sensaciones y pensamientos


Escrituras



30.11.07

Arte y Expresión


 Algo sagrado

Montados en la primera frase de una de las canciones más bellas de George Harrison, estos párrafos cabalgan con placer por sobre temas como el misticismo, la psicodelia, los riesgos de la percepción irónica y hasta la magia temporal que supo unir al músico inglés con uno de los más hermosos goles de la historia de los mundiales.

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Diego Oscar Ramos
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SOMETHING. Alguna vez escuché a George Harrison diciendo que cuando se había conocido la experiencia de la intensidad religiosa, cuando se tuvo el conocimiento vivencial de lo sagrado del mundo, lo más natural era poder transmitirlo en su propio arte. En realidad lo leí, pero es como si la voz del querible George apareciese bien clara en esas ideas, con la precisión con la que cantó su misticismo color Krishna en "Living in the material world", su segundo disco solista en 1973. “Estoy lleno de agradecimiento a todo el que es feliz o libre para darme esperanza mientras estoy buscando la luz que ha iluminado el mundo”, decía en "The light that had lighted the world", en un tono confesional que comenzaba diciendo que había escuchado que alguna gente lo acusó de haber cambiado, de que ya no era lo que había sido. Y lo cantaba como en respuesta a los reproches de muchos fans o hasta amigos que no veían con placer su virada orientalista extrema, aunque quizás fuesen los mismos que, siendo un beatle, le habían festejado la innovación que había en usar músicas e ideas religiosas hindúes en hitos como "Within you without you" de "Sgt. Pepper". Parecía que este Harrison, el que ya había llevado los nombres de Krishna a los primeros puestos de los rankings pop en el hit "My sweet lord", no entendía a quienes a su alrededor o en los medios le ponían mala cara a sus ganas de cantarle a lo que le había dado uno de sus mayores placeres. Y vayan aquí algunas preguntas sobre nuestra propia cultura: ¿Sería que aún en aquellos años de vientos psicodélicos se veía a los artistas occidentales realmente convertidos a religiones orientales como hoy puede llegar a mirarse a quienes practiquen con ortodoxia cultos como el islámico?, ¿y cuáles límites se estaban tocando en Occidente para que aquel que le cantaba a Dios – con cualquiera de sus nombres – fuese observado con recelo, hasta por quienes podrían haber compartido con él el consumo de LSD para encontrar lo sagrado?


IN. Es probable, poniendo cerca de la luz los aspectos tan calmantes como anestésicos de las prácticas místicas, que los mantras del Movimiento para la conciencia de Krishna hayan calmado en Harrison algunas características conocidas de su personalidad: su melancolía y la propensión a mirar la vida con ironía. Porque hay que recordar que ya desde el inicio de su carrera había acidez, desde temas como "Don´t bother me" del festivo disco "With the Beatles" hasta los picos de angustia psicodélica de "Blue Jay Way" y el humor social áspero de "Piggies", ya a finales de los `60. Y si bien hablamos de la misma persona que cantó "Here comes the sun" y "Something" en una meseta de sentimientos positivos en relación a la vida y las relaciones amorosas, las críticas abundantes en los medios de principios de los setenta a su difusión full time de las temáticas religiosas también pueden estar mostrando algo de los mismos críticos o fans del rock psicodélico que coqueteaba con lo sagrado: el hecho de haber gozado más de las búsquedas no dogmáticas que de sus encuentros de sentido de la vida en una religión organizada. Es muy curioso leer las revistas musicales de la época, cuando destacaban que en los recitales de las giras norteamericanas era el tecladista Billy Preston – el que participó de las sesiones filmadas de "Let it be" para poner en la agónica música beatle toques de musicalidad y un humor que ya ni Ringo tenía – quien daba una vitalidad que el místico Harrison parecía no tener de dónde sacar para que los shows no naufragaran en un clima tan místico como monocorde.

THE. Agreguemos algunas preguntas más panorámicas: ¿Será que el negocio del arte y la misma estructura de los conciertos de rock están aún hoy más basados en aquello que aún se está explorando que en el anuncio feliz de un encuentro? O más aún, ¿será que en realidad la misma aspereza promedio que aún hoy se le pide a una música para que sea rockera tiene más espectacularidad que cualquier acto celebratorio? Y otra más: ¿no será ya evidente que la industria musical puede trabajar más fácilmente con la expresión de la euforia o la depresión que con las muestras de éxtasis o calma? Sigamos entonces: En los `70 de crecimiento sostenido de la intensidad adrenalínica de grupos hard rock como Led Zeppelin, Deep Purple o Black Sabath, de la intrincada sofisticación de los sinfónicos Yes, el primer Génesis o King Crimson, George Harrison dejó de tocar en vivo, se convirtió en un apasionado jardinero en su mansión y sacó discos plagados de baladas bonitas donde cada tanto surgían hits con un optimismo pop bien Mc Cartney. Pero también asistía religiosamente a carreras de Fórmula Uno y financiaba las artes humorísticas del grupo inglés Monty Python, quienes tuvieron su éxito fílmico en los primeros ´80 con "The life of Brian", una sátira de refinada ironía montada en una figura con clarísimos ecos de la vida de Cristo, con quien se había comparado su compañero Lennon en 1966, cuando los fundamentalistas protestantes norteamericanos iniciaron una campaña anti beatle tan sostenida que acabó siendo uno de los motivos de la retirada de los escenarios del mayor grupo pop del mundo. “Puedes decir que soy irónico, pero no soy el único”, podría haberle cantado John.

