sensaciones y pensamientos


Escrituras



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22.6.13

A tiempo



Está siendo


Un sueño nos despierta con dos o tres palabras que se repiten. Y una imagen que hace nacer un cardumen de sensaciones flotantes.



Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)


Un día será el día, en que todas las piedras que los niños arrojen al agua den más de un salto antes de hundirse, los ojos sorprendidos del baile pedruno sonreirán con entusiasmo y las manos que los acaricien les darán confianza eterna.

Un día será el día, en que cada hora apenas sea una hora, sin relojes observados con apuro que hagan que cada segundo sea una necesidad de pasar, de seguir pasando, de que por favor pase, para que un minuto en la vida de cualquiera sea una gracia y nunca más un padecimiento.

Un día será el día en que los hermanos estarán hermanados, los padres apadrerados y los abuelos abuelados, todos seguros de sentirse queridos desde el primer rayo del sol hasta que la luna se meta en los sueños, besando de blanco las mejillas adormecidas, ahora tibias.

Un día será el día, en que los pájaros harán nido en cada rama que los elija para ser parte de lo que vivan, cada tarde de sol sobre los árboles y toda mañana de lluvia sobre las hojas que se mueven, siempre, pero mucho menos cuando tienen que proteger a las criaturas que pronto volarán para ser cielo.

Un día será el día en que las lombrices irán, una a una, haciendo túneles por el asfalto de las ciudades, dibujando adoquines en cada calle, ofreciendo aire a los pies que caminan esos veranos que incendian los andares.

Un día será el día en que todas las palabras serán parto feliz, tranquilo, placentero, de conversaciones frescas, alimenticias, sabrosas, que llegarán al paladar como frutas maduras, en su punto justo, jugosas, apetitosas, bellas.

Un día será el día, en que ya no se hablará nunca más del futuro, de pasos que están adelante o conquistas que insuman mucho pensamiento y todos nos vestiremos de nubes, sin rayos, que navegan por fin la tierra, sutiles, resplandecientes, tranquilizadoras. Y eternamente presentes.  


30.1.10

Determinaciones

Puertas abiertas



A sólo un paso.


Diego Oscar Ramos




Estamos en la puerta, sin candados, los dejaron en otro lado, los sacaron en algún momento en que estábamos distraídos, pensando en pensamientos atados, enganchados en ataduras de otros instantes. 

Podemos seguir, mandarnos adentro aún dándonos cuenta que algo marcial aparece cuando lo mencionamos, cuando sabemos que lo que hay que cambiar del mundo está en ese lugar de los mandatos, cuando el carcelero tiene la misma cara del que se afeita todos los días, sin mirarse el filo de los ojos.

Estamos pasando, dimos un paso, un pie está adentro, el otro parece que piensa, como si el cerebro poseyera el cuerpo todo, con un poder de convencimiento no tan poderoso, porque un pie ya dudó de su reinado. 

Queremos, todos los órganos que dejamos que la lengua expanda nuestras ideas, salir del tiempo del atraso, del aburrimiento de permanecer donde ya no pasa nada que nos esté destinado. Por eso llamamos al otro pie, lo miramos, nos acercamos, con una de las manos lo acariciamos, la boca le dice cosas suaves, calmantes, certeras y él nos mira como haciendo fuerza.

Estamos pasando, la pierna que demoraba la visita se acerca, firme, cariñosa, al lugar donde su compañera de cuerpo prueba la comodidad de pisar suelo amigo, mientras la nariz huele la calma de quien ha sido esperado por mucho tiempo, sin prisa, con la tranquilidad de lo que se sabe predestinado.

Queremos lo que nos pasa, a todos nosotros que somos uno que camina, que ya está del otro lado, que organiza con el andar sincronizado una caminata firme por los barrios nuevos donde duermen abrazados a nuestro nombre.

Podemos reírnos, cada célula de este todo que es uno, que es único sabiendo que es como todos los que supieron que era el momento de cruzar hacia el centro del espiral donde las sirenas cantan para coronarnos.

Estamos de este lado. Somos el mismo que nació aquí, antes de las preguntas, cuando las neuronas eran ronroneo musical y las cosas eran cercanía y la verdad una palabra que existía antes de poder decirla. 

Estamos pudiendo querernos, de este lado del umbral, donde se oxidan los candados. Y las puertas están abiertas. Para el que se decide. 

30.12.09

Gestos y oportunidades



Elegir los caminos 

La fuerza de un instante, un gesto, un movimiento, para convertirnos en lo que somos: pura belleza.








Diego Oscar Ramos




Siempre hay un instante, un gesto, una palabra, que nos reconecta con todas las sensaciones del mundo, como en una sobredosis de benéfico afecto eléctrico, para que nos digamos en un instante, todo el tiempo que existe como posibilidad de percepción, que somos fuente de belleza, que podemos serlo cuando queremos, cuando los cables celulares de la entera corporalidad llaman al número exacto del conmutador interno, para que la vida diga ahora, nos hable cara a cara y nos muestre que somos eso, perfecto, desde que nos nació el ombligo. 

