sensaciones y pensamientos


Escrituras



1.2.11

Rituales cotidianos

Ceremonia solar


Sensaciones de calor y buenaventura, en un verano que inquieta, por suerte, las necesidades de encuentro con lo más sabroso de lo que somos.


Diego Oscar Ramos


La mañana surge en medio de la despedida de las tormentas.

Me despierto con la sonrisa de lo que nace atento, con las manos abiertas a las manzanas que se ofrecen a mi nacimiento. Una rosa llena de rocío marea a quien se atreve a perderse en su centro. Poco hay tan intenso como llegar hasta el fondo de su atracción, regarse de aromas húmedos. Y salir, bien despacio, para jugar a la realidad en los jardines del rey que todos somos.

La noche es una promesa que llegará como reflejo de otras flores que regalan sorpresas a exploradores que navegan su conciencia muda en otros continentes. Ahora es una espesura luminosa, una marejada de espuma salada, lo que se ofrece como melodía principal de esta celebración de lo propio.

Me reconozco en la caminata, en el despliegue de pasos calmos que saben el rumbo que la naturaleza dispone. Soy quien anda y quien reconoce que mueve los pies con certeza, aún sabiendo que lo que comanda los pensamientos tiene dudas en el catálogo de sus maravillas humanas. 

La luz es una llamada al desplazamiento, al desperezar incomodidades, para encolumnarse en las filas de seres que encuentran mucho más que lo que buscan, que se emocionan más de lo que planifican, que sienten tantísimo más que lo que razonan. 

Me sé caminante, dueño de un mapa que se va dibujando cada segundo que el sol se posa sobre sus átomos, rediseñando en su superficie rutas, ríos, ciudades, bosques, poblados, montañas, que me piden que los conozca, que salga de lo sabido. Para penetrar en lo que me mostrará gotas nuevas de mis aguaceros y carteles nuevos en mis colecciones de señales.

La sombra es la escalera escondida, que nos lleva del lado espejado, al rincón donde pocos se animan a observarse sin que los ojos participen de la aventura. Elevarse es llegar hasta el racimo más alto del árbol de moras, sin ponerse de puntas de pie, ni romper las ramas más cercanas o derramar el banquete que puede ser de muchos.

Me cocino a fuego lento, tranquilo, en la vereda soleada. Me empiezo a saborear, ya mismo, en los aromas de las especias viajeras, las que me tiro encima, sin preguntas ni medidas, para resaltar con alegría mis regiones más propicias a la fiesta. Cuando estoy listo, puedo percibirlo, sé que mis blanduras son un goce seguro para un universo listo para disfrutar tanto de mi carne como de mis ideas.

La mañana de verano acompaña la sensación de cambio. Y permanece fiel, en su caricia de temperatura, a todos los caminantes que la celebran. Siendo quienes son y andando por donde deben andar. Mientras el día los mire de frente y la noche los espere despierta. 



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