de los kioscos de flores y los vi de nuevo, caminando delante, la madre y el nene. Antes de que la grieta se abriera más y me dejara sin colectivo de vuelta, me agarré de la mano, caminé más rápido y me trepé al 39 cartel rojo, que me estaba esperando, con el payaso y el niño de la foto, sentados en el primer asiento.