sensaciones y pensamientos


Escrituras



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11.4.24

Palomas, perros y agua


Decidí despertar. Era levantarme, tal vez la palabra justa, la que describiría mi deseo de estar lúcido, pero a la vez aún dentro de esa atmófera del sueño que viví recién. Hay una luz, una neblina que era otra cosa, una especie de espesura, delgada y consistente, habitando todo ese espacio, que conocía, que descubro ahora que lo escribo, que reconstruyo, evoco y sueño. 

Estaba entrando en un lugar que fue mío, escribo ahora, cuando una parte del sitio de donde salen las palabras me dictaba la frase "casa de mi infancia", o "casa de mi mamá y mi papá", o solamente "la casa". Era el fondo de ese hogar de mucho tiempo. Y entraba como deslizándome, pero al mismo tiempo con los pies firmes, en la tierra. 

Veía un árbol, puede ser el ginkgo biloba que plantó alguna vez, con mi hermano, mi papá. Y que yo fotografié con placer estético y voluntad inmersa de diálogo con él, en un tiempo no tan lejano, poco después de que él y ella murieran, con pocos meses de distancia. 

En el árbol, delante, había una silla, vacía. Pero sólo para la primera vision. Porque junto con una sensacion de suave regocijo pude ver muchas palomas, que rodeaban ese espacio donde podía estar sentada mi mamá. No es que la viera, ni siquiera percibo la claridad de sentirla. Es más bien una certeza que intento desplegar ahora, la sensación de estar viviendo un despetar dentro del mismo sueño, una especie de revelación suave, que me hizo querer fotografiar una escena cargada de belleza, que era mucho más que todo lo que trato de decir con esa palabra. 

Las palomas hacían una especie de círculo en la silla, como habitando a drede, en su danza, el lugar donde podría caber un cuerpo, pero no cualquier cuerpo. Sabía (sé) que era mi mamá, era su presencia. Entonces no podía decírmelo con esta forma de seguridad con que ahora lo digo. Era algo perceptible, pero que no precisaba de que lo materializara en la conciencia de esta manera.

Cuando quise fotografiar esa danza voladora (que reconstruyo o invento ahora como un dibujo grupal de un 8 en el vacío lleno de una luminosidad espesa y calma) una paloma se me vino encima. Y me hizo trastabillar, sin que su gesto haya sido violento. Me tocó, me hizo caer. Pero mi cuerpo no se movió. Fue como si algo me hubiese atravesado, pero quedándose en el espacio de mi cuerpo, alojándose en el interior mismo de mi corporalidad, habitándome con fortaleza y decisión. Y constituyendo, una especie de aviso sin palabras, que expresaba una forma de total certeza, conceptual y etérea, de que eso no tenía que ser así, no iba a poder fotografiar nada. Pero no se trataba de ninguna reprimenda aleccionadora, no era un decir que estaba haciendo algo mal. Era un baño de solidez, una inundación de sentido natural, de verdad sólida y posible de extenderse a través de mi cuerpo.

Lo que vino, lo que fue, lo que traigo ahora como imagen y vivencia, fue estar sentado, en una silla, en el espacio vacío de una pileta sin agua. Era la piscina de esa casa, la que se construyó cerca de mis once años. Puedo recordar hasta hoy, también como un sueño, una especie de goce cálido el tiempo en que todo era ladrillos, cemento, lajas y un pozo enorme. Esa construcción había implicado un cambio en la vida de la familia, mi papá había conseguido un trabajo de mayor remuneración económica. Y esa pileta implicaba que las cosas empezaban a estar mejor. 

Desde la silla, en el espacio vacío de la pileta, podía ver las palomas, que iban y venían, pero algo pasaba también, que me hace pensar en agua y en la aparición de la palabra inundación hace unos minutos, en este mismo relato. Algún evento ligado al agua, a la sensación de agua moviéndose por detrás de mí, pasando por debajo de mis pies, pero sin verla, solo sintiendola y tal vez escuchando ese movimiento. Pienso ahora en el acto mismo de llenar esa pileta, que fue seguramente un evento en sí mismo, uno de esas situaciones que implican una observación y un deseo. Porque cuando era niño, dar inicio al llenado de agua era un acontecimiento. Tal vez la dejábamos llenarse toda una noche, pero ese recuerdo no llega con mucha presencia, sólo se aparece un anhelo de que aconteciera por fin el estado de completud, para vivir el arrojo feliz a sus fauces acuáticas.