Está bien, pasaron muchas cosas, nos dijeron tantos días de lluvia, que se fue mojando la autoestima, la apreciación de lo que vemos cuando nos vemos y hasta podemos encontrar lleno de humedad el ropero de lo que elegimos para guardar de nuestros recuerdos. Pero ahora, estoy diciendo en este momento que somos estas palabras, si nos llenamos de las gotas que nos cayeron tantas veces encima en nuestras historias, ¿alguien puede decir que no sea bella la imagen de la lluvia? Si pudimos cantar tantas tormentas, si pudimos ser paraguas romántico o si metimos los pies en calles que eran ríos por algún rato, ¿cuánto aún podemos transformar de todo el rollo que pudieron haber hecho de nuestros sentimientos unas cuantas palabras dichas con dureza por seres a los que les creímos cuando nos daban de presente sus propias frustraciones, dolores o desconocimientos? 

Es cierto, esos seres pueden haber sido muy queridos, pueden seguir siéndolo, cuando logramos poner lluvias limpiadoras sobre los recuerdos que llegan empañados, pero sepamos que siempre hay una parte importantísima de nuestra propia noción de placer al haber elegido roles que interpretar, dolores que cargar aunque no fueran nuestros y toda una serie de desastrosas actuaciones que nos creímos como parte de nuestra personalidad. Pero hasta cuando logremos recordar dónde comenzó el ovillo, cuál fue la mañana en la que tal situación hizo que el helado de sambayón nos diera asco, que no soportemos mucho las aceitunas o que sintamos rechazo cuando escuchamos relatos de fútbol radial en las tardes de domingo, lo único que tenemos por vivir está en la naturaleza que hoy nos sigue dando helados, aceitunas y tardes de domingo. Y en esta simpleza, en esta tremenda simpleza es que siento que hay una clave de felicidad más poderosa que tantísimas enormes indagaciones que la adolescencia, la real y la tardía, suele regalarnos junto al eco de hacernos sentir hasta importantes y profundos. 

El mar es profundo y hay que tenerle respeto para nadarlo y dejar que dialogue con nuestra alma, teniendo, siempre que metamos los pies en sus aguas, el cuidado de mirar antes el color de la bandera que muestre nuestros sentimientos por nosotros mismos. Es muy probable que ese diálogo sea de tal sutileza que el mar deje de proteger a quien ya no quiera ser protegido. Y ese espíritu, siento que tengo el derecho de decirlo en voz alta, está presente en la naturaleza toda, desde las selvas a las ciudades, donde no sólo el aire o los árboles en las veredas son lo natural. Todos nosotros, señores y señoras del acontecer, nacemos para ser sonrisa y movimiento sin lomos de burro. Y cuando hasta la lluvia se convierte en tragedia es porque algo hizo que eso pasara, o dejamos de escuchar esas señales que los animales saben hasta oler en momentos donde puede acontecer una catástrofe, o unas cuantas acciones de las personas hicieron que un evento natural adoptase formas oscuras. 

Como quiero llenar estas palabras de una sensación también de belleza en cuanto a la oscuridad de la noche, donde acontece también mucha armonía, donde la luna nos llama para que le demos un beso en la boca y sintamos placeres de ser hombres adoradores y adorados por la vida, por todo eso es que repito que siempre hay un instante, ahora mismo, donde algo nos dice que la belleza somos nosotros mismos, con el cuerpo que tengamos, con las mochilas que estemos transportando y con la parva de pensamientos que lleguen a ser ruido en algunos momentos. Las corrientes de sentidos pueden ser música en nuestra mente, la electricidad de nuestros músculos puede ser gestadora de alegría personal y colectiva. Y la totalidad de lo que somos, todo, digo todo en serio, sin dejar nada afuera, desocultando vergüenzas heredadas o compradas en algún bazar de la experiencia múltiple, todo lo que estamos siendo puede encenderse de entusiasmo. Y cambiar el mundo.   

19.11.09

Regalos y decisiones

Darle voz a la magia


Hay instantes de cielo, todo el tiempo, momentos de gracia leve, susurrante, que nos dan la máxima alegría. Y suelen hablarnos, cuando nos decidimos a lanzar señales, desde nuestra faz más luminosa. 




