sensaciones y pensamientos


Escrituras



17.8.24

LIBROS, DESEOS, ENCUENTROS




       Hace unos años, entre fines de 2007 y principios de 2008, en un viaje breve por el sur de Brasil, esa región tan particular de las sierras gaúchas, donde por momentos sentimos que estamos en algún sitio de Europa, vi el libro de (por entonces) recientísima edición "Vale tudo", la biografía del gran Tim Maia escrita por Nelson Motta. Pero señoras y señores, debo confesar que lo no compré en ese momento, aunque tenía muchas ganas, por esos cálculos que uno suele hacer al inicio de un viaje, de guardar ciertas compras para el final, por si ese dinero fuese preciso para fines más urgentes. 

    Así, el deseo fue postergado. Y sí, créanme, en el último día en que estaría en Brasil, ni uno más ni uno menos, debiendo tomar al mediodía un micro en Porto Alegre, me levanté temprano y salí a caminar hacia donde creí que podría encontrarlo, un shopping grande de la ciudad. A las pocas cuadras de mi travesía entusiasta para encontrar el libro sobre Tim Maia, encontré una mujer toda vestida de blanco, con la remera con el logo de Universo en desencanto, la agrupación que a mediados de los 70 le sirviera al músico como remanso espiritual momentáneo a cierta vida de euforias constantes. Y que le diera la etapa mítica de su carrera, donde grabó discos de un sonido limpio, poderoso, tal vez hasta luminoso.

     Tomé el encuentro como un buen signo. Pero al llegar al shopping, un cartel me indicaba que, en ese domingo, la apertura del lugar sería a horas inaccesibles para el tiempo que mi dejarlo para último momento me había permitido. Sin desanimarme, como ritual de transformación anímica, caminé hacia un lugar que siempre me había hecho bien, el viejo Gasómetro, un centro cultural construido a la vera del río en un espacio reciclado. En la puerta encontré un vendedor de libros. Tuve una charla de esas que son música humana, de pura calidez. Compré una biografía de Heitor Villa Lobos, tal vez el más europeo de los músicos academicos brasileros y fui obsequiado con una novela clásica brasilera de Machado de Assis. 

    Ya estaba todo bien, en mi espíritu, cuando volvía para preparar mi partida. Y fue ahí cuando encontré abierta una librería de usados, lo que en Brasil llaman "sebo". En la mesa de libros de música, había un ejemplar, el último, de "Vale tudo". Me sentí feliz, de inmediato. Y al comprarlo, además de cuestionar la necesidad de ese vértigo de dejar las cosas para el final, también pensé en algo: nunca hay que clausurar los alcances de un símbolo que sentimos con gran claridad que nos estaba regalando buenos augurios

6 de octubre 2013 

22.6.24

Relato onírico



         Estábamos en grupo, organizando alguna acción, donde era importante lograr cierta pacificación, en un público o una grupalidad en sí, que sufría alguna alteración por circunstancias que no vinieron de este lado de la conciencia. Y había que decidir si salir a escena cuando se calmase un poco esa turbación. Incluso estaba en juego el ponerse a tocar cuencos tibetanos o no hacerlo. Y yo decía que había que salir en ese mismo momento, recordaba a Blanca Rizzo. 

     Y ponía en referencia la frase “La potencia de un cuerpo y una mirada en total estado de presencia pueden detener un ejército”. La decía con ímpetu, para darnos ánimo y salir. La imagen que se aparecía en ese momento al decir la frase era Blanca en estado de presencia absoluta, en una ritualidad clarísima, de pura tierra y cielo unidos. En total creencia en los valores solidarios de la humanidad. 

    Era un estado de firmeza total, concentradísima. Y al repetir la frase, aparecía como sentimiento muy clara la sensación de confianza irrenunciable en nuestro ser al evocar ese estado de pura presencia.


Foto: Rodaje del video "Saravá" del grupo Duratierra, dirigido por Tomás Larrinaga.