Lo que vino después es borroso. No había agua, pero me sentía más cerca de la superficie, como si pudiese ver el pasto desde su misma altura, no desde el fondo de la pileta, pero tampoco es que me percibiese flotando. Y aparecían muchos perros, de todos lados, con regalo de calidez, con un cariño sonoro que no traía estridencia alguna que le diese aspectos no disfrutables a la experiencia. 

Y me encontré, de repente, hablando con los vecinos de siempre, en un tiempo que percibía como muy presente, era un ahora cercano a este lugar de la escritura misma de este sueño. Eran Alicia y Carlos, cerca de mi silla, más próxima ella. El estaba como rodeando la escena, pero también dentro. Algo hablabamos, o se daba alguna especie de gestualidad y palabras, construyendo en conjunto un reporte inmediato de lo que me había pasado y de lo que seguía pasando. En ese relato, inmaterial pero plagado de transmisiones inmediatas, estaban presentes las imágenes o sensaciones que ahora emito a través de las palabras "Palomas, perros y agua". 

No es que hablara de su presencia, ni que evocara a mi mamá en ese relato, pero mucho de todo eso que estaba vivo en esa flotación con los pies en el suelo se podía expresar en esa mímica danzada que nos hacía estar dentro de una sensación feliz de entendimiento. 

Las palabras llegaron cuando mire a Alicia a los ojos. y le pregunté si aún guardaba un sol de noche que había estado mucho tiempo en nuestra casa y que yo les había regalado en la etapa en que, con mi hermano, estábamos vaciándola de objetos. Debo de haber buscado una razón lógica que revistiese de necesidad práctica ese pedido, pero no sé si llegué a expresarla. Solo creo saber que llegué a hacer la pregunta, pero no se aparece tan clara la respuesta. Ya empezaba a desvanecerse el sueño y con el despertar llegó, paulatina, pero urgente, la voluntad de escribir lo que había pasado, en este sueño del que ahora dejo una huella, en este relato con palomas, agua y muchos perros. 

26.7.12

Despertares


¡Por fin te encuentro!

Tiempos de palabras que entusiasman, con el cuerpo en el aire. Y el alma en la tierra.


Diego Oscar Ramos


Carta para el que soy. En un futuro que se abre en este instante de floración.


Hay un sonido que se expande desde el punto más central de la médula. Y una pureza que me espera en la puerta.


Carta para el que se ríe de noche, cuando ve faroles que se acarician con la neblina y dejan espacios de bonita confusión, en luces y sombras que se pliegan, sin temor al desvanecimiento.


Hay una paloma que se apoya en el borde del abismo, con alas limpias y el pico en alto. Mis ojos la miran, cerca del calor sedoso de saberme presente.


Carta para el que está siendo. En un ahora que tiene millones de células latiendo y una percepción del camino que nace para pies con zapatos despiertos. Y el alma lista.

29.3.10

Libros y vida

Rapsodia en naranja


Las palabras y las cosas, en la música de los códigos mutantes.




Diego Oscar Ramos - 2008



Leer, amar, partir. 
Primero hay que saber sentir.
Pensar, saltar, creer. 

Primero hay que ver que aparecieron jerarquías y  órdenes.




Jugar, tocar, mover. 

Primero hay que mirar los caminos que toman las redes neuronales para crear la realidad.
Después oler la caída de una manzana sin pensar en la gravedad, escuchar los caminos de las hormigas sin contarlas o tocar la cáscara de un kiwi.
Y después amar a todas esas mismas palabras escritas o susurradas que permitieron darle un tipo de cuerpo simbólico a esas experiencias.



Percibir, andar, palpar. 


Primero hay que recordar que somos un cuerpo, que sentimos con toda la piel.

Hay que saber rastrear huellas de la verdad que no sólo están en las palabras.