Diego Oscar Ramos




         Todo el tiempo es posible hacer magia. Hay siempre un segundo donde un acto puede variar todo el recorrido, como mover con precisión una ficha de dominó para que el dibujo final tenga la belleza de lo que se generó con fluidez y determinación. Algunos hablan de psicomagia, otros no le ponen palabras y algunos sólo tienen actos de fuerte presencia y decisión, como si la duda no hubiese sido ajustada como parámetro posible en su software básico. Otros tantos, más allá de todas las historias que nos hayan constituido como personas, hacemos de todo para bajarnos softwares alternativos que le den más swing a nuestras vidas, rogando porque la compatibilidad técnica sea un proceso que vaya cumpliéndose con la máxima armonía posible. Claro que en cualquiera de estos procesos de cambio, de adaptación, de incorporación de otras maneras de accionar, puede haber todo tipo de reacciones y lo que evaluamos, los carteles ruidosos que saltan a la pantalla del sentir, pueden alarmarnos, para pedirnos que nos quedemos con lo conocido, con el sistema operativo de siempre, para qué más ventanas, para qué mirar las cosas del mundo bajo otra plataforma. Ojo, mucha mirada del alma, mucho llamado de lo más profundo del ser para detectar la malicia impresa en esos llamados chirriantes a la quietud y el conformismo. Porque si bien hay que estar atento a todos los mensajes del cuerpo, la cabeza parece demorar más en percibir la introducción de programas que van siendo o serán positivos para la totalidad del sistema, haciendo que la performance global con la que interactuemos con las personas y las cosas tenga la belleza de lo que anda sin tropezarse ni hacerse muchas preguntas. Siempre admiré a los que actúan con energía y certeza, sobre todo aquellos que el tiempo me ha mostrado que lo hacían desde su lado más luminoso. Porque no es el caso de admirar a cualquier desbocado que arroje todos sus caballos sin mirar si en su camino destruye delicados tesoros. De por sí, toda efervescencia la siento como peligrosa y mala consejera, a nos ser que recordemos aquella hermosa sensación efervescente al poner sobres de Vitamina C en un vaso de agua. Todo lo demás, digo ahora con menos temor a la exageración que necesidad de sentar algunas bases fuertes, lo pongo en el lugar de lo innecesario, de la bravuconería existencial más que de la firmeza de carácter ya elogiada. Es que lo que tiene razón de ser no precisa de gritos o violencia para encontrar el lugar que la vida le dará con gracia si sabe escucharse, antes de dar sus pasos en el andarivel de lo que sucede. Digamos, repitamos, reconozcamos, que es muy difícil relacionar el goce con la rispidez, por más que hasta haya mucho arte humano basado en lo que raspa, en la enunciación de lo que deja sabores amargos y en toda una serie de bombas de estruendo basadas en la queja. Como desde esta pluma han salido unas cuantas explosiones verbales en distintas épocas, estas palabras saben lo que se siente estando en la plataforma de la insistencia febril en que los aconteceres se acomoden a la voluntad egoica del que espera que las cosas lleguen hacia él. Y así no funciona la vida, o es un camino que deparará pocas sonrisas. Para encaminarnos ahora mismo hacia otros pueblos del andar, soplemos sentidos acariciantes alrededor, miremos con alegría lo más alegre que se manifieste ante nuestras ganas más frescas de ser quienes somos, para antenarnos a la frecuencia donde todo acontece, donde la espera ni se percibe, porque la búsqueda de resultados inmediatos de algunas acciones mutó en movimientos continuos que partieron de una decisión de alineación, de hacer el amor en la cocina de los pasos sabios, de moverse con la música de la integración de lo que pudo estar separado, cuando primaba la búsqueda y los caminos parecían llamarnos por separado, acudiendo al mismo tiempo, con la única posibilidad de convertir nuestro ser en enjambre de exploradores, opción que puede habernos dado instantes de sorpresas, riesgos y tesoros. Bienaventurados los que supieron recorrerse con pasión, para juntarse en la senda de lo que unifica, lo que tiene un solo canto, más vibrante que monocorde, más armónico que apenas un poema de una sola palabra, más placentero que cualquier rincón de alteración profana de los sentidos. Todos tenemos un switch de lo sagrado, lo que aleja las dudas y nos transforma en andantes maravillosos de la aventura constante, escritores caminantes de una gloria hecha de signos coloridos, profetas seguros de lo que traemos en las alforjas. Hoy me hice un regalo, homenaje a mi propia voz y a todos los decires benditos que mis oídos recojan, para repartir sentidos luminosos, con cada pisada segura. Y alegre.   

8.11.09

Ser y andar

Sentidos

La historia se hace andando. Y el mundo los símbolos, sabiendo escuchar sus pasos. 