21.6.24

Grandes encuentros

foto: Jazmín Arach

       

      La sensación fue muy fuerte, de esas que impactan en varios lugares del cuerpo, generando un vacío momentáneo de sentidos conocidos, hasta que la mente reacomoda la percepción. Fue una tarde de 1998, en Buenos Aires, en el Centro Cultural Recoleta. Estaba bajando las escaleras, espiraladas, desde el primer piso, donde estaba haciendo un taller de teatro. Mi mente estaba calma, en estado de vuelo en velocidad crucero, cuando de repente siento un clima de revuelo, de pies firmes en caminata apresurada y cierta leve tensión en el aire. En centésimas de segundo la vi, caminando rápido, con muchas personas detrás y delante. Tal vez no eran tantas, pero el recuerdo me dicta una multitud de seres acompañando esta presencia. 

        Para quien había vivido con potencia de transformación interna toda la historia de los Beatles, tener de repente, sin preámbulos, a Yoko Ono delante, a poquísima distancia, fue un shock. La mente sentía que estaba frente a un ser que habitaba leyendas tremendas del mundo del arte sonoro y conceptual. Pero no había nada de racionalidad en la percepción, más bien era como haberse encontrado con una especie de maga de libros de cuentos que fueron impactantes en la infancia. En mi casi, ni siquiera haber visto a Mc cartney en vivo en 1993 había causado esa sensación. Ese recital había sido puro goce. Esto era otra cosa, era percibir una potencia andante, una presencia intensa, que sólo cuando el cerebro dio señales de traducir la percepción se tradujo en ideas. Y, claro, ahí se aparecieron decenas de libros, revistas, películas, canciones donde la figura de Yoko había tenido enorme significancia. 

       En general demonizada como una energía desmembradora de la unidad beatle, algo que debe releerse mucho para no caer en simplificaciones absurdas, en mi historia hubo instantes de juego con su arte. En un viejo programa ultra experimental de radio, llamado "El pato encadenado", que hacíamos con mi viejo amigo Javier Albornoz, solíamos pasar como cortinas o directamente como temas musicales dos canciones de Yoko, que habían sido lado B de simples de Lennon. Eran "Open your box" y "Why". Y nos encantaba por entonces revalorizar el poder protopunky con groove acidúlico que había en esas grabaciones. Ya como periodista, estuve en la conferencia de prensa que dio Yoko y en la inauguración de una muestra que hizo de su arte simbólico. El impacto inicial ya había sido transformado. Y mi cuerpo estaba agradecido por el viaje de sensaciones y sentimientos.


Diego O. Ramos

2015

11.4.24

Palomas, perros y agua


Decidí despertar. Era levantarme, tal vez la palabra justa, la que describiría mi deseo de estar lúcido, pero a la vez aún dentro de esa atmófera del sueño que viví recién. Hay una luz, una neblina que era otra cosa, una especie de espesura, delgada y consistente, habitando todo ese espacio, que conocía, que descubro ahora que lo escribo, que reconstruyo, evoco y sueño. 

Estaba entrando en un lugar que fue mío, escribo ahora, cuando una parte del sitio de donde salen las palabras me dictaba la frase "casa de mi infancia", o "casa de mi mamá y mi papá", o solamente "la casa". Era el fondo de ese hogar de mucho tiempo. Y entraba como deslizándome, pero al mismo tiempo con los pies firmes, en la tierra. 

Veía un árbol, puede ser el ginkgo biloba que plantó alguna vez, con mi hermano, mi papá. Y que yo fotografié con placer estético y voluntad inmersa de diálogo con él, en un tiempo no tan lejano, poco después de que él y ella murieran, con pocos meses de distancia. 

En el árbol, delante, había una silla, vacía. Pero sólo para la primera vision. Porque junto con una sensacion de suave regocijo pude ver muchas palomas, que rodeaban ese espacio donde podía estar sentada mi mamá. No es que la viera, ni siquiera percibo la claridad de sentirla. Es más bien una certeza que intento desplegar ahora, la sensación de estar viviendo un despetar dentro del mismo sueño, una especie de revelación suave, que me hizo querer fotografiar una escena cargada de belleza, que era mucho más que todo lo que trato de decir con esa palabra. 

Las palomas hacían una especie de círculo en la silla, como habitando a drede, en su danza, el lugar donde podría caber un cuerpo, pero no cualquier cuerpo. Sabía (sé) que era mi mamá, era su presencia. Entonces no podía decírmelo con esta forma de seguridad con que ahora lo digo. Era algo perceptible, pero que no precisaba de que lo materializara en la conciencia de esta manera.