Primero lo primero, después lo segundo, lo tercero, las secuencias, que podemos cantar en un tango popular, o escribir en una pizarra, o en la arena húmeda de una playa al amanecer, en un papiro hace cientos de millones de segundos, o en un libro hace un rato incontado o en un artículo que será hallado por robots de un buscador usado por millones de personas para dar saltos entre los símbolos, como una rayuela que nos puede hacer llegar a paraísos de la comodidad, la rapidez y también a la profundidad.
Fue en un segundo cuando David vio el instante donde liberarse de las ideas preconcebidas, donde la gigantez es la vía única de algunos tipos de triunfos.
Y un mamotreto de miles de páginas tiene tantos caminos para llegar a un testimonio de lo que es - o de algún aspecto - como una percepción sensorial o, por qué no, un pensamiento que nazca de emociones, recuerdos o percepciones que llegan hermanando lo que la cultura impresa supo separar a lo largo de insistentes dinastías de libreros.
Primero hay que saber sentir, después amar, después partir de la creencia historizable de que sólo el objeto libro, la tecnología del alfabeto constructor de páginas, y la aparatología fértil de la linealidad, es lo que necesitamos para tener una vida digna de ser vivida.
Y vaya este comentario, también gustoso de lo más placentero de las secuencias y los órdenes constructores de sentido, como un canto a la completud, a la totalidad que nos da forma, a la celebración de la multiplicidad que modelamos y nos modela. 
Aquí mismo, en uso de estos ceros y unos que se lanzan al ciberespacio, siento que lo mejor que tenemos suele hacerse en comunidad, ya sea integrando las partes personales que la cultura separa como las distintas formas en que cada individuo da su testimonio del todo en las comunidades diversas que lo conforman y hasta le regalan manifestaciones de sí mismo que él mismo puede ignorar.
En este entramado continuo y eterno de percepciones, opiniones, creaciones, acciones, pensamientos, que sea un libro, miles de libros, películas, artículos teóricos, ensayos científicos o amados buscadores en una red digital lo que nos vaya provocando desarrollos, movimientos, cambios y formas de lo que vamos siendo, acaba siendo un detalle. Que se pueda estudiar, analizar o por qué no intuir esos procesos de constitución de nuestra subjetividad - por tomar un aspecto que nos sea cercano y valorizable con pocas dudas para nuestro ser humanos - ya merece una declamación festiva, por nuestra riqueza, por nuestros desplazamientos a lo largo del tiempo y por saber que, en una marco discursivo analítico donde tan presente han estado palabras como neurosis como lente teórica de lo inmóvil, lo obsoleto y lo rígido, tenemos pruebas de que es posible salirse de lo que nos limite y nos condicione a ser sólo de una manera. Porque un libro es algo increíblemente bello, que puede ser gozado por las neuronas o por las células olfativas. Pero algo extraño acontece dentro de una cultura que ponga como dogma que ese objeto esté en un orden de superioridad con respecto a un naranjo, más aún si está en flor y nos inspira una canción eterna.
.......
(Texto nacido como opinión frente a un artículo teórico de la materia Procesamiento de Datos, cátedra Alejandro Piscitelli, de la carrera Ciencias de la Comunicación, de la UBA)

14.11.09

Apariencia y esencia

Palabras de arcilla


Moldeando ideas sobre el arte  de la entrevista.






Diego Oscar Ramos




    Podría parecer, visto de afuera, que es sólo una charla. Uno actúa, o los dos implicados lo hacen, que apenas es parte de una conversación. Y al mismo tiempo, cuando las cosas funcionan, cuando hay verdad en la acción realizada, lo que acontece es todo menos una actuación. El pasillo de la actividad, la antesala, el lugar donde se realiza la preparación para el acto mágico, se da en los primeros minutos, en la llegada al sitio, en las miradas iniciales, en el saludo entre entrevistado y entrevistador. Puede haber agentes de prensa, puede no haberlos, puede haber soledad en el encuentro, puede haber un séquito de colaboradores del personaje dispuesto a hablar para que sea publicada una cadena de palabras salidas de su boca. O puede estar solo frente al periodista, lo que hará siempre más fácil la producción de un espacio de creación donde ideas o biografía lleguen, con suerte y disposición, a ser un material que se entregue libre a una esculturización hecha de gestos, vocalizaciones, pensamientos y sensaciones. Porque hasta las anécdotas más íntimas que lance el entrevistado sobre su vida, envueltas en la tela de la performance periodística, pasan a ser una arcilla suave para construir un objeto tan bello y significativo como una música acariciadora. 