Diego Oscar Ramos




   Caminar es parte de la historia. Pararse puede haber sido un principio. Decidirse a andar puede dar alguna clave, para anotar un dato que sea motriz, que se apropie de la idea del movimiento para echar a andar una teoría. Caminar es parte de la historia de una teoría, de cualquier teoría, la de las plantas en su evolución, la de los átomos en su agrupación, la de los animales en sus migraciones, la de los hombres al construir sus ciudades, o sus familias, o sus conceptos primeros sobre su estatismo o su movimiento. Moverse es parte de la historia, puede ser el padre o la madre, o el niño mimado de lo que precisamos como unidad para iniciar algo, para tener una pieza que podamos juntar con otra para armar algo nuevo, para juntar lo que podría decirse como separado, pero que al juntarse, si es que la suerte o la intuición nos acompaña, casi diríamos que forman una naturaleza nueva  que sus seres ignoraban en su estado inicial de separación. Aquí ya agregamos elementos nuevos, por en cuanto, hablamos de una terceridad, que surge de un apareamiento entre dos unidades. Esto mismo está siendo también una suerte de unidad biológica tanto como conceptual. De dos seres individuales con capacidad innata de reproducirse nace un tercer ser, producto del intercambio de información genética a través de la sexualidad. Las teorías, las ideas, las nociones, también tienen su zona de sexualidad, de seducción, de apertura de la cola multicolor, como la del pavo real cuando el genio de la especie dicta la proximidad, la posibilidad o la necesidad de la reproducción para que un formato de ser siga andando por la existencia. 
    Y, nuevamente, hablamos de la caminata, del movimiento, de los desplazamientos por un territorio, geográfico o existencial, como una unidad que se nos presente tomemos el tema que tomemos para dar un puntapié inicial a un texto como lo es este mismo que se está desarrollando en este momento, cuando las palabras, una por una, se van alineando en este sistema de escritura que también tuvo un inicio y que sigue desarrollándose, creciendo, mutando y seduciendo personas que puedan reproducir sus genes a lo largo del tiempo. Escribo entonces, con este sistema en particular, testeado por siglos y usado para crear todo tipo de configuraciones, para alinearme con un placer que me dictan ahora las propias palabras o las que surgen de un dictado premeditado sólo por una célula de sentido que pueda estar anidando en mi inconsciente. La intuyo y pongo ese nombre en este instante, cuando sé que escribir es desenrollar signos que descansan, o que se mueven sin que los veamos en toda su trayectoria, mientras creemos que nos sentamos a escribir porque dieron ganas de hacerlo, porque un llamado interno nos convidó al desovillar, al desplegar en un plano, en una secuencia, una bola giratoria que juega con los símbolos en el interior de nuestras cabezas, sabiendo en este mismo momento, milagro de los milagros, que todo esto es poco más que una metáfora, que una aproximación al fondo de las cosas, lo que no hace que pierda gracia el juego, por el contrario, develar la naturaleza metafórica de todas nuestras descripciones hace que la vida sonría ante la gracia del misterio como permanencia de todo, desde la totalidad de fichas del universo a cada una de sus unidades. 
     Si es que toda esta misma idea de la unidad básica forma parte de la realidad o acaba siendo la herramienta para movernos entre las cosas, para dotarnos de cierta separación momentánea con el mundo, para contemplarlo desde afuera y creer que manejamos algún tipo de movimiento de las cosas, proceso en el que los sucesos podrían marcar una ética exitosa de dominio, desde la creación del alfabeto a la notebook con que escribo ahora o la invención de las vacunas o los transplantes de órganos, pero que, en definitiva, cuando el maremoto de la vida nos toca con fuerza, barremos con kilómetros enteros de nociones de separación y de distancia con la naturaleza. Suena extraño decirlo, pero el universo parece pensar más en el todo que en las partes, separación que hago más como deferencia a las ideas que van apareciendo que a toda afiliación  que pueda estar haciendo a una descripción fragmentaria de la realidad. Y así mismo, antes que sentir que nuestro valor como seres individuales decrece frente a una lógica del universo que prima la vida en sí misma antes que cada ser, percibirnos como parte de ese mar en movimiento constante me regala la sensación de que valemos más que nunca, de que sentirse unificado a ese todo que no habla de partes, que no siente a la piel como separaciones, sino apenas como superficies de contacto por donde la comunicación hace nacer más vida, nos deja en una vivencia de privilegio y responsabilidad. 
     Ser el todo es vivir el todo, ser el movimiento es moverse hasta cuando pareciera que podría flaquear el movimiento, porque si estamos moviéndonos como parte de ese todo, sucede como cuando un órgano cree que puede descansar, justo en el instante en que estamos corriendo con el cuerpo entero, entonces, por más que se aferre a una idea de quietud, el movimiento es la condición natural. Así, mientras se movilizan estas metáforas, estas imágenes del lenguaje para hablar del andar, de la unidad, el nacer, el dar saltos, el descansar, el arropar nociones para abrigarse frente a lo que se mueve siempre muy a pesar de nuestras ideas, es que hago una donación de quietud al cosmos, para que sepa lo que hacer con estas ideas que a veces se aparecen cuando estamos cansados, cuando la sordera existencial hace creer que otros se mueven más o mejor o cuando surge de por sí cualquier idea de comparación entre personas, amigos, conocidos, parientes, amantes, esposos, vecinos, colegas, habitantes, ciudadanos o cualquier otra denominación con que acostumbramos ordenar a los seres que comparten con nosotros el andar en los patines del tiempo. Con felicidad, aspiro el aire que dará su recorrido por mi cuerpo, imagino su desplazamiento con más estética que voluntad científica o meditativa, suelto de a una estas palabras, saludo con agradecimiento a quienes hayan llegado hasta este punto del tiempo conmigo y me entrego a la vida, guardando para después las palabras y la escritura, que también pueden querer andar sueltas por ahí, descansando de mi inconsciente y pegando saltos vertiginosos, en la fuente universal de donde seguiremos alimentándonos, haciendo esos downloads de símbolos y arquetipos con los que hablamos de la vida. Ella siempre está siendo, hasta cuando nos quedamos sin palabras. 

