sensaciones y pensamientos


Escrituras



16.3.11

Paisajes sagrados


Almas, jardines y espermatozoides



Un hospital puede ser el sitio donde sintonizar, inesperadamente un encuentro de almas.





Diego Oscar Ramos


(texto e imagen)



Estaba parado, en estado de pura atención esférica, con el alma en surround, algo inesperado para mi conciencia, encendida entonces por cuestiones que tenía que tener en cuenta para un examen médico: habría de mostrar datos cuantitativos de mi naturaleza hormonal. Tenía en claro todo eso, cuando escuché voces que me llamaban sin necesidad de hablar alto ni gesticular llamativamente.

Las tres mujeres, sentadas, hablaban como construyendo el mundo en su intercambio. Una de ellas estaba embarazada y todas esperaban su turno de ser atendidas por médicos que cuidan la reproducción de la especie humana. Y las palabras hablaban de cuidados de la criatura por venir, de adivinaciones sobre su sexualidad y de alimentos naturales. Hasta ahí todo esperable, contextual, coherente con el ambiente. 

Aún parado, con la atención entusiasmada, algo me dijo que algo más estaba aconteciendo, cuando las frases empezaron a gestar afirmaciones positivas que todos deberíamos enunciar y un diálogo de aromas de la nueva era le empezaba a dar al hospital público un clima más exótico, amplificado, como  un género musical que se viese transformado por sonidos de otras regiones del arte. 

Con todas estas melodías del pensamiento dando vueltas por un cerebro con ganas de tomarse vacaciones, fui dejando que las conversaciones de las mujeres llegaran a hablarme, aunque permaneciese parado, quieto, inmerso en eso que uno dice a veces que son las cosas de uno, lo que sólo nos pertenece a nosotros. Eso mismo que puede aislarnos de lo que nos amplifica la vida, que puede estar pasando bien cerca del cuerpo.

Calmando la tensión del adentro cuidadoso, dejé que las historias llegaran. Ahí supe de mujeres que oían y veían cosas, que muchas veces habían tenido miedo de lo que sabían antes de que pasara, que dormían con la luz prendida, que sabían de aconteceres del pasado y del futuro, que les llegaban cartas de sitios remotos en el tiempo y las abrían ya sin miedo ni dudas. Y era un placer sintonizar la naturalidad con la que ese universo de múltiples dimensiones, de premoniciones y santos, se presentaba en una mañana de hospital y espera, de hormonas e índices saludables. 

Guiado por esa sensación de naturalidad, que traía al cuerpo un confort de tierra conocida, me senté en el único lugar que quedaba libre. Sin actitud evidente de entrar en la conversación, pero con el ánimo dispuesto a ser parte de un ambiente cálido. La charla de alimentos sanificantes y mensajes cercanos siguió, hasta que el anuncio de que el embarazo traería una criatura sana llegó de una de las mujeres, como bendición, poco antes de que la madre de rostro sereno fuese llamada por los médicos. 


Una de las que quedaron, comenzó a hablar ya incluyéndome con su mirada en el círculo obvio del encuentro. Y aseguró que en ese mismo hospital, al que no había regresado desde hacía 23 años antes, los médicos la habían creído ya desprovista de vida, luego de que llegara con una hemorragia severa. Y estaba en camino a la sala donde los cuerpos fríos duermen una espera de reposo o son presa del estudio analítico, cuando una de sus manos se movió, para sorpresa y susto de los médicos que la habían atendido. 

Fui todo creencia cuando sus ojos me hablaron de un enorme jardín, de luminosidad, de presencias claras, de sensaciones beatíficas y un entusiasmo de puro ser cuando estuvo del otro lado. Y si bien todas podían ser imágenes conocidas, escuchadas tantas veces y hasta repetidas, lo que me estaba pasando tenía que ver con la música de su voz y la potencia sosegante de su mirada. La mujer me llevó en un segundo hermosamente interminable al Edén donde supo ser testigo de lo que vendrá, lo que ya vino, lo que siempre está viniendo a nosotros. Y fue en el transcurso de esa ensoñación despierta cuando la mujer que se animaba a regresar al sitio donde había encontrado un portal inesperado, fue llamada por médicos de una calidad humana que habían ayudado a vencer cualquier tipo de temores de vuelta.   

Ya siendo dos los que quedábamos en la sala de espera, fue la salud, el estado del hospital o la calidad de los profesionales, los temas que trajeron un aire cotidiano. Aunque cierto misticismo continuase vivo en las palabras que salían, con suavidad, de los cuerpos que habían visitado un paraíso verde, enorme. Ese lugar donde parece que todos podemos volver, si hacemos que cada segundo sea un portal para que nadie nos pueda considerar lejanos, fríos, desatentos, desorientados, alejados de lo más cálido del mundo que conocemos.


Todo esto se apareció con palabras precisas, melodiosas, nuevas, en algún momento que llegó antes, durante o después de que los médicos me llamaran, analizaran algunos números y hablaran de espermatozoides que veían con muchas ganas de vivir, ajenos a cualquier contaminación de bacterias portadoras de desanimo.  


Con entusiasmo de quien sabe que está siendo atento con su naturaleza animal, salí entonces de la consulta y miré al pasillo, queriendo retomar algunas palabras con las mujeres, para vestirme de turista agraciado del gran jardín de la calma. Ninguna de ellas estaba allí. Pero supe que siempre podría visitar ese espacio. Tal vez el mismo hospital fuese una de sus puertas. Y mis ganas de vivir una de las llaves.

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