Es preciso un cambio de transistores al mecanismo histórico de los pensamientos grises sobre el mundo. El tiempo es ahora, dicen los mares. Y los escuchamos.
Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)
Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)
Es el día en que todos los mares se sublevarán para salpicar cada pensamiento triste. Y sucederá, lo sé, lo presiento, lo escucho en las nubes que miran con risa leve, que ni precisa llegar a carcajada para ser signo de felicidad.
Es el silencio previo a la marcha grata sobre los cabellos o las calvicies que operen como escudo ante las aguas calientes sobre las ideas frías. Y será una humedad vociferante, astuta, estratégica, la que se meterá en los cerebros, para inundarlos de ocupaciones que desesperen de sentido a toda angustia que crea que su guarida mental las mantendría bien secas y sólidas.
Es la conversación de moléculas acuáticas. Las siento pasándose instrucciones, de un lado al otro del mundo, trasladando mensajes que unificaron de entusiasmo conjunto el color de todos los océanos y ríos.
Es la inquietud, misteriosa, que ya se percibe en millones de cabezas, que primero tienden a taparse frente a algo que sospechan que está por caerles, pero después, vaya a saber por qué súbita entrega a una intuición de transformación deseada, caen al suelo gorros, sombreros, pelucas y paraguas, en una coreografía inesperada. Y bellísima.
Es la manera en que las aguas del mundo dieron un salto integrado, grupal, instantáneo, para depositarse sobre cada cabeza humana. Y lo estoy viviendo, algo está pasando, adentro, la mojadura pasa rápido por los poros y no resbala hacia el suelo, que se sequísimo y calmo, como la electricidad que enlaza las neuronas que ahora bailan, se abrazan y cambian de lugar, paseando por lugares cerebrales que no habían conocido antes, tan quietas en las funciones programadas. Y estáticas.
Es el día, en que mis palabras quieren movimiento, caricias, pasión, con urgencia de corporalidad viva, con placer de integrarse a una cabeza que estalla de mapas nuevos, mutantes, expectantes de mojaduras existenciales continuas, que impidan rigideces y congelamientos. Todo se agita en el aire, me digo, con la sensación de cráneo abierto al viento, mientras las nubes lanzan, sí, una risotada llena de truenos. Y llueve como nunca. Para sellar el pacto conjunto. Y más limpios, empezar todo de nuevo.
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