26.6.09

Partidas y recuerdos

Regreso a Neverland
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Homenaje a Michael Jackson, la mente abierta de la infancia y la sabiduría de mover el cuerpo con alegría.
...
Diego Oscar Ramos
...
Es como si se hubiera ido alguien cercano. Sé que puede ser un lugar común decirlo, algo que escuchamos cada vez que se va de la vida alguien famoso. Y sé que para hablar de esto doy vueltas, como un disco, evito el último tema, retraso la cinta del casette, pongo el repeat en el Winamp para que sigan sonando los temas que quería escuchar a los 12 años, en el final de mi infancia. En ese punto de pasaje donde los puentes no son del todo claros, donde parece que las cosas siguen siendo iguales, pero van abriéndose puertas que uno no sabe bien cómo pasó, dónde estaban las llaves, quién las había dado o cómo es que no teníamos todas las claves para entender lo que vendría. Quizás Michael Jackson tampoco haya entendido lo que era dejar de ser niño y en su moonwalking, el paso que parecía dar hacia atrás sin que nos dejara percibir los movimientos de sus pies, estuviera haciendo con el cuerpo un signo de pregunta de lo que para él era ser grande y también una expresión de deseo de no salir del sueño de Neverland, el País de Nunca Jamás de Peter Pan.
Y Michael gritaba ese deseo con swing absoluto, con todo el brillo en su guante único y ese poder sintético con el que el pop puede movilizar cientos de sentidos en pocos gestos y sin demasiada complejidad musical. Lo mismo siento, aunque parezca lejano el vínculo, con Beethoven y Mozart, quizás más complejos en su discurso, que también tenían magia pop, esa posibilidad de transmisión directa de sentimientos. Y a mis doce años recién cumplidos, cuando mi mundo conocido parecía dar una vuelta hacia otras tierras, recibía de Michael Jackson el regalo de un mensaje sin palabras, sin preguntas, sin dudas. No digo que él no las tuviera. Pero su discurso corporal de los años de Thriller – que pronto trajeron a ese presente los ecos de Off the wall y sus años como niño prodigio con The Jackson Five – generaba un placer de descubrimiento del ritmo y de atracción frente al poder expresarlo con el cuerpo. Qué goce había también en sentir por primera vez lo que era un ídolo global, una posibilidad humana que antes, los de mi generación, es probable que no supiéramos bien lo que era. Y vivimos también un deslumbramiento irracional al ver que él se movía como nadie que hubiésemos visto antes.

Y me parece haber escuchado que también los grandes decían que no habían visto nunca nadie bailar así, fue seguro en la televisión, en aquel viejo programa “Michael Jackson y sus amigos”, que empezaba a reemplazar los domingos a la noche al reinado anterior de “Disneylandia” como último programa del fin de semana, dejándonos con algo nuevo para comentar al otro día. Y acá había otro suceso, empezábamos a hablar de música y comenzábamos a saber lo que eran los videoclips, un género que tenía su auge inicial en esos días. Por entonces tuve además mi primer noche de pub, viendo videos junto a un compañero de escuela, en una salida ultra adulta para mis 12, para ver un documental sobre el clip de Thriller. Era un espectáculo en ese momento, si fue un tema esperar a que terminaran de pasar canciones de un grupo nuevo entonces, como Durán Durán, con canciones épicas como Hungry like a wolf, que sonaba bien, pero no era Michael. Era él quien nos movía todo el cuerpo con ese disco que uno quería escuchar todo el día, un álbum que trajo mucha más música a muchas vidas. A la mía, ahora que siento a la música brasilera como una de las fuentes más poderosas de alegría corporal, le dio en Wanna be startin something la primera escucha de una cuica, el instrumento más carácterístico del samba, ese que parece un animal gimiendo. Y también en ese tema, al final, un coro tribal bien africano. Y en todo el disco había una buena síntesis entre el soul, el rythm & blues, el funk, la disco music, algo de break, solos de guitarra típicos del heavy pop norteamericano y una voz que también sabía bailar. Todo eso lo puedo analizar ahora, entonces era sólo tener ganas de dejar correr el cassette desde el principio hasta que terminara, con esas ganas que daba de moverse.
Lo escucho ahora y puedo reconstruir olores, sabores, lugares de esa época, dándome cuenta que en esas músicas se guarda una llave. Las canciones que uno vivió con intensidad, en etapas donde ni siquiera podía filtrarlas con ideas de estéticas o jerarquías de calidades musicales, tienen un link sin password hacia instantes de purísima verdad. Nos sacan del laberinto que pudimos haber construido por encima de lo que era más verdadero en nosotros y nos ayudan a dar un salto hacia arriba, como hacía el Barón de Muntchausen agarrándose de la cabeza para autoimpulsarse y escapar de los riesgos donde lo metía su deseo de aventura. Y algo parecido pasaba en “El mago de Oz” – historia que en clave Motown había filmado un Michael Jackson adolescente junto a su amada Diana Ross – cuando Dorothy, luego que de un huracán la depositara en una tierra misteriosa, creía que la clave para poder regresar se la iba a dar un ser mágico que encontraría al final de un sendero amarillo. Pero todo lo que tuvo que hacer era dar ciertos movimientos con sus pies, calzados en unos zapatos que deberían tener tanta magia como sus movimientos y su propia voluntad de regreso. Quizás Michael, que nos hechizaba muy fácilmente con sus pies, nunca supo cómo salir con gracia de sus laberintos, ni pudo dar un salto bien por arriba de lo que le causaba dolor.
¿Qué será lo que se mueve adentro cuando no podemos hablar del todo de la muerte cuando le toca a un artista que alguna vez sentimos como muy cercano? Dije alguna vez, porque debo confesar que al empezar la adolescencia supe borrar la cinta de Thriller, menos el tema The girl is mine, ese dúo deliciosamente kitsch que hacía con Paul Mc Cartney.