Cuando quise fotografiar esa danza voladora (que reconstruyo o invento ahora como un dibujo grupal de un 8 en el vacío lleno de una luminosidad espesa y calma) una paloma se me vino encima. Y me hizo trastabillar, sin que su gesto haya sido violento. Me tocó, me hizo caer. Pero mi cuerpo no se movió. Fue como si algo me hubiese atravesado, pero quedándose en el espacio de mi cuerpo, alojándose en el interior mismo de mi corporalidad, habitándome con fortaleza y decisión. Y constituyendo, una especie de aviso sin palabras, que expresaba una forma de total certeza, conceptual y etérea, de que eso no tenía que ser así, no iba a poder fotografiar nada. Pero no se trataba de ninguna reprimenda aleccionadora, no era un decir que estaba haciendo algo mal. Era un baño de solidez, una inundación de sentido natural, de verdad sólida y posible de extenderse a través de mi cuerpo.

Lo que vino, lo que fue, lo que traigo ahora como imagen y vivencia, fue estar sentado, en una silla, en el espacio vacío de una pileta sin agua. Era la piscina de esa casa, la que se construyó cerca de mis once años. Puedo recordar hasta hoy, también como un sueño, una especie de goce cálido el tiempo en que todo era ladrillos, cemento, lajas y un pozo enorme. Esa construcción había implicado un cambio en la vida de la familia, mi papá había conseguido un trabajo de mayor remuneración económica. Y esa pileta implicaba que las cosas empezaban a estar mejor. 

Desde la silla, en el espacio vacío de la pileta, podía ver las palomas, que iban y venían, pero algo pasaba también, que me hace pensar en agua y en la aparición de la palabra inundación hace unos minutos, en este mismo relato. Algún evento ligado al agua, a la sensación de agua moviéndose por detrás de mí, pasando por debajo de mis pies, pero sin verla, solo sintiendola y tal vez escuchando ese movimiento. Pienso ahora en el acto mismo de llenar esa pileta, que fue seguramente un evento en sí mismo, uno de esas situaciones que implican una observación y un deseo. Porque cuando era niño, dar inicio al llenado de agua era un acontecimiento. Tal vez la dejábamos llenarse toda una noche, pero ese recuerdo no llega con mucha presencia, sólo se aparece un anhelo de que aconteciera por fin el estado de completud, para vivir el arrojo feliz a sus fauces acuáticas.

Lo que vino después es borroso. No había agua, pero me sentía más cerca de la superficie, como si pudiese ver el pasto desde su misma altura, no desde el fondo de la pileta, pero tampoco es que me percibiese flotando. Y aparecían muchos perros, de todos lados, con regalo de calidez, con un cariño sonoro que no traía estridencia alguna que le diese aspectos no disfrutables a la experiencia. 

Y me encontré, de repente, hablando con los vecinos de siempre, en un tiempo que percibía como muy presente, era un ahora cercano a este lugar de la escritura misma de este sueño. Eran Alicia y Carlos, cerca de mi silla, más próxima ella. El estaba como rodeando la escena, pero también dentro. Algo hablabamos, o se daba alguna especie de gestualidad y palabras, construyendo en conjunto un reporte inmediato de lo que me había pasado y de lo que seguía pasando. En ese relato, inmaterial pero plagado de transmisiones inmediatas, estaban presentes las imágenes o sensaciones que ahora emito a través de las palabras "Palomas, perros y agua". 

No es que hablara de su presencia, ni que evocara a mi mamá en ese relato, pero mucho de todo eso que estaba vivo en esa flotación con los pies en el suelo se podía expresar en esa mímica danzada que nos hacía estar dentro de una sensación feliz de entendimiento. 

Las palabras llegaron cuando mire a Alicia a los ojos. y le pregunté si aún guardaba un sol de noche que había estado mucho tiempo en nuestra casa y que yo les había regalado en la etapa en que, con mi hermano, estábamos vaciándola de objetos. Debo de haber buscado una razón lógica que revistiese de necesidad práctica ese pedido, pero no sé si llegué a expresarla. Solo creo saber que llegué a hacer la pregunta, pero no se aparece tan clara la respuesta. Ya empezaba a desvanecerse el sueño y con el despertar llegó, paulatina, pero urgente, la voluntad de escribir lo que había pasado, en este sueño del que ahora dejo una huella, en este relato con palomas, agua y muchos perros. 

