sensaciones y pensamientos


Escrituras



9.2.09

Sueño y realidad



Sueño de Gualambao

Un acontecimiento onírico, entrelazando regiones del dormir y el despertar, alumbró palabras movedizas para guardar del olvido una danza selvática.



Diego Oscar Ramos – Para la obra de Ramón Ayala.

Acabo de bailar un chamamé o un forró. La escena se desvaneció lentamente, mientras la reconstruía en la cama, intentando entrar de nuevo al salón, en una casona antigua. Las palabras se aparecían junto a restos arrugados de imágenes idas, a las que quería aferrarme para que volvieran, para que me dejaran ser más una danza junto aquellas bailarinas hermosas, niñas del litoral, ancianas de la selva fronteriza.

Bailé con una de ellas, una mujer de la que no recuerdo el rostro o la edad, quizás fuese anciana, parecía serlo. Pero al moverme con ella me olvidé cualquier consideración que ocupase un gramo de pensamiento. Dimos unas cuantas vueltas, como bien saben darlas quienes se convierten en música, girando y girando, siendo desplazamientos suaves, viviendo sobre ruedas los pasos, dos para acá, dos para allá, en una alfombra voladora para cada pie. Como se sentían los patines para lustrar los pisos encerados en las casa de antes, cada pie encantándose con esa tela rectangular, que los impulsaba con velocidad de alegría flotante.
asas
asas
Intenté quedarme en esa casona, un rato más, hasta que el calor, los bordes de lo que está de este lado, me trajeron nociones de un cuerpo acostado y sudoroso, por el calor del ambiente o de la danza giratoria entre dos países, pasando por sobre las cataratas, la selva, los idiomas y las historias de lo que fui y lo que he de ser. Había entrado a ese hogar con olor a mármol, cuando una conversación de mujeres dio pausa a una caminata, cuando quise captar una música perfumada, que estaba aconteciendo arriba, en un primer piso con sonidos de algo que me pertenecía. Estaba siendo llamado a ser movimiento de transición, de travesía suave en un velero de madera. Me quedé oyéndome en el futuro cercano, el pasado de lo que está siendo, hace un rato, entre paredes de lo que se sueña con espesor.
asas
Me había quedado esperándome acontecer, acomodando objetos en una mochila imaginaria, hecha de hielo derritiéndose, cuando llegó una mujer y me levantó de la espera con suavidad. Con palabras de mano cariñosa, que no dudé en aceptar, aún cuando eran sólo palabras o movimientos en idiomas brumosos. Las preguntas son de un ahora donde el despertar pide bordes que las cosas no tienen. La mujer me hizo sentir en casa. Le pregunté si me conocía, por ese gesto de tranquilizar mi entrega inmediata a la danza que se gestaba en el piso de arriba. Y fue tan natural, tan amiga de lo acolchonado y tibio en sus gestos, que hizo nacer una confianza de siglos.
asas
Me conocía aunque yo no la recordara, no con ese pelo oscuro sobre un cuerpo de juventud otoñal, ni con esos pasos que me llevaron a una vejez calurosa que habité de niño, gustoso de lustrar, con mis pies, pisos encerados en recintos con olor a madera. Nunca me pregunté de dónde la conocía, ni podía saber con quién la comparaba. Esa claridad es un pedido de un ahora consciente, que busca mapas iluminados para despertar sensaciones de un baile lunar, entre fronteras de países que me saben movedizo y feliz.
asas
sas
Sé que ya había subido al salón enorme, de mármoles y maderas, de alfombras y espejos. Pero antes de entrar aparecieron leves referencias, había estado antes ahí, por entrevistas del pasado, por preguntas que tenía que hacerle ahora a un músico presente, que hablaba por teléfono, apasionadamente, acordando detalles de un evento próximo, que necesitaba de acuerdos para llevar su música a una realidad de escenarios, de sonidos amplificados, de selvas húmedas conquistadas por acordes que acarician la floresta con gracia animal.
asas
Supe todo eso en un segundo, donde interpreté gestos y sentidos. Hasta que el arrullo embriagante de unas sirenas morenas volvió humo de sahumerio las ideas. Y me puso ahí mismo, ante una diosa antigua de un imperio donde cada paso tiene sentido y cada gesto código. Mi cuerpo supo el lenguaje, aprendido en tiempos de juego, de exploración y valentía. La tomé con bravura y cariño, con autoridad de hombre selvático, fuimos abrazo en movimiento seguro, interminable. Hasta el despertar de cuerpo entre mundos, preguntándome si era chamamé o forró, aquel vientre musical donde flotamos juntos.
asas
Ahora, que aún canta en mí aquella danza, siento que fue un gualambao lo que nos habitó, el ritmo misionero que nació para cantarle a misterios de aguas grandes. Y también al cortejo amoroso, poderoso y embriagante. Como la bendición del río. Cuando sueña cascadas.

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