roce eléctrico
Las palabras bailan, de un lado a otro de los cuerpos, como adoración de lo que juntos encuentran, como signo de vida compartida.
Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)
Es así como lo sentís, aunque te agarres la cabeza al pensar en lo que es en su inmensidad impalpable, esa sensación que te expande el pecho hasta que los árboles pierden su timidez para saludarte.
Es así como lo vivís, porque las piernas se desesperan por tomar impulso y dar una ronda tremendamente sensual por la marea de miradas sin viento con que ella te celebra, cada vez que la adorás con ojos de alfombra voladora.
Es así como llorás de goce, cuando las manos del tiempo juntos, cáliz de laberinto soleado, los dejan de piel vociferante, en días de cielos violetas y caminos con cara de bicicleta.
Es así, lo intuís con ese calor que el alma conoce en inviernos de arroparse de puro placer, con los dedos de los pies buscando tocarse para inaugurar un decirse millones de cosas, en comunión de roce eléctrico.
Es así, como lo pensás ahora, que el corazón galopa senderos conscientes y las neuronas descansan en un catre de certezas gloriosas, que vinieron sin ser llamadas, como visita inesperada de una maravilla eterna.
Es así, como te lo repetís, en escalera de disfrute de palabras que van y vienen, del sótano a la terraza, para convertir lo que parecía disperso en un bloque de calidez que querés habitar para siempre.
Es así, como se manifiesta en su potencia arrasadoramente ordenadora, atrapando sentidos que pueden estar disponibles, pero precisan de esa atención de insecto enamorado de las flores para que se vuelva presencia real, con ímpetu de baile intenso.
Es así, como lo dibujan los brazos en alto, en el cuarto repleto de gotas de música, invocando un leve caos, calentito y amigable, que enaltece con suavidad esos pasos de danza espontánea, signo de entusiasmo compartido.
Es así, te das cuenta, cuando sus dedos te hacen más hermoso y tu vientre la desnuda de miedos, con esa inmediatez de lo que actúa con la gracia de la naturaleza y la verdad de lo que brota sin espacios de duda, con la voz del instinto y las caricias de lo que se elige con el alma.
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