Sentidos
La historia se hace andando. Y el mundo los símbolos, sabiendo escuchar sus pasos.
Diego Oscar Ramos
Caminar es parte de la historia. Pararse puede haber sido un principio. Decidirse a andar puede dar alguna clave, para anotar un dato que sea motriz, que se apropie de la idea del movimiento para echar a andar una teoría. Caminar es parte de la historia de una teoría, de cualquier teoría, la de las plantas en su evolución, la de los átomos en su agrupación, la de los animales en sus migraciones, la de los hombres al construir sus ciudades, o sus familias, o sus conceptos primeros sobre su estatismo o su movimiento. Moverse es parte de la historia, puede ser el padre o la madre, o el niño mimado de lo que precisamos como unidad para iniciar algo, para tener una pieza que podamos juntar con otra para armar algo nuevo, para juntar lo que podría decirse como separado, pero que al juntarse, si es que la suerte o la intuición nos acompaña, casi diríamos que forman una naturaleza nueva que sus seres ignoraban en su estado inicial de separación. Aquí ya agregamos elementos nuevos, por en cuanto, hablamos de una terceridad, que surge de un apareamiento entre dos unidades. Esto mismo está siendo también una suerte de unidad biológica tanto como conceptual. De dos seres individuales con capacidad innata de reproducirse nace un tercer ser, producto del intercambio de información genética a través de la sexualidad. Las teorías, las ideas, las nociones, también tienen su zona de sexualidad, de seducción, de apertura de la cola multicolor, como la del pavo real cuando el genio de la especie dicta la proximidad, la posibilidad o la necesidad de la reproducción para que un formato de ser siga andando por la existencia.
Y, nuevamente, hablamos de la caminata, del movimiento, de los desplazamientos por un territorio, geográfico o existencial, como una unidad que se nos presente tomemos el tema que tomemos para dar un puntapié inicial a un texto como lo es este mismo que se está desarrollando en este momento, cuando las palabras, una por una, se van alineando en este sistema de escritura que también tuvo un inicio y que sigue desarrollándose, creciendo, mutando y seduciendo personas que puedan reproducir sus genes a lo largo del tiempo. Escribo entonces, con este sistema en particular, testeado por siglos y usado para crear todo tipo de configuraciones, para alinearme con un placer que me dictan ahora las propias palabras o las que surgen de un dictado premeditado sólo por una célula de sentido que pueda estar anidando en mi inconsciente. La intuyo y pongo ese nombre en este instante, cuando sé que escribir es desenrollar signos que descansan, o que se mueven sin que los veamos en toda su trayectoria, mientras creemos que nos sentamos a escribir porque dieron ganas de hacerlo, porque un llamado interno nos convidó al desovillar, al desplegar en un plano, en una secuencia, una bola giratoria que juega con los símbolos en el interior de nuestras cabezas, sabiendo en este mismo momento, milagro de los milagros, que todo esto es poco más que una metáfora, que una aproximación al fondo de las cosas, lo que no hace que pierda gracia el juego, por el contrario, develar la naturaleza metafórica de todas nuestras descripciones hace que la vida sonría ante la gracia del misterio como permanencia de todo, desde la totalidad de fichas del universo a cada una de sus unidades.
Si es que toda esta misma idea de la unidad básica forma parte de la realidad o acaba siendo la herramienta para movernos entre las cosas, para dotarnos de cierta separación momentánea con el mundo, para contemplarlo desde afuera y creer que manejamos algún tipo de movimiento de las cosas, proceso en el que los sucesos podrían marcar una ética exitosa de dominio, desde la creación del alfabeto a la notebook con que escribo ahora o la invención de las vacunas o los transplantes de órganos, pero que, en definitiva, cuando el maremoto de la vida nos toca con fuerza, barremos con kilómetros enteros de nociones de separación y de distancia con la naturaleza. Suena extraño decirlo, pero el universo parece pensar más en el todo que en las partes, separación que hago más como deferencia a las ideas que van apareciendo que a toda afiliación que pueda estar haciendo a una descripción fragmentaria de la realidad. Y así mismo, antes que sentir que nuestro valor como seres individuales decrece frente a una lógica del universo que prima la vida en sí misma antes que cada ser, percibirnos como parte de ese mar en movimiento constante me regala la sensación de que valemos más que nunca, de que sentirse unificado a ese todo que no habla de partes, que no siente a la piel como separaciones, sino apenas como superficies de contacto por donde la comunicación hace nacer más vida, nos deja en una vivencia de privilegio y responsabilidad.
Ser el todo es vivir el todo, ser el movimiento es moverse hasta cuando pareciera que podría flaquear el movimiento, porque si estamos moviéndonos como parte de ese todo, sucede como cuando un órgano cree que puede descansar, justo en el instante en que estamos corriendo con el cuerpo entero, entonces, por más que se aferre a una idea de quietud, el movimiento es la condición natural. Así, mientras se movilizan estas metáforas, estas imágenes del lenguaje para hablar del andar, de la unidad, el nacer, el dar saltos, el descansar, el arropar nociones para abrigarse frente a lo que se mueve siempre muy a pesar de nuestras ideas, es que hago una donación de quietud al cosmos, para que sepa lo que hacer con estas ideas que a veces se aparecen cuando estamos cansados, cuando la sordera existencial hace creer que otros se mueven más o mejor o cuando surge de por sí cualquier idea de comparación entre personas, amigos, conocidos, parientes, amantes, esposos, vecinos, colegas, habitantes, ciudadanos o cualquier otra denominación con que acostumbramos ordenar a los seres que comparten con nosotros el andar en los patines del tiempo. Con felicidad, aspiro el aire que dará su recorrido por mi cuerpo, imagino su desplazamiento con más estética que voluntad científica o meditativa, suelto de a una estas palabras, saludo con agradecimiento a quienes hayan llegado hasta este punto del tiempo conmigo y me entrego a la vida, guardando para después las palabras y la escritura, que también pueden querer andar sueltas por ahí, descansando de mi inconsciente y pegando saltos vertiginosos, en la fuente universal de donde seguiremos alimentándonos, haciendo esos downloads de símbolos y arquetipos con los que hablamos de la vida. Ella siempre está siendo, hasta cuando nos quedamos sin palabras.