Canto del gallo
Está cantando desde hace siglos. Y es hora de escucharlo.
Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)
(texto e imagen)
Sí que te entiendo, claro, si cada vez que te miraste en el espejo estaba ahí, haciendo muecas de serio para que te dieras cuenta que el payaso tiene una nariz de plástico, que estaba desde siempre en tu bolsillo.
Por supuesto que sé todo lo que estás sintiendo, mientras la música de las palabras que guardaste en cada herida del tiempo se pasea, como modelo raquítica que deja de comer para moverse con la gracia de un fantasma que se fascina con dejar de estar cada instante un poco más.
Claro que puedo mirarte desde la terraza de las inquietudes metidas en bolsas de arpillera, porque tus historias están en las uniones de cada uno de los hilos que anudan mis pensamientos, a esta hora en que pareciera que nada puede decirse, o que todo está por desarmarse para siempre.
Tal vez sea la hora, para dejar de lado cada centímetro de tela con la que te estuviste cubriendo hasta ahora los kilómetros de ansiedades que imitaste para quedar bien con alguien que no estaba en el momento en que querías ser la carne de la carne, de ese cuerpo de donde saliste.
Quizás las mareas dejen de mover las rocas del fondo de las miserias pasadas de generación en generación, para abrir un canal, calmo, cálido, donde nadan hacia sí mismos los que ya tragaron mucha agua salada por las lágrimas que nunca les pertenecieron, pero adoptaron con incómoda gracia como propias, por creer que así tendrían un amor constante de ese cuerpo que fue origen, pero que debe ser despedida, por suerte de todas las suertes, que son, más bien, naturaleza sana.
Hay, con certeza sonriente, un paraíso donde las cosas no salen todas corriendo para abrazarnos, como caídas de los árboles con frutos irreflexivos, sino que cada célula de placer aparece como respuesta a una actitud cotidiana de querer, de pedir, de escuchar, de realizar, de concretar, de buscar, de saber, de encontrar, de poner calor humano en el juego de las realizaciones intercambiables.
Mejores vuelos se ofrecen, ahora que los pájaros regalan un canto que resuena en las tripas como un mantra vociferante, que se lleva como en un remolino impetuoso, todas las historias de nubes violentas y aquellas canciones de acunar traumas con que dormiste tantas noches de luna lejos.
Mirate ahora, que creciste a saltos de hormiga, caminata de halcón curioso por sabores de la tierra y vuelo agitado de humano que canta con voz de ala rugiente.
Sentí como las puertas se abrieron para convertirse en ramas verdes de un templo vegetal, que tiene todo lo que necesitás para vivir un orden preciso, antes de la partida al medio de la selva, donde ser quien sos hará que la clorofila sepa de qué conversar cuando te presentes, humilde, para servirle con devoción, desde un cumplimiento feliz de un destino que se construye y se elige.
Estás vivo. Y todo está por hacerse.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario