Hay instantes de cielo, todo el tiempo, momentos de gracia leve, susurrante, que nos dan la máxima alegría. Y suelen hablarnos, cuando nos decidimos a lanzar señales, desde nuestra faz más luminosa.
Diego Oscar Ramos
Todo el tiempo es posible hacer magia. Hay siempre un segundo donde un acto puede variar todo el recorrido, como mover con precisión una ficha de dominó para que el dibujo final tenga la belleza de lo que se generó con fluidez y determinación. Algunos hablan de psicomagia, otros no le ponen palabras y algunos sólo tienen actos de fuerte presencia y decisión, como si la duda no hubiese sido ajustada como parámetro posible en su software básico. Otros tantos, más allá de todas las historias que nos hayan constituido como personas, hacemos de todo para bajarnos softwares alternativos que le den más swing a nuestras vidas, rogando porque la compatibilidad técnica sea un proceso que vaya cumpliéndose con la máxima armonía posible. Claro que en cualquiera de estos procesos de cambio, de adaptación, de incorporación de otras maneras de accionar, puede haber todo tipo de reacciones y lo que evaluamos, los carteles ruidosos que saltan a la pantalla del sentir, pueden alarmarnos, para pedirnos que nos quedemos con lo conocido, con el sistema operativo de siempre, para qué más ventanas, para qué mirar las cosas del mundo bajo otra plataforma. Ojo, mucha mirada del alma, mucho llamado de lo más profundo del ser para detectar la malicia impresa en esos llamados chirriantes a la quietud y el conformismo. Porque si bien hay que estar atento a todos los mensajes del cuerpo, la cabeza parece demorar más en percibir la introducción de programas que van siendo o serán positivos para la totalidad del sistema, haciendo que la performance global con la que interactuemos con las personas y las cosas tenga la belleza de lo que anda sin tropezarse ni hacerse muchas preguntas. Siempre admiré a los que actúan con energía y certeza, sobre todo aquellos que el tiempo me ha mostrado que lo hacían desde su lado más luminoso. Porque no es el caso de admirar a cualquier desbocado que arroje todos sus caballos sin mirar si en su camino destruye delicados tesoros. De por sí, toda efervescencia la siento como peligrosa y mala consejera, a nos ser que recordemos aquella hermosa sensación efervescente al poner sobres de Vitamina C en un vaso de agua. Todo lo demás, digo ahora con menos temor a la exageración que necesidad de sentar algunas bases fuertes, lo pongo en el lugar de lo innecesario, de la bravuconería existencial más que de la firmeza de carácter ya elogiada. Es que lo que tiene razón de ser no precisa de gritos o violencia para encontrar el lugar que la vida le dará con gracia si sabe escucharse, antes de dar sus pasos en el andarivel de lo que sucede. Digamos, repitamos, reconozcamos, que es muy difícil relacionar el goce con la rispidez, por más que hasta haya mucho arte humano basado en lo que raspa, en la enunciación de lo que deja sabores amargos y en toda una serie de bombas de estruendo basadas en la queja. Como desde esta pluma han salido unas cuantas explosiones verbales en distintas épocas, estas palabras saben lo que se siente estando en la plataforma de la insistencia febril en que los aconteceres se acomoden a la voluntad egoica del que espera que las cosas lleguen hacia él. Y así no funciona la vida, o es un camino que deparará pocas sonrisas. Para encaminarnos ahora mismo hacia otros pueblos del andar, soplemos sentidos acariciantes alrededor, miremos con alegría lo más alegre que se manifieste ante nuestras ganas más frescas de ser quienes somos, para antenarnos a la frecuencia donde todo acontece, donde la espera ni se percibe, porque la búsqueda de resultados inmediatos de algunas acciones mutó en movimientos continuos que partieron de una decisión de alineación, de hacer el amor en la cocina de los pasos sabios, de moverse con la música de la integración de lo que pudo estar separado, cuando primaba la búsqueda y los caminos parecían llamarnos por separado, acudiendo al mismo tiempo, con la única posibilidad de convertir nuestro ser en enjambre de exploradores, opción que puede habernos dado instantes de sorpresas, riesgos y tesoros. Bienaventurados los que supieron recorrerse con pasión, para juntarse en la senda de lo que unifica, lo que tiene un solo canto, más vibrante que monocorde, más armónico que apenas un poema de una sola palabra, más placentero que cualquier rincón de alteración profana de los sentidos. Todos tenemos un switch de lo sagrado, lo que aleja las dudas y nos transforma en andantes maravillosos de la aventura constante, escritores caminantes de una gloria hecha de signos coloridos, profetas seguros de lo que traemos en las alforjas. Hoy me hice un regalo, homenaje a mi propia voz y a todos los decires benditos que mis oídos recojan, para repartir sentidos luminosos, con cada pisada segura. Y alegre.
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