sensaciones y pensamientos


Escrituras



8.1.12

Percepciones


Palabra musical 

Reflexiones sobre los placeres que pueden conectar a la escritura con la música. O de como gozar de la materia sonora puede ser transmitido a través de la escritura.

Diego Oscar Ramos

Amo el sonido de las manos sobre las teclas, ya sea en una computadora o una vieja máquina de escribir. El ritmo que se forma cuando los dedos encuentran cada letra para formar palabras me sugiere una música suave, hipnótica, que le agrada mucho a mi mente. Y esa sensación rítmica, que he disfrutado toda mi vida, suele ser el preámbulo necesario para un éxtasis absoluto que se da cuando las frases brotan con felicidad melódica. Las palabras pueden formar belleza en un orden que no está formulado en ningún manual, pero que el oído siente con placer y la mente reconoce como la unión perfecta entre el sentido y la forma. Y en ese instante, preciso y adorable, en que el lenguaje es música, el goce se vuelve don de reconocimiento de una potencia de vida que se muestra en el lenguaje.

Amo la escritura, porque me regala una manera propia de transmitir al universo la mirada, también movediza, que voy teniendo sobre las cosas que son, acontecen y tienen su sonido. Y ha sido la palabra escrita, en esa intersección misteriosa y fascinante entre destino y construcción que es nuestra historia, la forma más continua y expansiva en la que he expresado los sentidos armónicos que percibo. La escritura me ha permitido ofrecer la música que escucho dentro y fuera de mí, tanto en los sonidos que me cuentan paisajes internos como en las narraciones melódicas que escucho en lo que pasa a mi alrededor. Y cada dedo que se apoya sobre una tecla puede ser él mismo un instrumento de construcción de armonía.

Amo la música desde muy niño, la que reconocía en los libros, de los que extraía un néctar nutritivo que me llenaba de imágenes con relieve, sonidos y espesura. Y también la que aprendí a reconocer como un tesoro cuando tuve un grabador de regalo, junto con una caja llena de cintas de audio, que me causó una alegría impactante. Por entonces, tal vez a los ocho años, supe tener mis rituales sonoros, donde al goce permanente por la escucha musical se daba la costumbre de acostarme a oír esos sonidos maravillosos, que carecían de preconceptos por la calidad o el estilo, antes de dormir, con la luz ya apagada y la oscuridad como ámbito propicio para llenarme de imágenes y sensaciones. Con el tiempo, he sabido volver muchas veces a esa sensación de asistir maravillado a la construcción de universos, pero no sólo a través de la propia música, sino también a través de la escritura. Y este mismo texto, que nació a partir de una idea previa de contar mi relación con la materia sonora, supo crecer con la libertad de dejar aparecer lo que realmente quería ser dicho. Y fueron las palabras las que llegaron aquí para ser acariciadas y bendecidas, por la forma en que han sido amigas intensas a la hora de volver escritura los sentidos que mi cuerpo escucha como música.

Amo el sentido que  se manifiesta, aquí y ahora, cuando construyo mundos al ritmo de las teclas y me doy cuenta que desde que mi memoria comenzó a guardar algunas cosas del vivir, tengo una confianza total en lo que mis oídos sienten como armónico. Y es desde esta sensación de verdad que encuentro los órdenes más musicales de los textos que escribo, como si las ideas más claras tuvieran un eco sonoro que mi sistema perceptivo encuentra de inmediato. Si todo está en orden y no hay interferencias, básicamente anímicas, le doy crédito completo a esa escucha. Por eso, cuando al escribir escucho en mí oraciones que llegan con melodía indudable, las aplico con certeza en lo que escribo, con el ímpetu de quien puede improvisar sin ser improvisado. Y la inocencia experta de quien siente que cuando escribe, también hace música.


 

  Una de las músicas misteriosas de mi infancia. 
  Paisaje sonoro absoluto de Eno y Bowie, del disco Heroes.

1 comentario:

Javier Lema dijo...

Diego, es exacto lo que siento al escribir. y también lo que me motiva, muchas veces a elegir mis lecturas. Cortazar por ejemplo, en esto era un Dios, y no es casual que fuera un loco por el jazz. la sonoridad de la palabra, su forma de hacer armonía y melodía a la vez. es intenso. y grato. y además es lo que siempre me atrajo de tu escritura, y lo que siempre hizo que le dira bola a tus consejos. ja!