Caos y orden
Nacido para una performance teatral sobre rituales cotidianos, este texto fue danzando libre por sobre sentidos en movimiento constante.
Nacido para una performance teatral sobre rituales cotidianos, este texto fue danzando libre por sobre sentidos en movimiento constante.
Diego Oscar Ramos – 2000 – Revisión 09
Posición de cuerpos. El caos no es sólo dolor, el caos puede ser un confort elegido, donde habita lo inteligible, lo no percibido, la totalidad rugosa de formas no descubiertas. El orden puede ser una posición de los cuerpos, un desplazamiento gozoso que trace los mapas personales de las rutinas. El placer puede soñar órdenes nuevos, que danzan ese caos nombrado por una mirada que ataca la virginidad de formas, definidas por no saber cómo gozarlas. El ojo mareado habla de caos para olvidar su confusión y miedo a vivir en un mundo impredecible.
Emoción de sentidos. El caos es lo imprevisible, lo que nos sorprende de brazos abiertos y boca en exclamación muda. El orden es lo que llega con apariencia de continuidad, con la certeza de lo que se sabe cómo es y cómo se comporta. Cualquier día lloverá de abajo hacia arriba y deberemos guardar los lentes salpicados por el caos, sonriente de felicidad en las miradas impactadas por el brillo de lo nuevo.
Placer de músculos. No hay un solo orden. Tampoco un solo caos. Los ascetas de la tribu traen definiciones para que todos sepan caminar. Los pasos están dirigidos desde la salida del vientre materno. Pero el caminar puede regalar un desorden sano o un caos purificante, un orden personal que se vista con las ropas que los escribas diseñaron como propia del caos. Nacer es enfrentar mapas antiguos y ajenos. Los nuevos los dibuja el cuerpo: cada músculo sabe lo que siente como vital y lo que vive como dolor para su naturaleza. El placer escribe con tinta noble sobre la piel. Los hábitos que dan goce se fijan como órdenes absolutos para ese cuerpo, sin importar que otros pongan esas rutinas en su museo de lo caótico.
Percepción de almas. El caos es una virginidad de formas danzantes. Los ojos de la mente y el alma arman grupos de entes enfrentados en un baile quieto de dos que no quieren mirarse: orden-caos, bien-mal, felicidad-tristeza. "No hay hechos morales sino interpretaciones morales de hechos", dijo Nietszche. Y tampoco hay conductas caóticas, mejor sentir que hay interpretaciones caóticas de conductas, caos y órdenes que desconocemos, con leyes que superan nuestra percepción de miembros de una tribu que no suele danzar sus misterios.
Necesidad de palpitaciones. El placer crea órdenes nuevos, enfrenta con alegría el caos. Dos cuerpos que se entregan al encuentro pueden hallar órdenes vitales que les pertenezcan. Cada ser puede aislarse en su orden o hasta compartir su caos. Dos seres pueden construir sus hábitos cuando saben palpitar órdenes que nazcan de la necesidad de repetir lo que les hace bien.
Rituales de aliento. El orden puede ser una posición de dos cuerpos, el caos también. Los rituales placenteros alientan en su reiteración la repetición de conductas que escribieron otros que sabían de las formas de goce que pueden brotar de cuerpos únicos, irrepetibles, que saben atravesarse y compartir su desmesura. Los mapas pueden ser guías amistosas de lo que ha dado alegría o paz.
Unidad de contacto. Dos seres unidos no son dos, son algo superior que surge del contacto. El placer es nacimiento, solidifica, gusta de la masa unificada de sensaciones de vida. La unidad es goce de contacto real.
Gozo de cuerpos. El placer necesita de la presencia del caos. Juega con él, le regala elogios para que exista sorpresa cotidiana. Las gotas de caos embellecen órdenes creados por cuerpos que gozan. Los hábitos de placer desatan sentidos nuevos, alimentan órdenes en movimiento que mudan el rostro de las rutinas.
Juego de risas. El caos puede ser una posición de los cuerpos, una cadena mutante de hábitos repetidos nunca igual. El orden también. Los dos se desplazan en un juego risueño donde sus formas se entregan a un hábito de lo blando, lo que puede expandirse sin fracturarse ni perderse en una rutina de lo seco, frío y estático. Mejor lubricar las costumbres, para entregarse al encuentro de lo nuevo, moviéndose imparable, en la vastedad húmeda y caliente, donde todo nace.
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