Fábula tejida entre sueño y vigilia, sobre las formas en que la aceptación de los talentos dibuja colores perfumados sobre los mares de la identidad.
Diego Oscar Ramos
Estaba la familia entera, se juntaban todos, aunque veía una parte. Era un fragmento de conversación lo que llegaba, donde apuntaba la cámara y habían llegado las manos del guionista. El cielo está completamente amarillo, lleno de humedad, hace días que llueve, que la Tierra por donde transito este ciclo desgrana humedad, gotas de gotas, mojando los movimientos y las sensaciones. Recuerdo que era esa parte de la totalidad de la familia la que aparecía en un diálogo, adentro de un hospital, bajando la rampa de salida del sitio donde alguien ha sido atendido y por donde las voces de la urgencia han pedido que estuviese así toda la familia unida, en torno a ese que ha sabido salir airoso de alguna intervención.
Sin reclamos que pueda traer ahora al atardecer amarillo de la ciudad que observo desde la puerta ventana de mi balcón, sé que hablaba con adultez, que era la humedad no estaba en los ojos en ese momento, porque cada uno estaba en su lugar, cada ser era quien decía ser y nadie se colaba en la esfera íntima donde nace y renace la identidad en cada instante.
De la escritura, ahora brotan nubes y la humedad va descendiendo, como si todo el sudor de las cosas empezase a atenuar con cada letra que toma su sitio en este andar que fue onírico y ahora es reconstrucción lluviosa. Saliendo del lugar, la unidad ahora era soledad con el grupo asimilado, movimientos tranquilos ahora que se dijo lo que quería y debía decirse para que la salud permaneciese en la escena familiar bien más allá de los pronósticos y diagnósticos médicos que se le diesen al miembro de la familia que había sido atendido. Era sano caminar con la frente en el horizonte de lo que quiere y debe ser hecho, lo que habla en un presente abrazado a lo que fluya como acción caricia, como realización afecto, como arco iris de aromas sagrados sobre la mente calma y el cuerpo seguro.
Y así se sintió, en el sueño, en la vigilia, en esa porción de la realidad amplificada que aparece antes del despertar, cuando la palabra INTERGRACIADO surgía como un mantra, juntando los papeles de un sueño que había llegado a imprimir tiburones con sangre, para trazar un sendero del despertar, cuando las garras del animal acuático habían lastimado sólo a quien había querido ofender al mar, tomándose el riesgo de permanecer desafiante, chapoteando en el lugar donde habitaba la bestia de dientes afilados. Y cuando hasta pude ver el interior de la escena, el vientre mismo del tiburón gigantesco en forma de milanesas de hígado una sobre la otra, la tranquilidad de que el peligro sólo es habitado por quien pone todo de sí para ser engullido por la vida de bordes filosos, fue que la palabra llave fue apareciendo.
Fue nombrada por el testigo dibujante, que puso más azul turquesa en los papeles finales de la siesta, mostró zonas seguras por donde mojar el cuerpo y refrescarlo de tiempos donde el riesgo pudo ser alimento de aventuras. Antes de regalar una certeza colorida de navegación serena, por mares de la identidad, siguiendo los puntos trazados para que sólo mi totalidad, mi familia de órganos, alma y sentimientos, dibujase en el andar firme y fluido, el rostro que me fue dado, el cuerpo que me fue concedido, los dones que me han sido otorgados, para esparcir perfumes únicos por donde pase.
Integrado y agraciado, salí diciendo la clave mágica, me levanté de la cama y el balcón certificó con un símbolo natural la verdad mántrica que el sueño había imantado en mi decir rítmico. Integraciado, integraciado, integraciado, repetía para despertarme, cuando un arcoiris enorme, de punta a punta de la porción de la Tierra que miro desde mi ventana, repetía conmigo el rezo. Y se llevaba la lluvia.
Sin reclamos que pueda traer ahora al atardecer amarillo de la ciudad que observo desde la puerta ventana de mi balcón, sé que hablaba con adultez, que era la humedad no estaba en los ojos en ese momento, porque cada uno estaba en su lugar, cada ser era quien decía ser y nadie se colaba en la esfera íntima donde nace y renace la identidad en cada instante.
De la escritura, ahora brotan nubes y la humedad va descendiendo, como si todo el sudor de las cosas empezase a atenuar con cada letra que toma su sitio en este andar que fue onírico y ahora es reconstrucción lluviosa. Saliendo del lugar, la unidad ahora era soledad con el grupo asimilado, movimientos tranquilos ahora que se dijo lo que quería y debía decirse para que la salud permaneciese en la escena familiar bien más allá de los pronósticos y diagnósticos médicos que se le diesen al miembro de la familia que había sido atendido. Era sano caminar con la frente en el horizonte de lo que quiere y debe ser hecho, lo que habla en un presente abrazado a lo que fluya como acción caricia, como realización afecto, como arco iris de aromas sagrados sobre la mente calma y el cuerpo seguro.
Y así se sintió, en el sueño, en la vigilia, en esa porción de la realidad amplificada que aparece antes del despertar, cuando la palabra INTERGRACIADO surgía como un mantra, juntando los papeles de un sueño que había llegado a imprimir tiburones con sangre, para trazar un sendero del despertar, cuando las garras del animal acuático habían lastimado sólo a quien había querido ofender al mar, tomándose el riesgo de permanecer desafiante, chapoteando en el lugar donde habitaba la bestia de dientes afilados. Y cuando hasta pude ver el interior de la escena, el vientre mismo del tiburón gigantesco en forma de milanesas de hígado una sobre la otra, la tranquilidad de que el peligro sólo es habitado por quien pone todo de sí para ser engullido por la vida de bordes filosos, fue que la palabra llave fue apareciendo.
Fue nombrada por el testigo dibujante, que puso más azul turquesa en los papeles finales de la siesta, mostró zonas seguras por donde mojar el cuerpo y refrescarlo de tiempos donde el riesgo pudo ser alimento de aventuras. Antes de regalar una certeza colorida de navegación serena, por mares de la identidad, siguiendo los puntos trazados para que sólo mi totalidad, mi familia de órganos, alma y sentimientos, dibujase en el andar firme y fluido, el rostro que me fue dado, el cuerpo que me fue concedido, los dones que me han sido otorgados, para esparcir perfumes únicos por donde pase.
Integrado y agraciado, salí diciendo la clave mágica, me levanté de la cama y el balcón certificó con un símbolo natural la verdad mántrica que el sueño había imantado en mi decir rítmico. Integraciado, integraciado, integraciado, repetía para despertarme, cuando un arcoiris enorme, de punta a punta de la porción de la Tierra que miro desde mi ventana, repetía conmigo el rezo. Y se llevaba la lluvia.
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