La fuerza de un instante, un gesto, un movimiento, para convertirnos en lo que somos: pura belleza.
Diego Oscar Ramos
Siempre hay un instante, un gesto, una palabra, que nos reconecta con todas las sensaciones del mundo, como en una sobredosis de benéfico afecto eléctrico, para que nos digamos en un instante, todo el tiempo que existe como posibilidad de percepción, que somos fuente de belleza, que podemos serlo cuando queremos, cuando los cables celulares de la entera corporalidad llaman al número exacto del conmutador interno, para que la vida diga ahora, nos hable cara a cara y nos muestre que somos eso, perfecto, desde que nos nació el ombligo.
Está bien, pasaron muchas cosas, nos dijeron tantos días de lluvia, que se fue mojando la autoestima, la apreciación de lo que vemos cuando nos vemos y hasta podemos encontrar lleno de humedad el ropero de lo que elegimos para guardar de nuestros recuerdos. Pero ahora, estoy diciendo en este momento que somos estas palabras, si nos llenamos de las gotas que nos cayeron tantas veces encima en nuestras historias, ¿alguien puede decir que no sea bella la imagen de la lluvia? Si pudimos cantar tantas tormentas, si pudimos ser paraguas romántico o si metimos los pies en calles que eran ríos por algún rato, ¿cuánto aún podemos transformar de todo el rollo que pudieron haber hecho de nuestros sentimientos unas cuantas palabras dichas con dureza por seres a los que les creímos cuando nos daban de presente sus propias frustraciones, dolores o desconocimientos?
Es cierto, esos seres pueden haber sido muy queridos, pueden seguir siéndolo, cuando logramos poner lluvias limpiadoras sobre los recuerdos que llegan empañados, pero sepamos que siempre hay una parte importantísima de nuestra propia noción de placer al haber elegido roles que interpretar, dolores que cargar aunque no fueran nuestros y toda una serie de desastrosas actuaciones que nos creímos como parte de nuestra personalidad. Pero hasta cuando logremos recordar dónde comenzó el ovillo, cuál fue la mañana en la que tal situación hizo que el helado de sambayón nos diera asco, que no soportemos mucho las aceitunas o que sintamos rechazo cuando escuchamos relatos de fútbol radial en las tardes de domingo, lo único que tenemos por vivir está en la naturaleza que hoy nos sigue dando helados, aceitunas y tardes de domingo. Y en esta simpleza, en esta tremenda simpleza es que siento que hay una clave de felicidad más poderosa que tantísimas enormes indagaciones que la adolescencia, la real y la tardía, suele regalarnos junto al eco de hacernos sentir hasta importantes y profundos.
El mar es profundo y hay que tenerle respeto para nadarlo y dejar que dialogue con nuestra alma, teniendo, siempre que metamos los pies en sus aguas, el cuidado de mirar antes el color de la bandera que muestre nuestros sentimientos por nosotros mismos. Es muy probable que ese diálogo sea de tal sutileza que el mar deje de proteger a quien ya no quiera ser protegido. Y ese espíritu, siento que tengo el derecho de decirlo en voz alta, está presente en la naturaleza toda, desde las selvas a las ciudades, donde no sólo el aire o los árboles en las veredas son lo natural. Todos nosotros, señores y señoras del acontecer, nacemos para ser sonrisa y movimiento sin lomos de burro. Y cuando hasta la lluvia se convierte en tragedia es porque algo hizo que eso pasara, o dejamos de escuchar esas señales que los animales saben hasta oler en momentos donde puede acontecer una catástrofe, o unas cuantas acciones de las personas hicieron que un evento natural adoptase formas oscuras.
Como quiero llenar estas palabras de una sensación también de belleza en cuanto a la oscuridad de la noche, donde acontece también mucha armonía, donde la luna nos llama para que le demos un beso en la boca y sintamos placeres de ser hombres adoradores y adorados por la vida, por todo eso es que repito que siempre hay un instante, ahora mismo, donde algo nos dice que la belleza somos nosotros mismos, con el cuerpo que tengamos, con las mochilas que estemos transportando y con la parva de pensamientos que lleguen a ser ruido en algunos momentos. Las corrientes de sentidos pueden ser música en nuestra mente, la electricidad de nuestros músculos puede ser gestadora de alegría personal y colectiva. Y la totalidad de lo que somos, todo, digo todo en serio, sin dejar nada afuera, desocultando vergüenzas heredadas o compradas en algún bazar de la experiencia múltiple, todo lo que estamos siendo puede encenderse de entusiasmo. Y cambiar el mundo.
3 comentarios:
Amigo Diego...hace unos días he puesto en mi estado de Facebook "Montado en una gota de lluvia", y hoy me encuentro con esta estupenda reflexión tuya.
No te leía, te escuchaba. Un placer : )
Se agradecen enormemente tus palabras!!!!!!
Diego
Diego, como siempre, tu literatura llena los poros del intelecto y el placer.
comparto lo que decis, la existencia en si misma es belleza. el mundo no es mas que aquello que creemos que es. asi que, inventonos buenos mundos personales y asi cambiemos los mundos generales. (con perdón de la última palabra).
un abrazo!
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