Soltar la lengua
Hay momentos donde las preguntas se van a dormir, los padres de la razón se van de vacaciones y las palabras se abrazan, en desmesura cálida.
Diego Oscar Ramos
(texto e imagen)
Es así, lo siento en este momento, ni antes ni después, ni en alguna vez que hay que buscar en la gatera de las sensaciones, donde los maullidos del pensamiento perruno nos dicen que para encontrar algunos recuerdos hay que saber la contraseña, pero en el momento exacto en el cual nos la piden, porque no vale ir a buscarla en el papel donde alguna vez la anotamos para no olvidarla.
Es de noche, o más bien es madrugada, es alguna forma de anotaciones en la pared del temporal, son diseños nocturnos, con paquetes de sal arrojados al viento, como si los matrimonios que se han celebrado siguieran pidiendo elementos blancuzcos sobre las cabezas que ya no están así, como mirando al futuro, donde el arroz pueda confundirse con lo que sala la existencia.
Es silencio de negras, es un pentagrama vacío, en espera de guirnaldas estridentes que lo digan todo de una vez, sin pausas de espera a que el director vuelva a la sala, luego de sus salidas para fumarse la música que aún no trajo, para dejar a todos los instrumentistas con más aire del que sus bolsillos contienen para que su mano pueda entrar, cuando afuera hace frío, y las horas de ensayo terminaron.
Es sabido que nada se sabe, pero también se desconoce todo lo que está del lado absoluto del vacío, con tantos vasos de alcohol derramados en mesas de bares, cuando el mundo se podía desarmar en un soliloquio desesperado, mientras los cometas esperan que la idea precisa alumbre alguna mirada, que se transforme en caricia, para que el planeta salga disparado hacia fuera de la galaxia, en un periplo que tal vez tenga su linda lógica.
Es lluvia en los ojos, es invierno en la avenida, es calor en el grito feliz con que te abrazo esta temporada de vegetales arriba de la cocina, de fieras tranquilas, pastando la calma de un universo que ya no quiere carne animal en las mandíbulas humanas y una soledad de carnívoros vive acercándose al sol, para limpiarse el frío de las comidas últimas que coronaron su lejanía.
Es ahora que entiendo que cada idea se balancea sobre un mapa de raspones, todos juntos, en trayectoria de río caudaloso, rememorando caídas ciclísticas que son saber moverse en el hielo que una vez fue un lago, donde nadaban las monjas nudistas que celebraban su fe, desprovistas de hábitos antiguos.
Es que esta vez nada hay que desmentir a los testigos de los que armaron las valijas porque tenían que irse temprano, para despertar a los pájaros que arman bataholas en los árboles donde los ojos de los que quieren seguir durmiendo lanzan bombas de impaciencia.
Es como si las palabras me dieran besos en las piernas, para que este minuto, las deje acolchonarse, juntitas, dándose calor, amándose de formas suaves, e invitándome a la fiesta de lo que no importa saber, para mirar al cielo y ofrecerse sin dudas a cuidar de todo, para soltar lo innecesario, antes de que el borde de las cosas se ponga cargoso y nos quiera hacer creer que lo que sentimos tiene nombre y lo que adoramos duerme abajo de la cama.
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