Las palabras, los sentidos y los sentires pueden jugar a las cartas y reírse juntos, sobre la soga de una felicidad luminosa.
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Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)
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Juro que juro, que camino, que ando, que me manejo con las perspectivas usuales, que lo usual carece de perspectiva única, que andar es la mayor perspectiva para un ser andante, que andar es la mayor certeza para quien se mueve en un paisaje que es movimiento.
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Juro que jurar es una forma de hacer andar las palabras, de recordar sentencias fuertes soltadas al aire como juego serio, como parte de un misterio de situaciones que se resuelven con palabras y con números, con miradas y decires, con sintonías acordes a números que se consiguen y que se muestran, que se exponen para formar trayectorias que obtienen premios, que se privilegian en sus llegadas y sus presentaciones.
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Juro que apenas juro porque recordé la palabra cuando quería lanzarme a escribirme en las sensaciones que queremos atesorar para que dejen de ser sólo nuestras, para que anden también ellas en su propia trayectoria expansiva.
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Camino de la mano de las palabras que son juramento de sentido, que se saben unidas, pero con una promesa de libertad, de ayuda mutua para llegar a los acuerdos necesarios, con alegría de deslizarse entre manos que se sostienen sin apretar, sin lastimar de prisión lo que disfruta de moverse con sutilezas.
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Ya andan entonces mis palabras, mis sentidos, en órbita tranquila con las cosas, en saltos felices, como de botas pasando de un charco a otro en día de tormenta con derecho a tarde de plaza. Me mojo en las manos que escriben, me veo y me construyo andando, con mis palabras, con mis atardeceres, con mis nocturnidades y mis soles tempraneros.
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Todos nos miramos, sin prisa, con picardía de equilibrista aventurero, que sonríe de saberse capaz de ser su propia red protectora. Y escribimos firme la soga por la que andaremos en puntas de pies, dando saltos virtuosos para festejarnos la sincronía, la luminosidad de poder sentir la superficie en cada célula de piel que se anima a seguir andando, con la hidalguía de una columna vertebral que guarda con placer la médula de lo que es cierto, lo que es andanza saltarina de gotas de sol.
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Pasamos al otro lado, o era el mismo lado con otras ceremonias que seducen de llegada a quien siempre está partiendo, dicen de este lado algunas palabras, que juegan a poner dudas o paradojas para divertir a los sentidos en su desplazamiento por la soga de sentires.
Vientos soplan risas y acomodan en una sola ocurrencia lo que estaba disperso, lo que se agarraba la panza en señal de pura carcajada, en presencia de fiesta sensorial, en espasmo de expansión, en entrada triunfal a la fiesta.
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Soñamos serpentinas, mis palabras, mis movimientos, mis ocurrencias, mis objetos parlantes, mis más gritonas sensaciones de pertenencia, para tranquilizarnos juntos y acariciarnos de inmediatez.Nos miramos, nos sabemos, guardamos en el bolsillo los signos de pertenencia y sacamos todos una carta. Las mostramos, la dejamos ser observada, miramos las que se han presentado y la alegría se presenta urgente, inesperada, bienvenida.
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El siete de oro, en constelación de soles alineados, estalla de música en el salón de espejos. Y nada podría hacernos sentir mejor en este momento.
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Soñamos serpentinas, mis palabras, mis movimientos, mis ocurrencias, mis objetos parlantes, mis más gritonas sensaciones de pertenencia, para tranquilizarnos juntos y acariciarnos de inmediatez.Nos miramos, nos sabemos, guardamos en el bolsillo los signos de pertenencia y sacamos todos una carta. Las mostramos, la dejamos ser observada, miramos las que se han presentado y la alegría se presenta urgente, inesperada, bienvenida.
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El siete de oro, en constelación de soles alineados, estalla de música en el salón de espejos. Y nada podría hacernos sentir mejor en este momento.
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