 Justo ahí comenzaría para mí un acercamiento a la música de Mc Cartney, primero con el disco Pipes of peace - donde cantaba dos canciones con Jackson – y después directo con toda la obra de los mismísimos Beatles, que poco a poco me hicieron alejar de los caminos dorados de Michael Jackson, aunque nunca del todo. Y con el tiempo, la vida me fue mostrando algunas puertas con secretos resguardados por esfinges. Uno de los saberes fue que un gran placer se genera cuando el pensamiento no es molestia para el cuerpo sino su colaborador, sobre todo con el cuerpo que desea ser movimiento. Como homenaje a esa certeza, dejo de escribir para escuchar Billie Jean en mi computadora y me lleno de sonrisa por poder haber cruzado el portal que hace que sienta tanto placer con esta versión bailable como con la delicada bossa que sobre ella esculpió un músico explorador como Caetano Veloso en 1986. Unos pocos años después, en la entrada de los 90, el baiano versionaría también el tema Black or white, releyendo sutilezas melódicas en la obra de Jackson, quien ya estaba andando un camino de transformaciones cada vez más perturbadoras para los chicos que nos habíamos sentido magnetizados por sus movimientos felices. En muchas etapas, incluso ya muchos años después de aquel impacto preadolescente, pude redescubrir la belleza y sabiduría de bailar el mundo. Desde entonces glorifiqué muchas de esas canciones que había borrado del cassette de Thriller y unas cuántas más de Off the wall, los discos suyos que más he disfrutado. Y en este instante, cuando todas mis palabras quieren hablar de la vida antes que de cualquier partida, puedo sentirme tranquilo, feliz de haber descubierto a tiempo lo más poderoso y sano que para habitaba en ese genio que bailaba alegre. Y en ese niño, hipnotizado de movimiento.




9.2.09

Sueño y realidad



Sueño de Gualambao

Un acontecimiento onírico, entrelazando regiones del dormir y el despertar, alumbró palabras movedizas para guardar del olvido una danza selvática.



Diego Oscar Ramos – Para la obra de Ramón Ayala.

Acabo de bailar un chamamé o un forró. La escena se desvaneció lentamente, mientras la reconstruía en la cama, intentando entrar de nuevo al salón, en una casona antigua. Las palabras se aparecían junto a restos arrugados de imágenes idas, a las que quería aferrarme para que volvieran, para que me dejaran ser más una danza junto aquellas bailarinas hermosas, niñas del litoral, ancianas de la selva fronteriza.

Bailé con una de ellas, una mujer de la que no recuerdo el rostro o la edad, quizás fuese anciana, parecía serlo. Pero al moverme con ella me olvidé cualquier consideración que ocupase un gramo de pensamiento. Dimos unas cuantas vueltas, como bien saben darlas quienes se convierten en música, girando y girando, siendo desplazamientos suaves, viviendo sobre ruedas los pasos, dos para acá, dos para allá, en una alfombra voladora para cada pie. Como se sentían los patines para lustrar los pisos encerados en las casa de antes, cada pie encantándose con esa tela rectangular, que los impulsaba con velocidad de alegría flotante.
asas
asas
Intenté quedarme en esa casona, un rato más, hasta que el calor, los bordes de lo que está de este lado, me trajeron nociones de un cuerpo acostado y sudoroso, por el calor del ambiente o de la danza giratoria entre dos países, pasando por sobre las cataratas, la selva, los idiomas y las historias de lo que fui y lo que he de ser. Había entrado a ese hogar con olor a mármol, cuando una conversación de mujeres dio pausa a una caminata, cuando quise captar una música perfumada, que estaba aconteciendo arriba, en un primer piso con sonidos de algo que me pertenecía. Estaba siendo llamado a ser movimiento de transición, de travesía suave en un velero de madera. Me quedé oyéndome en el futuro cercano, el pasado de lo que está siendo, hace un rato, entre paredes de lo que se sueña con espesor.
asas
Me había quedado esperándome acontecer, acomodando objetos en una mochila imaginaria, hecha de hielo derritiéndose, cuando llegó una mujer y me levantó de la espera con suavidad. Con palabras de mano cariñosa, que no dudé en aceptar, aún cuando eran sólo palabras o movimientos en idiomas brumosos. Las preguntas son de un ahora donde el despertar pide bordes que las cosas no tienen. La mujer me hizo sentir en casa. Le pregunté si me conocía, por ese gesto de tranquilizar mi entrega inmediata a la danza que se gestaba en el piso de arriba. Y fue tan natural, tan amiga de lo acolchonado y tibio en sus gestos, que hizo nacer una confianza de siglos.
asas
Me conocía aunque yo no la recordara, no con ese pelo oscuro sobre un cuerpo de juventud otoñal, ni con esos pasos que me llevaron a una vejez calurosa que habité de niño, gustoso de lustrar, con mis pies, pisos encerados en recintos con olor a madera. Nunca me pregunté de dónde la conocía, ni podía saber con quién la comparaba. Esa claridad es un pedido de un ahora consciente, que busca mapas iluminados para despertar sensaciones de un baile lunar, entre fronteras de países que me saben movedizo y feliz.
asas
sas
Sé que ya había subido al salón enorme, de mármoles y maderas, de alfombras y espejos. Pero antes de entrar aparecieron leves referencias, había estado antes ahí, por entrevistas del pasado, por preguntas que tenía que hacerle ahora a un músico presente, que hablaba por teléfono, apasionadamente, acordando detalles de un evento próximo, que necesitaba de acuerdos para llevar su música a una realidad de escenarios, de sonidos amplificados, de selvas húmedas conquistadas por acordes que acarician la floresta con gracia animal.
asas
Supe todo eso en un segundo, donde interpreté gestos y sentidos. Hasta que el arrullo embriagante de unas sirenas morenas volvió humo de sahumerio las ideas. Y me puso ahí mismo, ante una diosa antigua de un imperio donde cada paso tiene sentido y cada gesto código. Mi cuerpo supo el lenguaje, aprendido en tiempos de juego, de exploración y valentía. La tomé con bravura y cariño, con autoridad de hombre selvático, fuimos abrazo en movimiento seguro, interminable. Hasta el despertar de cuerpo entre mundos, preguntándome si era chamamé o forró, aquel vientre musical donde flotamos juntos.
asas
Ahora, que aún canta en mí aquella danza, siento que fue un gualambao lo que nos habitó, el ritmo misionero que nació para cantarle a misterios de aguas grandes. Y también al cortejo amoroso, poderoso y embriagante. Como la bendición del río. Cuando sueña cascadas.

