Sosiego al amanecer
Palabras andantes, encuentran imágenes sobre la sabiduría, como preludio de un descanso manso de los sentidos.
Diego Oscar Ramos
Entender es uno de los caminos posibles. Saber podría ser un atajo que lleva todo el tiempo del mundo. Paradoja para la percepción habitual que tenemos de los atajos como ahorro de tiempo o de espacio. El sendero directo del saber va por un sitio que poco tiene que ver con el ahorro de energía o de geografía a recorrer. El saber es un desarrollo que puede ocupar la totalidad de la vida, el paquete entero de la energía de un cuerpo, para llegar a un lugar que se pueda denominar de saber.
Al decir esto me vino la imagen de un sabio, de eso que suele llamarse sabio, no era un matemático, ni un orador político, ni un economista, a pesar de que podría llegar a tener cualquiera de estas profesiones. Pero la imagen no tenía estos carteles indicadores donde remar con calma la correntada de símbolos para fijar de una vez la chinche y quedarme con una imagen para empezar a andar con guía. Pues bien, se me vino un meditador, lo que no deja de tener aroma a cliché new age, una posibilidad tranquilizadora, un tema que tampoco quiero combatir en esta andada por las palabras.
Aquí pongo una pausa, veo que puede estar mi prosa confundida en un bosque de preguntas, por la verdad, por los lugares comunes y hasta por la manera en que algunas imágenes se nos vienen encima. Se me había aparecido la estampa de un meditador, no como la estatua del pensador, sino con túnica naranja, como podría ser la de un hare krishna o la de un monje japonés. Lo veo ahora con ese color, con ese ropaje, con poco pelo, quizás con piel de haber vivido mucho, con todo lo que tendría que tener un meditador, por usar una palabra que repito y hago que tenga más presencia que la delicadísima palabra sabio, que se quedó en el principio de este texto, sin que nadie le diera su apoyo para que hubiera llegado hasta acá, cerca del presente, contenta de tener su vigencia en este mismo segundo que ya pasó.
¿Será que tendré que volver a ese principio, para acordarme por qué traje la figura del sabio con ropas naranjas? Bueno, sus ganas de venir y de ser, hicieron que esa meditación que comenzó al inicio casi de este texto de rumbo incierto lo trajeran nuevamente y lo hicieran ser, luego de llegar a paisajes más parecidos a una nieve antártica que a la superficie de un periódico en formato sábana. Claro que las palabras también pueden acariciar con belleza, jugar a las manchas con un jabón que limpie heridas del camino y una esponja que enjuague el llanto de pies que hayan caminado menos de lo que querían y que ahora piden que se los nombre menos, que tienen demasiado por caminar. Y el anuncio sale justo cuando el cuerpo había tomado posición de loto, respiración de meditador y túnica color de los sueños que sueñan con sabidurías.
El cuerpo, entonces, se acomoda. Soy ya mismo el presente de una columna más derecha, una respiración profunda y las palabras liberadas, impulsadas con amor a que armen sus pirámides. Entre el paisaje de arena, se viene de nuevo la imagen de un sabio de ropas naranjas, que va y viene, aún cuando su naturaleza parece ser la mansedumbre. La música de esta palabra trajo a Jesús, ahora, de blanco, barriendo una de sus casas, el polvo subiendo en el aire caluroso. Contar cada átomo de tierra arenosa, me es revelado, me dejaría saber cómo huele el placer más inmenso que nos espera en el cielo.
Esos números, dueños de sí mismos, nos toman de la mano en ceremonias íntimas, se meten en nuestros cuadernos, inundan de agua mineral nuestros bolsillos y se abrazan a nuestras piernas, como lo haría un niño con su padre en una plaza llena de perros grandes. Acaricio la cabeza de uno de ellos, el que me mira con ojos curiosos. Beso su frente con la calma de un té frío sobre una vista cansada y dejo que mis sonidos se entremezclen con los de la calle. Soy parte de un colectivo que se llena de gente en una esquina, hago equilibrio en una rama con los pájaros que conversan con el amanecer y dejo que el oído en el asfalto sospeche el eco de carruajes antiguos. Pasaron ya los tiempos, los espacios, las preguntas y las imágenes todas de la meditación, la calma y la memoria, cuando este cuerpo empieza ya a tener sueño, meciéndose en palabras que disfrutaron un trato respetuoso.
Me saco la túnica naranja, la doblo con cuidado y la apoyo en la arena, me acuesto entero sobre el suelo, estiro los brazos hacia arriba de mi cabeza. Y giro, tres veces, dejando en el suelo, lejos, todo juicio y cualquier apretón insulso de manos con la vida. Ser hombre, se me aparece en nueva danza de palabras anaranjadas, puede ser mirar el sol cuando entra con erotismo pleno en el mar caliente, lenguas de fuego que me caen encima y ojos poblándose de entusiasmo, en este segundo, que salta del trampolín de los minutos nocturnos y me hace olvidar el tiempo, para descansar con sosiego desrelojado. Y dormir en paz, ahora que siento.
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