La legión del círculo
Foto: Luciano Varela
Diego Oscar Ramos - 2009
Foto: Luciano Varela
Crónica de un concierto especial de La Bomba de Tiempo en el microestadio de Argentinos Juniors. O de cómo la potencia percusiva y la creatividad del grupo se potencian con algunos invitados que aportan carisma y melodía. Además de la vieja y querida canción popular.
Diego Oscar Ramos - 2009
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Fotos: Luciano Varela & Damián Losada
I
Se habla de la energía de los lugares, de las personas, de las situaciones, de las músicas. Es una frase ya bastante común, que a nadie da vergüenza usar, a no ser que sienta encima el eco del uso excesivo de la palabra energía, cada día más presente en nuestro lenguaje, quizás como eco de la nueva era o apenas por su posible utilidad para concentrar significados dispersos. Si encontramos un concepto rápido y efectivo, las cosas cambian, como cuando aparece una sonrisa verdadera que ilumina un rostro y da señales claras del ánimo de una persona. O como una postura corporal, que nos dice de inmediato cómo la está pasando alguien en un lugar. En Brasil, especialmente en Salvador, es muy usado el término astral, como un comodín del lenguaje adecuado para describir un carácter general en el nivel más sutil y a la vez más explícito, si se está atento a todas las señales. Aquellas que emiten las cosas y los cuerpos, como seres emisores y receptores de signos vibracionales, si se me permite el uso de otro concepto tan usado hoy que hasta cariñosamente se habla de la vibra de las cosas. Estamos en comunicación con todo lo que circula alrededor, personas y objetos, más cuando las lentes hacia lo más chico de lo chico nos muestra que todo tiene movimiento, hasta la materia más íntima de la piedra que creemos más aparentemente quieta. Eso hasta que su movimiento interno, nos llame, la tomemos y arrojemos al agua - ¿alguna vez quieta? - de un lago. Hasta hipnotizarnos con las ondas zigzagueantes y expansivas que nacen de esa zambullida veloz y convencernos con belleza de que todo se mueve. La música también conversa con nuestra agua interna. Y no tiene necesidad de arrojarnos ninguna piedra para que nos movamos, alcanza con acariciarnos con gracia.
II
Foto: Damián Losada
Foto: Damián Losada
Algo pasó de distinto, pero muy distinto, a nivel del astral total del concierto del grupo de percusión La Bomba de Tiempo el sábado 7 de marzo de 2009 en el Microestadio de Argentinos Juniors cuando se combinaron con sus capacidades musicales con las formas de tocar y de ser de Rubén Rada y Mintcho Garrammone, haciendo que una especie de soga suave hubiera ido pasando de repente entre las miles de personas para asegurarlas en un disfrute global. Y algo concretísimo pasó cuando las melodías
que salían de la voz cantante de Rada eran captadas por Mintcho en su guitarra baiana, completando un plano melódico que llenaba otras piezas del rompecabezas musical. Sin la necesidad de un téster de energía grupal, con todo lo abstracto que puede haber en esta idea de la que todos hablamos, sí hubo una recarga del astral. Seguramente apuntando a ese lugar al que pueden llevar las canciones que tienen historia en la memoria popular, el uruguayo optó en un momento por la efectividad de su canción más emblemática. Y cantó tanto la letra – “Tocá che negro Rada, tocá canta la hinchada, tocá y cantá tranquilo, que acá no pasa nada”… – como los pasajes instrumentales, con un swing que en él tiene olor a ADN. Mientras el combo percusivo, comandado en ese momento por Santiago Vásquez, iba acomodando su juego de intensidades a la estructura canción que se iba formando, el baile multitudinario comenzó a armarse con ese goce que da ponerle más queso rallado a un buen plato de pastas. Los condimentos se terminaron de agregar cuando apareció más tarde Gustavo Cordera, cantante de la Bersuit, junto a otros músicos del grupo, para cantar una canción energética reflexiva político metafísica, seguramente un reflejo de ese lugar donde el pelado ha elegido estar en este momento. Escucharlo juntar en el tema inédito la explosión del capitalismo con el final de un amor donde no se estaba atento a la necesidad del otro antes de dar, tendía un puente de sentidos nuevos al placer de largar endorfinas agitando la osamenta.
