
Con la misma intermitencia binaria del código digital, la creencia en lo sagrado parece vivir una inspiración y exhalación constantes. Claro que menudencias cotidianas y coincidencias numéricas pueden poner en cortocircuito el proceso. Y dejarnos de mandíbula caída, sorprendidos con la delicadeza con la que el gran guionista nos entrega sus señales.
Texto y fotos: Diego Oscar Ramos
1- Dios se muestra en el supermercado. A decir verdad, se muestra todo el tiempo, con todos sus nombres, formas, colores, danzas y sonidos. Y también puede hacerlo en el supermercado. El tema es que a veces lo olvidamos. O le damos una entidad menos sustanciosa a su presencia, poniéndolo en un lugar de vibración paralela al cuerpo, como si pudiésemos ponerlo en el placard mientras estamos ocupados - con la mayor de las suertes - o preocupados en lo que tenemos que hacer o decir o pensar o actuar.
2- Dios se puede mostrar, hacerse obvio, dejándonos en cada momento mensajes, a través de símbolos que nos sean más sensibles. Como un mensajero que trae una llave hecha de palabras escogidas con precisión en la feria de particularidades de lo existente. A cada cual hablándole con el idioma que vaya a entender en el momento preciso. Aún cuando en un rato vayamos a olvidar todo para que el brillo de la sorpresa nos haga sentir esa verdad que nunca fue sólo una idea. Y cuando menos lo esperemos, hasta cuando naufraguemos en el descrédito, ahí justo cuando nos estemos tapando el amanecer con las manos, se nos puede aparecer el mensajero.
2- Dios se puede mostrar, hacerse obvio, dejándonos en cada momento mensajes, a través de símbolos que nos sean más sensibles. Como un mensajero que trae una llave hecha de palabras escogidas con precisión en la feria de particularidades de lo existente. A cada cual hablándole con el idioma que vaya a entender en el momento preciso. Aún cuando en un rato vayamos a olvidar todo para que el brillo de la sorpresa nos haga sentir esa verdad que nunca fue sólo una idea. Y cuando menos lo esperemos, hasta cuando naufraguemos en el descrédito, ahí justo cuando nos estemos tapando el amanecer con las manos, se nos puede aparecer el mensajero.

4 - Dios se muestra en el supermercado. O en dos. Cuando en un segundo nos damos cuenta de que a diferencia de minutos, hemos usado el mismo número, exacto, de dinero para hacer dos compras distintas en dos sitios distintos. Y ese no haber calculado nada, el haberse dejado llevar una tarde por las ganas de disfrutar de algunos alimentos para sentirse bien, para darse gustos, como suele decirse, con una liviandad de lo que pasa sin darse cuenta, pero que está en la casa luminosa de lo sagrado, más que muchas lecturas bíblicas hechas sin ganas.

6 – Dios se muestra en el supermercado. En el segundo de la tarde. Cuando al pagar el manjar único, comprado con el máximo placer de estar dándose justo lo que nos pide el alma en ese momento, ver que cuando sale el ticket de la máquina registradora, algo entraba en sintonía. Los rayos de luz iluminaban a la cajera, las góndolas y se sentía todo cálido adentro, porque ese número era una llave, no era cualquier cifra, la música de su lectura era familiar. Demasiado, había sonado hacía muy poco, en el anterior supermercado. Era el mismo número, con todas sus comas, con todos sus detalles, del ticket de la compra anterior.

7 – Dios se muestra en el supermercado. En la vida misma, donde un papel, una coincidencia inmediata, pueden ser sólo eso, pasar al olvido nuevamente para sincronizarse con las melodías del par de amantes formado por el deslumbramiento y el descrédito. Pero hay días más luminosos que otros, cuando los oídos se destapan del hollín y la sonrisa nos inunda, dejándonos habitar el mundo de lo claro, lo transparente, lo enlazado con sentidos sanos, bordado con mensajes concretos, diseñados con las palabras e imágenes propias para cada uno en cada momento. El brillo es la llegada del correo, la lectura desprejuiciada, el código develado, ahora.
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