17.1.09

Mapas nuevos y antiguos



Caos y orden


Nacido para una performance teatral sobre rituales cotidianos,  este texto fue danzando libre por sobre sentidos en movimiento constante.


Diego Oscar Ramos – 2000 – Revisión 09


Posición de cuerpos. El caos no es sólo dolor, el caos puede ser un confort elegido, donde habita lo inteligible, lo no percibido, la totalidad rugosa de formas no descubiertas. El orden puede ser una posición de los cuerpos, un desplazamiento gozoso que trace los mapas personales de las rutinas. El placer puede soñar órdenes nuevos, que danzan ese caos nombrado por una mirada que ataca la virginidad de formas, definidas por no saber cómo gozarlas. El ojo mareado habla de caos para olvidar su confusión y miedo a vivir en un mundo impredecible.

Emoción de sentidos. El caos es lo imprevisible, lo que nos sorprende de brazos abiertos y boca en exclamación muda. El orden es lo que llega con apariencia de continuidad, con la certeza de lo que se sabe cómo es y cómo se comporta. Cualquier día lloverá de abajo hacia arriba y deberemos guardar los lentes salpicados por el caos, sonriente de felicidad en las miradas impactadas por el brillo de lo nuevo.

Placer de músculos. No hay un solo orden. Tampoco un solo caos. Los ascetas de la tribu traen definiciones para que todos sepan caminar. Los pasos están dirigidos desde la salida del vientre materno. Pero el caminar puede regalar un desorden sano o un caos purificante, un orden personal que se vista con las ropas que los escribas diseñaron como propia del caos. Nacer es enfrentar mapas antiguos y ajenos. Los nuevos los dibuja el cuerpo: cada músculo sabe lo que siente como vital y lo que vive como dolor para su naturaleza. El placer escribe con tinta noble sobre la piel. Los hábitos que dan goce se fijan como órdenes absolutos para ese cuerpo, sin importar que otros pongan esas rutinas en su museo de lo caótico.



Percepción de almas. El caos es una virginidad de formas danzantes. Los ojos de la mente y el alma arman grupos de entes enfrentados en un baile quieto de dos que no quieren mirarse: orden-caos, bien-mal, felicidad-tristeza. "No hay hechos morales sino interpretaciones morales de hechos", dijo Nietszche. Y tampoco hay conductas caóticas, mejor sentir que hay interpretaciones caóticas de conductas, caos y órdenes que desconocemos, con leyes que superan nuestra percepción de miembros de una tribu que no suele danzar sus misterios.

Necesidad de palpitaciones. El placer crea órdenes nuevos, enfrenta con alegría el caos. Dos cuerpos que se entregan al encuentro pueden hallar órdenes vitales que les pertenezcan. Cada ser puede aislarse en su orden o hasta compartir su caos. Dos seres pueden construir sus hábitos cuando saben palpitar órdenes que nazcan de la necesidad de repetir lo que les hace bien.

Rituales de aliento. El orden puede ser una posición de dos cuerpos, el caos también. Los rituales placenteros alientan en su reiteración la repetición de conductas que escribieron otros que sabían de las formas de goce que pueden brotar de cuerpos únicos, irrepetibles, que saben atravesarse y compartir su desmesura. Los mapas pueden ser guías amistosas de lo que ha dado alegría o paz.



