sensaciones y pensamientos


Escrituras



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9.6.13

Sensaciones

Calma de truenos



Investigaciones nocturnas, entre los pliegues de las certezas y las rendijas de lo que se manifiesta.






Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)


Hay una sensación de distancia al leerte, con el brazo de las pausas bien erguido, sobre el hombro del compañero de juegos que está adelante, al frente de lo que ya fuiste, de lo que serás cuando dejes de lado los tiempos helados y los ríos de lava sobre la piel.

Hay una sensación de salud, de copa en alto sobre lo que está enfriando las fiestas, para calentar los alientos y desnudar de arañas todos los cuadernos íntimos que me regalaste para repartir entre las noches de tormenta, que serían verde sobre amarillo, naranja sobre violeta, paciencia sobre perdón, encierro sobre tibieza.

Hay una sensación de árbol creciendo en el fondo del mar, entre las ventanas oxidadas y la caja fuerte de un barco que decidió anclarse en lugares donde el sol estuviese lejos y las arenas eternas cerca, para sentir que los peces pueden ser habitantes y los olvidos un secreto necesario para el alma que todo lo recuerda.

Hay una sensación de destreza animal, de instinto racional haciendo un nido sobre las casas que sembraron pasto en las azoteas donde la ternura se extiende con deseo y las aguas pasan sin prisa, para jugar al crecimiento de todo lo que se adueña de aquello que quedó suelto, deshecho, anudado.

Hay una sensación de goteo sudoroso, de máquina de vapor, de rieles firmes sobre estepas para aventureros, de marcha certera entre mundos que se desmoronan y grietas que dejan pasar la luz fosforescente de cientos de dibujos de niños hipnotizados por el presente.

Hay una sensación a madrugada con pan recién horneado, a ronroneo de gata en celo, a humedad de belleza palpable, a encuentro cercano con la mirada que nunca se escapa del fuego.

Hay una sensación de ahora, de perros mojados secándose en el pasto, de plaza nocturna con manos de paraíso, carreras de bicicletas sin frenos y una calma de truenos, despertando esta lluvia que me habla, para decirte todo esto, que ya dejó de ser neblina, de una buena vez.

8.11.09

Ser y andar

Sentidos

La historia se hace andando. Y el mundo los símbolos, sabiendo escuchar sus pasos. 



