Aunque su toque no llegue a veces a la superficie de las cosas, su presencia puede presentirse en cálidas meditaciones.
Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)
Meditación del día de hoy, llega como una pluma que descansa sobre techos que la asisten en su vuelo, antes de proseguir su viaje por mentes afiebradas que se alivian con su levedad.
El aire sobre las azoteas, donde las sogas cuelgan ropas que ya se han humedecido por el rocío de la noche, apaga ideas sin retorno, que podrían haber hecho naufragar a mentes que confundieron aventura con desvarío.
Las gotas se palpan en un tiempo desgajado, cuando permiten reconocerlas en su solidez, antes de abrazarse con frenesí al suelo, donde adrede se convertirán en parte de un todo mojado, metáfora viva de la unión infinita de lo diverso.
Las ideas, agolpadas detrás de alguna camiseta olvidada por semanas en la terraza, quieren llegar para presentar un certificado de supremacía, pero es tanta la niebla que cualquier posibilidad de prepotencia intelectual queda opacada por la presencia robusta del misterio blanquecino.
Meditación de la mañana, esta misma, donde el sol espera sin desesperación por la hora en que la nubosidad se despeje, para participar de un banquete de calor esparcido y ser parte de un diálogo con todas las cosas que aceptan su toque caliente y su mirada tierna.
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