Unidad de contacto. Dos seres unidos no son dos, son algo superior que surge del contacto. El placer es nacimiento, solidifica, gusta de la masa unificada de sensaciones de vida. La unidad es goce de contacto real.

Gozo de cuerpos. El placer necesita de la presencia del caos. Juega con él, le regala elogios para que exista sorpresa cotidiana. Las gotas de caos embellecen órdenes creados por cuerpos que gozan. Los hábitos de placer desatan sentidos nuevos, alimentan órdenes en movimiento que mudan el rostro de las rutinas.

Juego de risas. El caos puede ser una posición de los cuerpos, una cadena mutante de hábitos repetidos nunca igual. El orden también. Los dos se desplazan en un juego risueño donde sus formas se entregan a un hábito de lo blando, lo que puede expandirse sin fracturarse ni perderse en una rutina de lo seco, frío y estático. Mejor lubricar las costumbres, para entregarse al encuentro de lo nuevo, moviéndose imparable, en la vastedad húmeda y caliente, donde todo nace.

12.1.09

Movimientos



¿Bailamos?
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Inspirado en el film americano Shall we dance?, este texto brota de la sensación de que la pista de baile puede ser el centro mismo del Universo. Como presente, una música de Stevie Wonder que bien puede representar estas ideas danzables.


Diego Oscar Ramos
asas
¿Bailamos?, le dijo a los ojos, firme en su voz, como la columna vertebral, segura de sostener su vida, su historia, su belleza como ser humano, sus deseos de ser movimiento, en sintonía, en unión con esa mujer que sentía también firme, leve en su andar, segura de su belleza como ser humano. Claro, dijo, suave, mirándolo a los ojos, regalándole el mayor canto a la salud que un hombre puede recibir de una mujer, a la que las palabras condujeron hacia un llamado que ya había sido enviado antes. Mucho antes, con la flecha de la mirada, inocente, cálida, con la seguridad de lo que es porque está aconteciendo, porque es un hecho, porque todos los movimientos que vienen, que van viniendo, han estado dándose como suspendidos en una alfombra voladora. Plena de tesoros en su vuelo, llena de bordados de oro, con diseños de dragones amigos, que donan su fuego a la consumación de todo lo que es cierto.
asas
¿Bailamos?, le había dicho, cuando las palabras querían aún unirse a la aventura de lo que se desliza por sobre rieles intactos, firmes como la columna de ambos, como la serpiente verde que riega con miel los vientres unidos por el movimiento. Claro, había dicho ella para entregarse a lo que sabía que ya estaba enlazado, para ser encendido en el centro de la fiesta de sonidos. Danzando adentro de los cuerpos, subiendo y bajando por entre los pliegues de los órganos, por entre los besos apasionados de las células, por entre las caricias húmedas de las neuronas, descansando calmas en frenesí de verdad, de pura certeza de lo que va siendo, lo que sigue siendo, lo que apenas es, por un segundo, todo el tesoro del mundo. Ya mismo.


29.9.07

Palabras y recuerdos


Día de Sol


Reflexiones solares sobre el tiempo, la vida, los cambios y la apuesta a mantenerse siempre a flote sonriente por sobre dudas e incertidumbres.






Diego Oscar Ramos




     El sentido está todo el tiempo, en cada respiración, en cada música del aire, en las sensaciones de unidad que vienen hasta cuando la incertidumbre dibuja ruidos en las tripas, cuando el cuerpo percibe que se vienen nuevas rutinas. Siempre se puede apostar por el sol, hasta en los días en que la lluvia acaricia las ganas de correr sin paraguas, de quedarse mirando los diseños acuáticos por los bordes de las calles, siguiendo un rato largo, sin minutos, a papeles que recorren el río hasta caer en el interior misterioso de la boca de tormenta. Algunos cartones más gruesos logran sortear el destino de corrientes profundas y se queden jugando en el borde o abrazados a alguna rama que los botes más pequeños y ágiles suelen saltar con destreza. En las venas pasan cosas similares, el oxígeno navega por torrentes de sangre y cuanto más libre esté ese camino estará todo mejor para que este cuerpo que somos, que no está por fuera, ni por arriba de nuestra mente o nuestra alma, pueda seguir mirando escenas de maravilla en la calle, los días de lluvia o de sol. Cuando éramos niños ese detalle meteorológico tenía una carga informativa tan evidente y notable, que era lo primero que escribíamos en el cuaderno de clase. Después vamos despejando dibujos de soles o nubes y nos quedamos con detalles numéricos, días, meses, años, sin que los rayos solares se dibujen o se mencionen en los mails que enviamos, las cartas que en algunos lugares aún se escriben o los diarios que se publican. Algo intenso había en ese detalle que abría el día escolar, un grado de verdad que está en las representaciones pictóricas donde los tamaños de los objetos y la personas se elevaban en el cielo de la percepción infantil por su importancia afectiva, por las emociones que nos daban cuando aún la racionalidad no actuaba como filtro de lo que sentimos. El sentido está todo el tiempo, en cada respiración, en cada música del aire, en las sensaciones de unidad que también conocen las tripas, cuando le cantan a los cambios que se avecinan, cada segundo, por la gracia del movimiento.