Diego Oscar Ramos




   Caminar es parte de la historia. Pararse puede haber sido un principio. Decidirse a andar puede dar alguna clave, para anotar un dato que sea motriz, que se apropie de la idea del movimiento para echar a andar una teoría. Caminar es parte de la historia de una teoría, de cualquier teoría, la de las plantas en su evolución, la de los átomos en su agrupación, la de los animales en sus migraciones, la de los hombres al construir sus ciudades, o sus familias, o sus conceptos primeros sobre su estatismo o su movimiento. Moverse es parte de la historia, puede ser el padre o la madre, o el niño mimado de lo que precisamos como unidad para iniciar algo, para tener una pieza que podamos juntar con otra para armar algo nuevo, para juntar lo que podría decirse como separado, pero que al juntarse, si es que la suerte o la intuición nos acompaña, casi diríamos que forman una naturaleza nueva  que sus seres ignoraban en su estado inicial de separación. Aquí ya agregamos elementos nuevos, por en cuanto, hablamos de una terceridad, que surge de un apareamiento entre dos unidades. Esto mismo está siendo también una suerte de unidad biológica tanto como conceptual. De dos seres individuales con capacidad innata de reproducirse nace un tercer ser, producto del intercambio de información genética a través de la sexualidad. Las teorías, las ideas, las nociones, también tienen su zona de sexualidad, de seducción, de apertura de la cola multicolor, como la del pavo real cuando el genio de la especie dicta la proximidad, la posibilidad o la necesidad de la reproducción para que un formato de ser siga andando por la existencia. 
    Y, nuevamente, hablamos de la caminata, del movimiento, de los desplazamientos por un territorio, geográfico o existencial, como una unidad que se nos presente tomemos el tema que tomemos para dar un puntapié inicial a un texto como lo es este mismo que se está desarrollando en este momento, cuando las palabras, una por una, se van alineando en este sistema de escritura que también tuvo un inicio y que sigue desarrollándose, creciendo, mutando y seduciendo personas que puedan reproducir sus genes a lo largo del tiempo. Escribo entonces, con este sistema en particular, testeado por siglos y usado para crear todo tipo de configuraciones, para alinearme con un placer que me dictan ahora las propias palabras o las que surgen de un dictado premeditado sólo por una célula de sentido que pueda estar anidando en mi inconsciente. La intuyo y pongo ese nombre en este instante, cuando sé que escribir es desenrollar signos que descansan, o que se mueven sin que los veamos en toda su trayectoria, mientras creemos que nos sentamos a escribir porque dieron ganas de hacerlo, porque un llamado interno nos convidó al desovillar, al desplegar en un plano, en una secuencia, una bola giratoria que juega con los símbolos en el interior de nuestras cabezas, sabiendo en este mismo momento, milagro de los milagros, que todo esto es poco más que una metáfora, que una aproximación al fondo de las cosas, lo que no hace que pierda gracia el juego, por el contrario, develar la naturaleza metafórica de todas nuestras descripciones hace que la vida sonría ante la gracia del misterio como permanencia de todo, desde la totalidad de fichas del universo a cada una de sus unidades. 
     Si es que toda esta misma idea de la unidad básica forma parte de la realidad o acaba siendo la herramienta para movernos entre las cosas, para dotarnos de cierta separación momentánea con el mundo, para contemplarlo desde afuera y creer que manejamos algún tipo de movimiento de las cosas, proceso en el que los sucesos podrían marcar una ética exitosa de dominio, desde la creación del alfabeto a la notebook con que escribo ahora o la invención de las vacunas o los transplantes de órganos, pero que, en definitiva, cuando el maremoto de la vida nos toca con fuerza, barremos con kilómetros enteros de nociones de separación y de distancia con la naturaleza. Suena extraño decirlo, pero el universo parece pensar más en el todo que en las partes, separación que hago más como deferencia a las ideas que van apareciendo que a toda afiliación  que pueda estar haciendo a una descripción fragmentaria de la realidad. Y así mismo, antes que sentir que nuestro valor como seres individuales decrece frente a una lógica del universo que prima la vida en sí misma antes que cada ser, percibirnos como parte de ese mar en movimiento constante me regala la sensación de que valemos más que nunca, de que sentirse unificado a ese todo que no habla de partes, que no siente a la piel como separaciones, sino apenas como superficies de contacto por donde la comunicación hace nacer más vida, nos deja en una vivencia de privilegio y responsabilidad. 
     Ser el todo es vivir el todo, ser el movimiento es moverse hasta cuando pareciera que podría flaquear el movimiento, porque si estamos moviéndonos como parte de ese todo, sucede como cuando un órgano cree que puede descansar, justo en el instante en que estamos corriendo con el cuerpo entero, entonces, por más que se aferre a una idea de quietud, el movimiento es la condición natural. Así, mientras se movilizan estas metáforas, estas imágenes del lenguaje para hablar del andar, de la unidad, el nacer, el dar saltos, el descansar, el arropar nociones para abrigarse frente a lo que se mueve siempre muy a pesar de nuestras ideas, es que hago una donación de quietud al cosmos, para que sepa lo que hacer con estas ideas que a veces se aparecen cuando estamos cansados, cuando la sordera existencial hace creer que otros se mueven más o mejor o cuando surge de por sí cualquier idea de comparación entre personas, amigos, conocidos, parientes, amantes, esposos, vecinos, colegas, habitantes, ciudadanos o cualquier otra denominación con que acostumbramos ordenar a los seres que comparten con nosotros el andar en los patines del tiempo. Con felicidad, aspiro el aire que dará su recorrido por mi cuerpo, imagino su desplazamiento con más estética que voluntad científica o meditativa, suelto de a una estas palabras, saludo con agradecimiento a quienes hayan llegado hasta este punto del tiempo conmigo y me entrego a la vida, guardando para después las palabras y la escritura, que también pueden querer andar sueltas por ahí, descansando de mi inconsciente y pegando saltos vertiginosos, en la fuente universal de donde seguiremos alimentándonos, haciendo esos downloads de símbolos y arquetipos con los que hablamos de la vida. Ella siempre está siendo, hasta cuando nos quedamos sin palabras. 

