sensaciones y pensamientos


Escrituras



26.3.09

Fotografías y realidades



Ojos de payaso


Una muestra de fotos – como Cuarenta del fotógrafo argentino Diego Sandstede - puede ser un lugar perfecto para percibir las dimensiones múltiples que forman la mismísima realidad.
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Diego Oscar Ramos

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Había entrado como impulsado en un trineo a la muestra, podía haber seguido caminado por Corrientes, tomarme rápido el 39 hasta casa, o parar en alguna librería para marearme un rato de libros, pero entré de inmediato al San Martín. Pero, ¿qué era?, cine no tenía ganas de ver, ni tampoco teatro. Si ya había salido indemne de todas las invitaciones a meterme en alguna función de improvisación. Por ahí no era el llamado, digo ahora que desenredo el ovillo. Entonces, el cuerpo andaba con ganas de andar, de extenderse en una línea movediza. Pero ahí había algo, eso seguro. Ya dentro, miré para todos lados, leí unas cuantas informaciones que no entraban a la cabeza y seguí viaje, derechito derechito hacia ese lugar donde el teatro parece ya casi convertirse ya en el Centro Cultural San Martín, el recinto donde siempre es placentero ver fotografías, más aún que en las escaleras del hall central, como si estuviesen en un ámbito mayor de intimidad. Nunca había pensado eso, menos en ese momento, que me metí de lleno en las imágenes que parecían parlantes, para decir miradas, muchos ojos, mucha conexión húmeda entre algo que se desplegaba en sucesión de historias en blanco y negro. Es cierto que otras veces, muchas veces, uno acaba mirando sus propios ojos en el vidrio que protege la fotografía, cuando la mirada se mira a si misma y el espejo abre espacios adentro. Pero esta vez, los ojos acariciaban, murmuraban sentidos, dejaban sentir el antes y el después de la toma fotográfica, como desplegando películas anidadas en gestos cercanos. En esa danza iba cuando una voz de mujer llamaba insistente a un niño que estaba cerca, que quizás veía mis pensamientos, para que viera el circo. Lo llamaba como si el mismísimo circo estuviese ahí presente, como si la invitación pudiera atraer los ojos del chico en esa imagen en especial. Sentí que había ahora otra película y abrí más el ángulo de captación. Cuando llegó hasta su madre, en lugar de meterse en la fotografía, se tiró al piso y empezó a girar, a hacer morisquetas diversas, apasionado en su juego corporal. Ahí la mujer endureció el cuerpo y dijo, con voz de mando: “¿Querés dejar de hacerte el payaso?”. Algo se congeló en ese momento, sentí una grieta entre la representación y lo que llamamos realidad. Seguí mirando las fotos que faltaban, en alguna el mareo de la dimensión nueva me enfrentó en algún destello con mis propios ojos, mirándome desde la cara de un chico. Sin pensar demasiado, volví a la línea recta, caminé por Corrientes, miré de lejos algunos libros, sentí la mezcla de sahumerios de los kioscos de flores y los vi de nuevo, caminando delante, la madre y el nene. Antes de que la grieta se abriera más y me dejara sin colectivo de vuelta, me agarré de la mano, caminé más rápido y me trepé al 39 cartel rojo, que me estaba esperando, con el payaso y el niño de la foto, sentados en el primer asiento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué de cosas en ese Buenos Aires!