WAY. En 1986 el bellísimo disco "Cloud Nine" de Harrison trajo a la actualidad de los rankings al hombre que pasaba gran parte de su tiempo en su casona inglesa, mucho más luego de la partida violenta de Lennon, convertido desde entonces por los medios en una casi paródica estampa de santo pacifista. Ya pasados unos años, a mediados de la década, a pesar de las meditaciones, los mantras constantes y la alianza con las musas de la belleza armónica, el viejo George tampoco podía ser congelado en la imagen de gurú de la calma. A decir verdad, siempre compartió con John unas cuantas vivencias internas de insatisfacción que seguramente vendrían de vivencias de su infancia, como le pasa a la mayoría de los hombres. Y también a un futbolista argentino, quien se consagraría ese año como el principal astro pop de esa década, en México, el país donde había nacido Olivia Arias, la segunda esposa de Harrison. Así, el año en que George hacía bailar al mundo con "Got my mind send on you", Diego Armando Maradona lograba, en el partido mundial con Inglaterra, la mística sensación de estar siendo tocado por Dios, a la misma edad en la que las musas le habían regalado al inglés las canciones más inspiradas de "Abbey Road". Y ya que los mencionamos antes, unamos a Harrison, Lennon y Maradona en aspectos contrastantes: los tres pasaron por etapas de autodestrucción y generaron momentos de arte únicos que son legados para la humanidad, los tres han sabido expresar una religiosidad que poco tiene que ver con mostrarse como santos y han tenido críticas por crisis de abstinencia de una prensa que sabe juzgar. Pero no muestra posibilidades de salida de las angustias primordiales que conducen a ciertos abusos con algunas drogas.

SHE. En estos tiempos suele decirse que uno atrae lo que está buscando, aunque sea de forma inconsciente, como un imán con una fuerza poderosa que siempre se las arregla para que la realidad tome la forma que queremos vivir, aunque sea en el fondo más hondo de nuestros interiores. “El espacio es información”, explicitan algunas corrientes del Budismo para darle palabras a algunos fenómenos de la comunicación y ayudarnos quizás a pensar en un Lennon que de algún paradojal y trágico modo llamó a Chapman para darle un final a su vida de búsquedas existenciales más atormentadas que calmas y donde hasta dijo que daría todo por un poco de paz mental en "I´m so tired". George, por su lado, parece no haber logrado nunca disolver esa sensación de voz silenciada detrás de otros que para él podían hacer mejores canciones o decir cosas más verdaderas, ya sea Lennon y Mc Cartney o Krishna. Seguramente haya sido un conflicto personal, un lugar en el que con esa comodidad con el que se pierden muchas oportunidades, se haya quedado tranquilo todo el tiempo que quiso, conformándose con una o dos canciones por cada disco beatle en el tiempo en que duró el grupo. Por algo su contención compositiva estalló, luego de la separación del grupo, en un disco triple que - otro juego de paradojas - resultó la primera gran creación exitosa de un ex fab four, tan jugadísima por su extensión como por decir lo que quería decir, de la forma en que deseaba hacerlo. Y de lo que más parecía querer  hablar en "All things must pass", justamente, era de Krishna, muchas veces, tantas como mantras habría estado cantado en esos tiempos con los discípulos del movimiento, en la mansión inglesa que les donó para crear allí un templo. Allí hoy se siguen transmitiendo enseñanzas hindúes y se difunde el mensaje en muchos libros que tienen un prólogo del beatle religioso. En muchas revistas de la comunidad se cuentan historias que lo muestran adorando cantar por horas los nombres hindúes de Dios, incluso manejando en trance por horas uno de sus veloces autos, cantando el mantra Hare Krishna. Y también, por otro lado, se ha evitado ponerlo como total ejemplo devocional, básicamente porque nunca pudo abandonar hábitos destructivos como el tabaco, una de las fuentes de su gravísima enfermedad de garganta, donde estalló el cáncer final, justamente en el centro mismo de la expresión.

MOVES.
Cada vez parece estar más claro para la ciencia que las enfermedades tienen un inicio fundamental en el nivel emocional. Y ese lugar frustrante en el que por tanto tiempo se lo ha colocado a George en relación a sus históricos compañeros musicales lo acompañó hasta el final. Ahí su misma garganta y luego su cerebro dijeron basta, entristeciendo a muchas personas del mundo. Paul quedó entonces sin palabras, totalmente atónito cuando lo enfocaron las cámaras de televisión para pedirle un testimonio al llegar a su hogar. Y en ese silencio debe de haber estado ese lugar donde el respeto construye momentos de verdad que no pueden generar grandes titulares en los diarios. Tiempo después, en un concierto homenaje, tocaría con el mágico ukelele que adoraba Harrison esa canción sagrada que no precisa mencionar ningún nombre santo. “Algo en la forma en que se mueve me atrae como ninguna otra amante”, dice George en su mantra y repite Paul en su relectura emocionada. Quizás le cantan ambos a alguna de sus mujeres. O quién sabe, quizás lo dedican con sutileza al movimiento continuo de la propia vida, esa magia presente que todos conocemos al nacer, cuando somos como dioses. Y no necesitamos de las palabras para sentirlo.