8.3.09

Músicas y astrales

La legión del círculo

Foto: Luciano Varela
Crónica de un concierto especial de La Bomba de Tiempo en el microestadio de Argentinos Juniors. O de cómo la potencia percusiva y la creatividad del grupo se potencian con algunos invitados que aportan carisma y melodía. Además de la vieja y querida canción popular.

Diego Oscar Ramos - 2009
...
Fotos: Luciano Varela & Damián Losada

I

Se habla de la energía de los lugares, de las personas, de las situaciones, de las músicas. Es una frase ya bastante común, que a nadie da vergüenza usar, a no ser que sienta encima el eco del uso excesivo de la palabra energía, cada día más presente en nuestro lenguaje, quizás como eco de la nueva era o apenas por su posible utilidad para concentrar significados dispersos. Si encontramos un concepto rápido y efectivo, las cosas cambian, como cuando aparece una sonrisa verdadera que ilumina un rostro y da señales claras del ánimo de una persona. O como una postura corporal, que nos dice de inmediato cómo la está pasando alguien en un lugar. En Brasil, especialmente en Salvador, es muy usado el término astral, como un comodín del lenguaje adecuado para describir un carácter general en el nivel más sutil y a la vez más explícito, si se está atento a todas las señales. Aquellas que emiten las cosas y los cuerpos, como seres emisores y receptores de signos vibracionales, si se me permite el uso de otro concepto tan usado hoy que hasta cariñosamente se habla de la vibra de las cosas. Estamos en comunicación con todo lo que circula alrededor, personas y objetos, más cuando las lentes hacia lo más chico de lo chico nos muestra que todo tiene movimiento, hasta la materia más íntima de la piedra que creemos más aparentemente quieta. Eso hasta que su movimiento interno, nos llame, la tomemos y arrojemos al agua - ¿alguna vez quieta? - de un lago. Hasta hipnotizarnos con las ondas zigzagueantes y expansivas que nacen de esa zambullida veloz y convencernos con belleza de que todo se mueve. La música también conversa con nuestra agua interna. Y no tiene necesidad de arrojarnos ninguna piedra para que nos movamos, alcanza con acariciarnos con gracia.

II
Foto: Damián Losada
Algo pasó de distinto, pero muy distinto, a nivel del astral total del concierto del grupo de percusión La Bomba de Tiempo el sábado 7 de marzo de 2009 en el Microestadio de Argentinos Juniors cuando se combinaron con sus capacidades musicales con las formas de tocar y de ser de Rubén Rada y Mintcho Garrammone, haciendo que una especie de soga suave hubiera ido pasando de repente entre las miles de personas para asegurarlas en un disfrute global. Y algo concretísimo pasó cuando las melodías
que salían de la voz cantante de Rada eran captadas por Mintcho en su guitarra baiana, completando un plano melódico que llenaba otras piezas del rompecabezas musical. Sin la necesidad de un téster de energía grupal, con todo lo abstracto que puede haber en esta idea de la que todos hablamos, sí hubo una recarga del astral. Seguramente apuntando a ese lugar al que pueden llevar las canciones que tienen historia en la memoria popular, el uruguayo optó en un momento por la efectividad de su canción más emblemática. Y cantó tanto la letra – “Tocá che negro Rada, tocá canta la hinchada, tocá y cantá tranquilo, que acá no pasa nada”… – como los pasajes instrumentales, con un swing que en él tiene olor a ADN. Mientras el combo percusivo, comandado en ese momento por Santiago Vásquez, iba acomodando su juego de intensidades a la estructura canción que se iba formando, el baile multitudinario comenzó a armarse con ese goce que da ponerle más queso rallado a un buen plato de pastas. Los condimentos se terminaron de agregar cuando apareció más tarde Gustavo Cordera, cantante de la Bersuit, junto a otros músicos del grupo, para cantar una canción energética reflexiva político metafísica, seguramente un reflejo de ese lugar donde el pelado ha elegido estar en este momento. Escucharlo juntar en el tema inédito la explosión del capitalismo con el final de un amor donde no se estaba atento a la necesidad del otro antes de dar, tendía un puente de sentidos nuevos al placer de largar endorfinas agitando la osamenta.


