El lenguaje puede ser una caricia. Si lo dejamos.
Diego Oscar Ramos (texto e imagen)
A veces se escapa, surge desde adentro, de las zonas oscuras donde la creencia en que todo lo que cause risa pueda ser bueno comete un desatino máximo, burlarse de alguien creyendo que el ingenio justifica cualquier tipo de herida. Y son dos formas en las que los pensamientos pueden dibujar explicaciones de por qué pasa algo que cuando acontece, trae más sinsabor que satisfacción genuina de un placer que sea sano.
Y todo esto puede ser dicho mucho más simplemente, desplegando ahora sensaciones concretas, imágenes que pueden ser rápidamente compartidas, por quien disfrute de saber más de lo que pasa cuando emite palabras al aire. Vamos entonces, ya estamos hablando, esta emisión misma se puede transformar en aire si alguien la lee en voz alta o en electricidad si están sus neuronas preguntándose qué es lo que se está queriendo decir en esta espiral inquieta de frases, las que, una a una, suman letras, preparan espacios, limpian la ruta de la nieve espesa de lo incomprensible y se muestran.
El lenguaje, dice con certeza este texto, puede acariciar, cuando se encamina a los oídos con gracia de belleza y empatía. O puede ser fuente de dolor, cuando lacera el alma de quien se ve involucrado en juegos de conceptos que suelen ser denominados como bromas, como chistes, como ironías, como ocurrencias. Decir esto no implica no haber pasado por muchas instancias, innumerables, donde la boca se abre para dejar salir un dardo hacia la sensibilidad ajena, con la esperanza de que haya una risa colectiva que vuelva las miradas grupales hacia esa fase que creemos a salvo de críticas, el cerebro. Así, cuando largamos frases que pretender dar gracia sin prevenirnos antes de que puedan estar hiriendo a un otro, nos abrazamos a construcciones de conceptos ingeniosos en lugar de expresar un afecto que sea prólogo genuino de un abrazo sincero, espontáneo, nacido de dos o más que están en confianza, en una red cariñosa de seres que no teman ser heridos por palabras pinchudas.
Y he aquí una primera aclaración que el texto mismo dicta al mirarse a sí mismo, curioso de estar siendo preciso y ordenado, con fines de ser fiel con lo que siente que es su misión en el universo de los textos espontáneos. Lo que dictan estas palabras a sus continuadoras es que el que lanza el veneno por su boca primero debe haberlo producido en su cuerpo, los contenidos surgen del aparato generador, tienen que ahondar en sensaciones propias para lograr la alquimia perversa de lo que se produce para lograr una burla. Y si la boca larga la daga, los labios deben de guardar mucho del filo para carcomer, poco a poco, las propias fibras perceptivas de belleza y armonía. El que se viste con telas irónicas, amanecerá desnudo de paz la mañana que menos lo espere. Y pocos puede haber a su alrededor que quieran taparlo, porque si fue construyendo sus grupos con esa vibración a cuestas, no será allí donde nazca tan fácilmente una voluntad rápida y sensible que traiga mantas reconfortantes al desnudo soldado del sarcasmo.
A veces se escapa, estas palabras no son jueces de la conducta ni se rasgan las vestiduras en estas noches donde el invierno ya se empieza a sentir en la piel. Lo que hablan estas ganas de decir con paz las cosas que pueden hacer que esta vivencia interna desaparezca, es eso, dejar una nota en la mesa del desayuno, para que la lea alguien que está ahí, que pudo sentir un apretón suave de manos o una caricia en la cabeza atestada de pensamientos sin rumbo. Lo que le dicen es, pueden darse calor entre ustedes, queridas neuronas, amarse de impulsos afectivos, antes que desabrigarse con esas construcciones mentales donde sean pocos los que se rían y muchos más los que quieran alejarse de ese cuerpo que emita bombardeos de palabras cuando se siente solo y no sabe como desarmar su malestar, para ser uno más en la ronda de seres sosegados, juntos, calentándose los pies alrededor del fuego de la cercanía. Por eso, porque el encuentro se desea, porque estas manos que escriben pueden ser conjuro de armonía posible de encontrar, lanzo a los cielos un gesto de cariño por todos los seres que estamos en la tierra, para que de una vuelta por todos los rincones y atraviese los miedos a ser quienes somos. Porque todos nacimos para estar calmos, seguros, protegidos, por un calor feliz, que está bien cerca, ahora, alrededor, bien cerca. Salgamos a la historia, que tenemos muchas palabras suaves, potentes, creadoras, para abrir la puerta. Y salir a jugar.
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