III
Foto: Luciano Varela
Si cada invitado de estos tres años de La Bomba de Tiempo ha aportado su astral a este ritual de movimiento y encuentro humano que no existía en Buenos Aires con esa regularidad y organización, esta noche la combinación de fuerzas musicales llevó a momentos de palpable emoción colectiva. Y todos crecen cuando aparecen otros niveles de señales. Porque pocas veces suena mejor el seleccionado de percusionistas que cuando permite zonas de continuidad a sus construcciones hechas por la composición en vivo de quien lleve la batuta en ese momento. Claro que esa dirección está influenciada por una energía - ¿será que puede usarse otra palabra? – del mismo grupo y del público. Y el crecimiento de la cantidad de público que fue volviendo un lugar pequeño al playón del Konex debe de gustar seguramente de los cambios abruptos de rítmicas y de los recursos técnicos que hacen que La bomba suene como si hubiese una mezcla hecha por consola y hasta contando con efectos electrónicos propios de una rave. Todo muy conocido para el que se haya dejado llevar por todo lo contagiante que tiene en sí la estructura de disminuciones y elevaciones del pulso rítmico de la música electrónica. Por eso ir a bailar con ellos no es lo mismo que ver cuerdas de tambores en San Telmo, a pesar de que haya en la historia musical de cada integrante de la creación de Santiago Vásquez mucho saber de rítmicas populares universales. Quizás el plus de modernidad que posee La Bomba de Tiempo tenga que ver precisamente con no estar ligada a ninguna tradición musical en particular, con la mezcla de elementos diversos y su sistema novedoso de señas que permite la creación de composiciones en vivo. El resultado, como el de cualquier actividad repentista - más que nunca vinculada al estado general del emisor de las señales directrices – tiene las virtudes de lo que se está cociendo en el momento, la frescura del desarrollo en un presente absoluto y la capacidad técnica de ordenar con precisión quirúrgica los desarrollos de una idea musical. Pero también puede hacer extrañar lo que acontece cuando una creación espontánea es colectiva, como puede pasar en algunas improvisaciones de música popular, donde escuchar las necesidades y señales del otro, como bien cantó Cordera, pueden dar momentos de diálogo y encuentro.
IV
Foto: Luciano Varela
El círculo da sensación de completud, como si al recorrer todos los puntos de un recorrido fuésemos conociendo un poco más de nuestras propias formas de ser al mirar el paisaje cambiante. Y si en algo aportó el astral de los invitados de La Bomba de Tiempo en ese cierre de sus primeros tres años de existencia, fue una emisión de melodías y sentidos claros, de caminatas rítmicas menos rupturistas que el habitual andar bombero y una señal evidente de amor por el formato canción. Combinado con la potencia percusiva, hubo momentos de gran alegría, como sentirse acariciado en totalidad. En algunos puntos, los juegos de cambios rapidísimos en los percusionistas aún adentro de zonas sin fuga de las melodías invitadas, podía compararse con la convivencia que se da en cómo percibimos en relación a cómo describe el mundo la física clásica y la descripción de los micro mundos propia de los quánticos, que aseguran que lo más pequeño, lo que está como por debajo de lo que logramos percibir, tiene andanzas que responden a otros relojes y parámetros. Eso podía sentirse con los movimientos rápidos de los percusionistas cuando aún la frase de las canciones propuestas seguía inmune el ciclo preciso para llegar de la parte A hacia la B. Si lo que logramos percibir es lo que más puede alimentarnos la afectividad, las sonrisas globales ante algunas palabras del cantante de Bersuit o ante las humoradas de Rada aportaron un plus de goce evidente, una elevación notable en el astral del concierto. Sobre todo cuando, como también dirían en Bahía, los miembros de La bomba pudieron asegurar la onda de lo que estaba aconteciendo. Ya sea al improvisar ritmos poderosos sobre las canciones reconocidas por la gente o al sostener una cierta cantidad de tiempo algunas estructuras rítmicas populares – como la mismísima cumbia, aún polémica para algunos músicos – que iban siendo propuestas por los invitados. Cuando hubo diálogo total, cuando los tiempos de continuidad de las señales musicales ayudaban al procesamiento corporal, en ese ciclo de reconocimiento y respuesta al estímulo mediante el baile, La Bomba de Tiempo dibujó regiones placenteras donde andar descalzo y con ropa cómoda. Para disfrutar de la vida, sin necesidad de estar siempre en transe.
La Bomba con Mintcho en el Konex - Enero 2008
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