     Cuando hay armonía en el encuentro, cuando en verdad se dio la conjunción de estados de apertura, se vuelve tan importante la investigación previa del periodista como el talento en olvidarse de todo, para que lo que suceda sea lo que allí tiene que suceder, para que la dinámica de lo que se abrió allí sea la que lleve el punteo de lo que sea dicho. Claro que ese olvidarlo todo podría traducirse en un estar seguro de que el guión ya ha sido incorporado, que el cuerpo ya grabó esas coordenadas, pero que el que traerá su lógica de totalidad será el mismo encuentro, donde el mapa se las verá con el territorio. 

    Porque no se trata sólo de información, aunque esa pueda ser la mercancía que nos pidan y haya un paisaje que debamos fotografiar para que la entrevista pueda ser publicada. Se trata de que logremos construir un puente, un canal de diálogo verdadero, para que la información tenga carga de verdad y logre ser música para quien la reciba. Un papel de diario puede llevar consigo una melodía que regale sentidos esenciales en un instante donde la apertura de algunos sentidos acontece en la persona a quien un mensaje le llegó en el instante preciso en que las palabras se transforman en acción y traen movimiento. Si eso acontece, el puente moldeado en la entrevista extenderá sus límites y dará nuevos sentidos a esa ficción bendita de dos que se encuentran para hablarle a cientos, miles o millones que encuentran fotos propias, esparcidas entre las palabras ya dichas. El puente se hace de a muchos.      

8.11.09

Ser y andar

Sentidos

La historia se hace andando. Y el mundo los símbolos, sabiendo escuchar sus pasos. 