III

Foto: Luciano Varela

Si cada invitado de estos tres años de La Bomba de Tiempo ha aportado su astral a este ritual de movimiento y encuentro humano que no existía en Buenos Aires con esa regularidad y organización, esta noche la combinación de fuerzas musicales llevó a momentos de palpable emoción colectiva. Y todos crecen cuando aparecen otros niveles de señales. Porque pocas veces suena mejor el seleccionado de percusionistas que cuando permite zonas de continuidad a sus construcciones hechas por la composición en vivo de quien lleve la batuta en ese momento. Claro que esa dirección está influenciada por una energía - ¿será que puede usarse otra palabra? – del mismo grupo y del público. Y el crecimiento de la cantidad de público que fue volviendo un lugar pequeño al playón del Konex debe de gustar seguramente de los cambios abruptos de rítmicas y de los recursos técnicos que hacen que La bomba suene como si hubiese una mezcla hecha por consola y hasta contando con efectos electrónicos propios de una rave. Todo muy conocido para el que se haya dejado llevar por todo lo contagiante que tiene en sí la estructura de disminuciones y elevaciones del pulso rítmico de la música electrónica. Por eso ir a bailar con ellos no es lo mismo que ver cuerdas de tambores en San Telmo, a pesar de que haya en la historia musical de cada integrante de la creación de Santiago Vásquez mucho saber de rítmicas populares universales. Quizás el plus de modernidad que posee La Bomba de Tiempo tenga que ver precisamente con no estar ligada a ninguna tradición musical en particular, con la mezcla de elementos diversos y su sistema novedoso de señas que permite la creación de composiciones en vivo. El resultado, como el de cualquier actividad repentista - más que nunca vinculada al estado general del emisor de las señales directrices – tiene las virtudes de lo que se está cociendo en el momento, la frescura del desarrollo en un presente absoluto y la capacidad técnica de ordenar con precisión quirúrgica los desarrollos de una idea musical. Pero también puede hacer extrañar lo que acontece cuando una creación espontánea es colectiva, como puede pasar en algunas improvisaciones de música popular, donde escuchar las necesidades y señales del otro, como bien cantó Cordera, pueden dar momentos de diálogo y encuentro.

IV

Foto: Luciano Varela

El círculo da sensación de completud, como si al recorrer todos los puntos de un recorrido fuésemos conociendo un poco más de nuestras propias formas de ser al mirar el paisaje cambiante. Y si en algo aportó el astral de los invitados de La Bomba de Tiempo en ese cierre de sus primeros tres años de existencia, fue una emisión de melodías y sentidos claros, de caminatas rítmicas menos rupturistas que el habitual andar bombero y una señal evidente de amor por el formato canción. Combinado con la potencia percusiva, hubo momentos de gran alegría, como sentirse acariciado en totalidad. En algunos puntos, los juegos de cambios rapidísimos en los percusionistas aún adentro de zonas sin fuga de las melodías invitadas, podía compararse con la convivencia que se da en cómo percibimos en relación a cómo describe el mundo la física clásica y la descripción de los micro mundos propia de los quánticos, que aseguran que lo más pequeño, lo que está como por debajo de lo que logramos percibir, tiene andanzas que responden a otros relojes y parámetros. Eso podía sentirse con los movimientos rápidos de los percusionistas cuando aún la frase de las canciones propuestas seguía inmune el ciclo preciso para llegar de la parte A hacia la B. Si lo que logramos percibir es lo que más puede alimentarnos la afectividad, las sonrisas globales ante algunas palabras del cantante de Bersuit o ante las humoradas de Rada aportaron un plus de goce evidente, una elevación notable en el astral del concierto. Sobre todo cuando, como también dirían en Bahía, los miembros de La bomba pudieron asegurar la onda de lo que estaba aconteciendo. Ya sea al improvisar ritmos poderosos sobre las canciones reconocidas por la gente o al sostener una cierta cantidad de tiempo algunas estructuras rítmicas populares – como la mismísima cumbia, aún polémica para algunos músicos – que iban siendo propuestas por los invitados. Cuando hubo diálogo total, cuando los tiempos de continuidad de las señales musicales ayudaban al procesamiento corporal, en ese ciclo de reconocimiento y respuesta al estímulo mediante el baile, La Bomba de Tiempo dibujó regiones placenteras donde andar descalzo y con ropa cómoda. Para disfrutar de la vida, sin necesidad de estar siempre en transe.

La Bomba con Mintcho en el Konex - Enero 2008