sensaciones y pensamientos


Escrituras



14.10.09

patrias y músicas


Colores abrazados 


Pieza onírica para piano y voz.

Diego Oscar Ramos

     La escena toda nace de la voz. La inicial nace del oído y de la sorpresa de la mente. Un piano sonaba cerca, en frente del cuerpo, las notas iban, una a una, construyendo una melodía. Cuando fueron cinco nació la alegría, de una frase conocida que vibraba en la caja toráxica, en el centro del pecho, en la insignia donde se mueven las emociones. La mirada fue directo por sobre las manos del pianista. Los ojos del que tocaba el instrumento respondieron la llamada y continuaron con la frase siguiente, que volvió a impactar con potencia sobre el centro de donde emanaba un temblor de asombro, una desestabilización de los parámetros de lo normal y una nueva comprobación de la lógica mágica de la naturaleza.
  El pianista completó su frase segunda y miró los ojos del cuerpo en zozobra feliz y esperó alguna aparición de reacciones que completaran la composición que de ese momento surgía. El cuerpo señalado por los ojos preguntones del pianista supo que era su voz la que traía el mensaje de encuentro de universos y lanzó la continuación de la melodía que conocía desde  hacía muchos años, cuando usaba guardapolvo blanco y la bandera era algo que flameaba con estética e hidalguía en los patios escolares y en las plazas, en los barcos y en los aviones, en el centro del órgano que late para seguir andando, puesta en la escarapela urgente de cada acto donde esos colores traían entonces más mensajes que la imitación de los colores del cielo.
      Todo fue un momento, una toma de la posta para conducir la composición que ya estaba hecha, cantándole ahora al pianista para donde iba la música que había iniciado, dándole sorpresas a un argentino que poco podía saber que Paul Mc Cartney conocía la canción de su patria sudamericana. Y el músico tuvo su sorpresa, cuando la voz lanzó completa las frases siguientes, que al principio siguió como si la supiera desde que era chico, hasta que el piano dio algunas señas de que ahora estaba inventando algunas zonas como para seguir el diálogo agradable. El cantante miró al pianista, las palabras no eran entonces aliadas para el encuentro y fue un tarareo brotado con sangre calma el que tomó la libreta del instante y comenzó a jugar que guionaba con sapiencia lo que ya estaba pasando sin que nada se pudiese controlar.
     El pianista se prendía de la luz que salía del pecho del que cantaba y tocaba la música que se precisaba ahí, con cada una de las notas que podría haber estudiado, que podría estudiar alguna vez, sin que todas esas ideas de pasados o futuros lograra entrar en el cuadro. El himno era ya energía blanca, expandiéndose por los cuerpos vibrados por la música, que dibujaba un orden de amor puro, donde las patrias sabían ser origen, para desaguar por fin sin preguntas, en una eternidad de colores abrazados.

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