Diego Oscar Ramos




   Caminar es parte de la historia. Pararse puede haber sido un principio. Decidirse a andar puede dar alguna clave, para anotar un dato que sea motriz, que se apropie de la idea del movimiento para echar a andar una teoría. Caminar es parte de la historia de una teoría, de cualquier teoría, la de las plantas en su evolución, la de los átomos en su agrupación, la de los animales en sus migraciones, la de los hombres al construir sus ciudades, o sus familias, o sus conceptos primeros sobre su estatismo o su movimiento. Moverse es parte de la historia, puede ser el padre o la madre, o el niño mimado de lo que precisamos como unidad para iniciar algo, para tener una pieza que podamos juntar con otra para armar algo nuevo, para juntar lo que podría decirse como separado, pero que al juntarse, si es que la suerte o la intuición nos acompaña, casi diríamos que forman una naturaleza nueva  que sus seres ignoraban en su estado inicial de separación. Aquí ya agregamos elementos nuevos, por en cuanto, hablamos de una terceridad, que surge de un apareamiento entre dos unidades. Esto mismo está siendo también una suerte de unidad biológica tanto como conceptual. De dos seres individuales con capacidad innata de reproducirse nace un tercer ser, producto del intercambio de información genética a través de la sexualidad. Las teorías, las ideas, las nociones, también tienen su zona de sexualidad, de seducción, de apertura de la cola multicolor, como la del pavo real cuando el genio de la especie dicta la proximidad, la posibilidad o la necesidad de la reproducción para que un formato de ser siga andando por la existencia. 
    Y, nuevamente, hablamos de la caminata, del movimiento, de los desplazamientos por un territorio, geográfico o existencial, como una unidad que se nos presente tomemos el tema que tomemos para dar un puntapié inicial a un texto como lo es este mismo que se está desarrollando en este momento, cuando las palabras, una por una, se van alineando en este sistema de escritura que también tuvo un inicio y que sigue desarrollándose, creciendo, mutando y seduciendo personas que puedan reproducir sus genes a lo largo del tiempo. Escribo entonces, con este sistema en particular, testeado por siglos y usado para crear todo tipo de configuraciones, para alinearme con un placer que me dictan ahora las propias palabras o las que surgen de un dictado premeditado sólo por una célula de sentido que pueda estar anidando en mi inconsciente. La intuyo y pongo ese nombre en este instante, cuando sé que escribir es desenrollar signos que descansan, o que se mueven sin que los veamos en toda su trayectoria, mientras creemos que nos sentamos a escribir porque dieron ganas de hacerlo, porque un llamado interno nos convidó al desovillar, al desplegar en un plano, en una secuencia, una bola giratoria que juega con los símbolos en el interior de nuestras cabezas, sabiendo en este mismo momento, milagro de los milagros, que todo esto es poco más que una metáfora, que una aproximación al fondo de las cosas, lo que no hace que pierda gracia el juego, por el contrario, develar la naturaleza metafórica de todas nuestras descripciones hace que la vida sonría ante la gracia del misterio como permanencia de todo, desde la totalidad de fichas del universo a cada una de sus unidades. 
     Si es que toda esta misma idea de la unidad básica forma parte de la realidad o acaba siendo la herramienta para movernos entre las cosas, para dotarnos de cierta separación momentánea con el mundo, para contemplarlo desde afuera y creer que manejamos algún tipo de movimiento de las cosas, proceso en el que los sucesos podrían marcar una ética exitosa de dominio, desde la creación del alfabeto a la notebook con que escribo ahora o la invención de las vacunas o los transplantes de órganos, pero que, en definitiva, cuando el maremoto de la vida nos toca con fuerza, barremos con kilómetros enteros de nociones de separación y de distancia con la naturaleza. Suena extraño decirlo, pero el universo parece pensar más en el todo que en las partes, separación que hago más como deferencia a las ideas que van apareciendo que a toda afiliación  que pueda estar haciendo a una descripción fragmentaria de la realidad. Y así mismo, antes que sentir que nuestro valor como seres individuales decrece frente a una lógica del universo que prima la vida en sí misma antes que cada ser, percibirnos como parte de ese mar en movimiento constante me regala la sensación de que valemos más que nunca, de que sentirse unificado a ese todo que no habla de partes, que no siente a la piel como separaciones, sino apenas como superficies de contacto por donde la comunicación hace nacer más vida, nos deja en una vivencia de privilegio y responsabilidad. 
     Ser el todo es vivir el todo, ser el movimiento es moverse hasta cuando pareciera que podría flaquear el movimiento, porque si estamos moviéndonos como parte de ese todo, sucede como cuando un órgano cree que puede descansar, justo en el instante en que estamos corriendo con el cuerpo entero, entonces, por más que se aferre a una idea de quietud, el movimiento es la condición natural. Así, mientras se movilizan estas metáforas, estas imágenes del lenguaje para hablar del andar, de la unidad, el nacer, el dar saltos, el descansar, el arropar nociones para abrigarse frente a lo que se mueve siempre muy a pesar de nuestras ideas, es que hago una donación de quietud al cosmos, para que sepa lo que hacer con estas ideas que a veces se aparecen cuando estamos cansados, cuando la sordera existencial hace creer que otros se mueven más o mejor o cuando surge de por sí cualquier idea de comparación entre personas, amigos, conocidos, parientes, amantes, esposos, vecinos, colegas, habitantes, ciudadanos o cualquier otra denominación con que acostumbramos ordenar a los seres que comparten con nosotros el andar en los patines del tiempo. Con felicidad, aspiro el aire que dará su recorrido por mi cuerpo, imagino su desplazamiento con más estética que voluntad científica o meditativa, suelto de a una estas palabras, saludo con agradecimiento a quienes hayan llegado hasta este punto del tiempo conmigo y me entrego a la vida, guardando para después las palabras y la escritura, que también pueden querer andar sueltas por ahí, descansando de mi inconsciente y pegando saltos vertiginosos, en la fuente universal de donde seguiremos alimentándonos, haciendo esos downloads de símbolos y arquetipos con los que hablamos de la vida. Ella siempre está siendo, hasta cuando nos quedamos sin palabras. 

4.11.09

Ser y estar



Flotación

Ceremonia de soltar amarras, percibirse y renacer.

Diego Oscar Ramos 

Palabras de aliento, de suspensión de las incertidumbres, de flotación en un mar espeso, lleno de minerales que dejan la piel en amantazgo universal, en pausa de creencia de separación con todo lo que está por fuera y por dentro. 


Palabras de sorpresa, de creencia en todo lo que es todo, que es infinitamente igual a lo que es igual, lo que vendría a ser ese todo que fue nombrado y seguirá siéndolo, por los siglos de los siglos, mientras haya bocas que quieran pronunciar lo que nace de esta certidumbre de estar junto a lo que es, lo que se manifiesta, lo que está, desde siempre, hasta cuando aún no se había inventado el principio.


Palabras de respiración, de aire soplando, cálido, por las tuberías donde el alma danza  juguetonas trayectorias, haciendo que el fuelle de la vida cante, en su desplazamiento binario, abriendo y cerrando los canales por donde las cosas se mueven, viajan, cambian y se transforman en otras, tan diferentes, tan iguales, tan células, átomos, electrones de lo que sabe esconderse, para que podamos encontrarnos mientras lo buscamos.


Palabras de fe, de rodillas cómodas en plegaria necesaria para que todo pedido nazca del corazón y la mente limpia, del cuerpo atento a las señales de lo que nos observa mientras nos ponemos en posición de rezo, para acariciarnos con su presencia y concedernos paz, por el sólo hecho de sentirnos en conexión con fuerzas mucho más potentes que las vibraciones eléctricas que construyen los pensamientos de orgullo.


Palabras de caricia, de fuente de calma acuática, de sosiego solar, de caricia salada en un cuerpo relajado, suelto de dudas y lleno de signos de confianza, en lo que escucha de sus músculos, en lo que decide con inmediatez y en los desplazamientos donde va llevándose a sí mismo, seguro y paciente, señor de cada movimiento y espectador activo, de los rumbos para él señalados. 


Palabras de presencia, de solidez, de fortaleza llena de tesoros para compartir, para esparcir e intercambiar, construyendo mundos de ferias eternas, ambulantes, de encuentros fluidos y sentidos agradecidos, por la variedad y la belleza, que nacen de la voluntad de regocijo y movimiento. 


Palabras de fundación, de apertura de puertas y ventanas, de elevación de promesas, de anuncio de victorias y celebración de humildades, de mirada firme en los ojos hallados, al caminar, paso por paso, segundo por segundo, hacia el umbral, brillante y eterno, donde nos será dado, el honor del nacimiento. Una vez más. 

23.10.09

Palabra y realidad

Nota de color


Oda a un periodismo que elija ser reflejo de la armonía presente en la vida. 


Diego Oscar Ramos 

    Celebro las palabras que llevan glorias en sus alforjas, que regocijan de sonrisas y emociones. Agradezco saber ser portador de mensajes de sentido, de uniones, de caminos que llevan hacia lugares de belleza y armonía. Reconozco la sapiencia y la pertinencia de la denuncia de los enlaces quebradizos con la vida, más sé de lo poderoso que hay en regalar anuncios de paz y ofrecer presentes de comunión. 
    Celebro todas las formas en que la palabra sepa llegar a los corazones, a los cuerpos, a las mentes y la totalidad de sentidos unidos. Gozo de las formas y las estéticas del lenguaje, de sus amores casuales y de sus aventuras eternas, de sus conquistas eróticas y sus caricias permanentes, de los orgasmos sutiles y explosivos a los que nos lleva, cuando lo poético no es escape sino puente hacia la vida de la carne.
    Celebro un periodismo que sepa y ame contar historias, que tenga el coraje enorme de animarse al color eléctrico, energizante, renovador, de llegar al alma de lo que nos aparece para que lo contemos, lo que descubrimos cuando estamos disponibles o la manifestación de esa terceridad brillante que se manifiesta cuando se produce un encuentro.
    Celebro la vida y la posibilidad de hablar de ella, de contagiar el entusiasmo y esparcir las huellas de momentos donde muchos se han encontrado dichosos, aún saliendo de encrucijadas o quizás justamente por haber dado saltos transformadores, cuando algunas lecturas de lo que acontece podrían haber declamado etiquetas apesadumbradas. Muchas más suelen ser las voces que festejan las soluciones y viven descubriendo bifurcaciones luminosas en los senderos donde construyen andares y atesoran placeres.
   Y celebro, en esta mañana de un verde cantando escalas solares infinitas, el poder celebrar y el querer transmitir una armonía que permanece vibrante, aún en las noches en que el cielo lagrimea tempestades de cambio o lanza vientos de transmutación, que desordenen majestuosamente nuestras palabras. Y las hagan sentir más atentas que nunca, al movimiento de la vida.