sensaciones y pensamientos


Escrituras



28.11.10

Sueños y despertares

Almacén de hologramas




Imágenes nocturnas leídas al despertar, muestran soluciones directas, a enigmas que parecían complejos.



Diego Oscar Ramos





Tenemos el almacén de respuestas dentro nuestro. Y quien atiende somos nosotros, los mismos que portamos a veces una sordera llena de razones, para no darnos al instante lo que realmente precisamos. 

La imagen está adentro, salió hace unos días, en sueños, entre miles de imágenes. En verdad, la que traduzco ahora es la que me permite el estado mental con que olfateo hoy los sentidos que fueron llegando en estas noches de anuncio del verano cercano. 

El almacén, así, como era antes, como sigue siendo en algunos lugares que comparten su existencia con grandes cadenas de supermercados, apareció con mayor gracia en mi mente que la imagen del holograma con la que recuerdo haber despertado varias veces. Y una frase, "Tenemos todas las respuestas", que ahora asocio a la antigua despensa donde nos atendía una persona, la que de chicos hasta nos dejaba leer una lista de cosas que nuestros padres anotaban para que no nos olvidáramos. 

Bien, tenemos varios elementos más en juego para este enigma bello de una mañana que es ya mediodía. Un holograma, una frase que afirma la posibilidad de hallar todas las respuestas en nosotros mismos, un almacén a la vieja usanza, un almacenero atento, una lista de necesidades que ahora es familiar, los padres que anotan lo que es preciso para la familia toda. Y lo que parecía festejo simple de una posibilidad completa, directa, aparece ahora como una madeja a resolver, donde a la transformación de un símbolo en otro, se suma la aparición de la familia primera, el ámbito donde suelen tejerse tramas que, con suerte y voluntad férrea, iremos desarmando a lo largo del tiempo.

Como sé que aquí hay una llave, objeto de los más propensos a ser convertido en símbolo, me entrego aquí a lo que este mismo texto quiera decirme sobre esta madeja de palabras con aroma a despertar con cansancio de haber descansado tanto como vidas fueron vividas en corporalidades oníricas. Y como las palabras empiezan a mirarse a sí mismas con placer de belleza, regreso rápido a mi sueño, aquel donde un holograma era el recipiente donde cabían todas las posibilidades de encontrar las respuestas a las preguntas sobre lo que teníamos que ir haciendo en la vida para estar felices, en paz, portando apenas las preguntas claves para sobrevivir, y ya no más ese tipo de cuestionamientos que traen más parálisis que movimiento.

El holograma, aquella tecnología que de chicos podíamos ver en algunas estampas que al moverlas nos sorprendían por guardar en un aparente plano toda una corporalidad en varias de sus posibles manifestaciones en el espacio, era en mi sueño la propia vida, la historia personal completa. Cada uno, digo ahora que expando a la totalidad del universo las imágenes que construí en mi mente para leerla despierto, tiene en su propio registro interno de cada paso que dio, un mapa de lo que mejor puede hacer para resolver de muchas maneras distintas lo que sigue para adelante, el segundo que sigue. 

Aquí es donde el holograma vive con un brillo de revelación en mi recuerdo del sueño, porque veía que en el mismo registro de lo vivido, en eso que llamamos memoria, que está en la mente, pero ahora sabemos que en los rincones más inesperados del cuerpo también, se guardaban muchas más imágenes sobre el mismo punto de vida registrado. Vamos a decirlo con más palabras, cada evento vivido era filmado con muchas cámaras ubicadas en puntos de visión muy diferentes, aunque todos unificados en visión general de un director del programa, del reality eterno que nos va haciendo personas identificables.

Por eso, porque cada situación tenía cientos de puntos de visión, su revisión con el tiempo guardaba muchas posibilidades de que la experiencia fuese vista siempre como portadora de información valiosa para lo que viniese en el futuro, porque hasta lo que podía haber sido por mucho tiempo visto como un error en nuestra trayectoria vital, apelando a otras visualizaciones guardase infinitas posibilidades para poner en juego en un hoy que nos ve con ganas de felicidad real, puesta en práctica, vivenciada con potencia de gol de media cancha. 


Y el partido del siglo, ahora que hablo de estadios, de almacenes, supermercados, listas, necesidades, padres y hologramas, está siendo disputado entre todos, jugadores de la escritura y la lectura, construyendo entre ambos este holograma vibrante, que canta con energía beatle, que somos el almacén de respuestas, que el almacenero nos esquiva cuando nuestros oídos se tapan para no escuchar dónde está la mercancía salvadora, que el espiral es más armónico que la línea recta para entender nuestros movimientos con una sonrisa, que volver es imposible si creemos que el futuro es más cercano que el pasado, pero también si pensamos que lo que repetimos es un calco de los pasos que ya dimos. La lista puede ser parecida, pero la tinta con que escribimos las necesidades es nuestra, aceptamos la utilidad y la gracia que pudieron habernos dado cuando niños al dejarnos menos a la intemperie para ser parte del concierto familiar, pero también podemos oler alguna leve, tal vez, desconfianza en nuestra memoria. Porque nos hace bien, leemos hoy ambas partes del registro, pero elegimos vestirnos con lo que pudieron darnos de confianza, para seguir agregando tela al traje de posibilidades de hacer el mundo con nuestras manos.

Así salimos al barrio donde hoy vivimos, despiertos a todo lo que nace de nuestras manos y lo que está gestándose en los oídos atentos a la fuerza con que los alimentos vienen, cuando nos atrevemos a pedir lo que precisamos al almacenero que mora dentro, feliz, de saberse valorado, para ser uno más en el juego de la vida, donde el arco y la pelota, son dos posiciones, en un holograma mágico, que camina con nosotros, para ser gol increíble. Y atajada fantástica. 


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