La diversión feliz como llave hacia un estado elevado de conciencia.
Diego Oscar Ramos
El silencio cobra representación, se manifiesta, domina la estructura interna, que vibra ante los estímulos que se apropian de las paredes, del techo de la iglesia, de sus pisos, del banco donde estoy sentado y del respaldo donde apoyo mi cabeza. Todo suena y todo sueña silencios por venir. El atardecer muestra pocos sonidos externos, la mente va temblando, sin miedo, con la frecuencia sonora que va formándose en la licuadora donde la voluntad de meditar, de silenciarse, de opacar el ruido, llevan a congregarse a todo lo que suena. Los autos, afuera, han decidido acoplarse a la meditación. O el cerebro logró filtrarlos mientras entona mantras suaves que guían la búsqueda de limpieza, de orden para percibir mejor, de aire para que lo nuevo se sienta en casa y me deje habitar sus dones. Adentro, los pasos de algún creyente, llegan hasta el centro de mi rezo mántrico y se desvanecen, cayendo leves en la zona de lo que ya no inquieta.
Desde las sombras de lo ido, los nuevos inquilinos tientan a los sonidos restantes a jugar a la nada, para calmar de vacío el lugar donde la mente intenta guardar un espacio de regocijo, para tenerlo a mano en cada momento donde sea preciso portar herramientas que mantengan el eje y protejan la armonía. La palabra mágica, repetida para alcanzar una zona de luces tenues en la mente, hacía su danza insistente, para que todo reposara en un descanso renovador, dando un paso con cada repetición, creando una coreografía donde invitaba con elegancia a cada pensamiento que surgía, para que pasase al patio de los sonidos juguetones.
Y fue en ese mismo cortejo de mantras y pensamientos, cuando un sonido, constante, se fue acercando a la palabra danzante, para mirarla a los ojos con dulzura. Fue un estrépito armónico, el que aconteció en el recinto de la mente, cuando el alma se hizo presente en el romance inmediato, de un sonido afectivo con la palabra fuente, haciendo que el mantra ya no pudiera pensar en lo que tenía que expulsar para que todo fuese pacífico, en ese cuerpo que meditaba en una iglesia. Todo era mirada emocionada, detención de todo movimiento, espacio sin tiempo, temporalidad sin lugar. Las palabras aparecieron mucho después, cuando las coordenadas regresaron al cuerpo sanado y pude distinguir, el sonido agradable que había conquistado a mi mantra. Era el murmullo de niños, muchos, cientos, millones, jugando a restablecer la salud en el flujo mental de los meditadores cercanos. Por algo dijo el Mesías, Dejad que los niños vengan a mí. El sonido de sus juegos es una llave.
Desde las sombras de lo ido, los nuevos inquilinos tientan a los sonidos restantes a jugar a la nada, para calmar de vacío el lugar donde la mente intenta guardar un espacio de regocijo, para tenerlo a mano en cada momento donde sea preciso portar herramientas que mantengan el eje y protejan la armonía. La palabra mágica, repetida para alcanzar una zona de luces tenues en la mente, hacía su danza insistente, para que todo reposara en un descanso renovador, dando un paso con cada repetición, creando una coreografía donde invitaba con elegancia a cada pensamiento que surgía, para que pasase al patio de los sonidos juguetones.
Y fue en ese mismo cortejo de mantras y pensamientos, cuando un sonido, constante, se fue acercando a la palabra danzante, para mirarla a los ojos con dulzura. Fue un estrépito armónico, el que aconteció en el recinto de la mente, cuando el alma se hizo presente en el romance inmediato, de un sonido afectivo con la palabra fuente, haciendo que el mantra ya no pudiera pensar en lo que tenía que expulsar para que todo fuese pacífico, en ese cuerpo que meditaba en una iglesia. Todo era mirada emocionada, detención de todo movimiento, espacio sin tiempo, temporalidad sin lugar. Las palabras aparecieron mucho después, cuando las coordenadas regresaron al cuerpo sanado y pude distinguir, el sonido agradable que había conquistado a mi mantra. Era el murmullo de niños, muchos, cientos, millones, jugando a restablecer la salud en el flujo mental de los meditadores cercanos. Por algo dijo el Mesías, Dejad que los niños vengan a mí. El sonido de sus juegos es una llave.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario