Las palabras y las cosas, en la música de los códigos mutantes.
Diego Oscar Ramos - 2008
Leer, amar, partir.
Primero hay que saber sentir.
Pensar, saltar, creer.
Primero hay que ver que aparecieron jerarquías y órdenes.
Jugar, tocar, mover.
Primero hay que mirar los caminos que toman las redes neuronales para crear la realidad.
Después oler la caída de una manzana sin pensar en la gravedad, escuchar los caminos de las hormigas sin contarlas o tocar la cáscara de un kiwi.
Y después amar a todas esas mismas palabras escritas o susurradas que permitieron darle un tipo de cuerpo simbólico a esas experiencias.
Percibir, andar, palpar.
Primero hay que recordar que somos un cuerpo, que sentimos con toda la piel.
Hay que saber rastrear huellas de la verdad que no sólo están en las palabras.
Primero lo primero, después lo segundo, lo tercero, las secuencias, que podemos cantar en un tango popular, o escribir en una pizarra, o en la arena húmeda de una playa al amanecer, en un papiro hace cientos de millones de segundos, o en un libro hace un rato incontado o en un artículo que será hallado por robots de un buscador usado por millones de personas para dar saltos entre los símbolos, como una rayuela que nos puede hacer llegar a paraísos de la comodidad, la rapidez y también a la profundidad.
Fue en un segundo cuando David vio el instante donde liberarse de las ideas preconcebidas, donde la gigantez es la vía única de algunos tipos de triunfos.
Y un mamotreto de miles de páginas tiene tantos caminos para llegar a un testimonio de lo que es - o de algún aspecto - como una percepción sensorial o, por qué no, un pensamiento que nazca de emociones, recuerdos o percepciones que llegan hermanando lo que la cultura impresa supo separar a lo largo de insistentes dinastías de libreros.
Primero hay que saber sentir, después amar, después partir de la creencia historizable de que sólo el objeto libro, la tecnología del alfabeto constructor de páginas, y la aparatología fértil de la linealidad, es lo que necesitamos para tener una vida digna de ser vivida.
Y vaya este comentario, también gustoso de lo más placentero de las secuencias y los órdenes constructores de sentido, como un canto a la completud, a la totalidad que nos da forma, a la celebración de la multiplicidad que modelamos y nos modela.
Aquí mismo, en uso de estos ceros y unos que se lanzan al ciberespacio, siento que lo mejor que tenemos suele hacerse en comunidad, ya sea integrando las partes personales que la cultura separa como las distintas formas en que cada individuo da su testimonio del todo en las comunidades diversas que lo conforman y hasta le regalan manifestaciones de sí mismo que él mismo puede ignorar.
En este entramado continuo y eterno de percepciones, opiniones, creaciones, acciones, pensamientos, que sea un libro, miles de libros, películas, artículos teóricos, ensayos científicos o amados buscadores en una red digital lo que nos vaya provocando desarrollos, movimientos, cambios y formas de lo que vamos siendo, acaba siendo un detalle. Que se pueda estudiar, analizar o por qué no intuir esos procesos de constitución de nuestra subjetividad - por tomar un aspecto que nos sea cercano y valorizable con pocas dudas para nuestro ser humanos - ya merece una declamación festiva, por nuestra riqueza, por nuestros desplazamientos a lo largo del tiempo y por saber que, en una marco discursivo analítico donde tan presente han estado palabras como neurosis como lente teórica de lo inmóvil, lo obsoleto y lo rígido, tenemos pruebas de que es posible salirse de lo que nos limite y nos condicione a ser sólo de una manera. Porque un libro es algo increíblemente bello, que puede ser gozado por las neuronas o por las células olfativas. Pero algo extraño acontece dentro de una cultura que ponga como dogma que ese objeto esté en un orden de superioridad con respecto a un naranjo, más aún si está en flor y nos inspira una canción eterna.
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(Texto nacido como opinión frente a un artículo teórico de la materia Procesamiento de Datos, cátedra Alejandro Piscitelli, de la carrera Ciencias de la Comunicación, de la UBA)
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