13.3.24

Paraíso conejo


         

    El plan era alimentar un conejo. Así lo había expresado explícitamente mi hijo. El mismo eligió la zanahoria precisa, grande. Nada de esa pequeñez que yo había elegido inicialmente. Fue lógica la forma en la que elegí la que encajaba perfectamente en una presunción, alimentada por indicios de vivencias previas. Sentí que alcanzaba con llevar esa zanahoria, mediana para mi percepción, pero minúscula para una mirada de entusiasmo total. Unas semanas antes, habíamos ido a una granja cercana, donde no tuvimos la suerte de ver un conejo. A esa casa llena de  gansos, patos, faisanes, gallinas, gallos, perros y, por lo menos, un conejo, solemos ir en épica de paseos inmemoriales, desde que Valentino tenía un año. 

    La última vez que pasamos, semanas atrás, que a sus cuatro años puede ser siglos y que a mi medio siglo puede parecer un episodio acontecido hace un rato. La memoria nos decía a los dos cosas diferentes, o puede ser que las conclusiones lo fueran. Mi sensación era que podía llegar a pasar lo mismo. Como solamente tenían un conejo, que solía estar en un sitio apartado de la casa, era fácil que tampoco ahora tuviésemos chance de que nos lo trajeran para verlo. Pero mi hijo mantenía un entusiasmo tal, que quiso que lleváramos la zanahora más grande, con la certeza de que podríamos alimentarlo. Le hice caso, pelé un poco superficialmente su cáscara y guardé el cuchillo en la mochila.  

    Al llegar a la granja, en medio de ladridos insistentes del comando perruno del lugar, llegué a divisar un hombre en una parte lejana  del espacio. Entre niveles altos de la voz y señas corporales precisas, la comunicación con el hombre dio como resultado la confirmación de que no había posibilidad de traer el conejo. Hasta me pareció comprender que ya no había conejo alguno en la casa. 

    Antes de llegar a este momento de dura revelación, habíamos pasado por un terreno alambrado, donde una yegua y su potrillo habían establecido bella charla con nosotros, que por un instante me hizo dudar en guardar la zanahoria para la indudable aparición del conejo. Mis palabras fueron claras, Si no aparece, podemos volver a darles la zanahorlia a la mamá y su cría. La negativa de mi hijo fue tajante, drástica y segura, regalándome un NO que me trajo entonces al centro mismo del presente y al objetivo real de la misión que habíamos emprendido. La zanahora era para alimentar un conejo.

    Al salir de la granja, la promesa cercana del mar, diluyó cualquier atisbo de frustración. También habíamos planeado juntar agua en unas botellas. El cumplimiento del objetivo se convirtió en un presente de más de una hora. En muchos momentos las nubes de lluvia cercana se corrieron, para que los rayos de sol le diesen un carácter muy atemporal a todo, luego de todo un día donde la nubladez fue signo climático que parecía querer ser total para toda la jornada. Aunque nunca nada parece final y definitivo cerca del mar, donde vivimos. Jugamos, de pantalones cortos y piernas en el agua del mar, juntada también en instantes de honor por cumplir la misión. Y de disfrute porque sí, porque estaba buenísimo estar ahí, con el sol dando esa alegría específica, tan solar, tan ella misma. 

    El goce de la aventura de andar entre piedras marítimas, algas y arena, dio energía extra a las piernas, que avanzaron un buen tramo, hasta una zona de acantilados, rocas enormes para prevenir derrumbes, gente pescando sin pensar en la erosión costera y un perro feliz, que compartía certero su agilidad. Pasaron varias vidas en esas andanzas, hasta que volvimos, tierra arriba, para comenzar con suavidad el regreso a casa. Fue momento entonces, del clásico UPA, luego de compartir un pan, que fue objeto de nutrición y punto de pasaje. Sin hambre, o con menos, el sueño se volvió potente, en el balanceo de la caminata. Y el cuerpo más pequeño, cobró ese peso extra que trae el soltarse al dormir en calma, con entrega absoluta. Hice unas cuadras así, recomponiendo el sistema a los cambios del peso. Y fue allí, cuando lo vi. 

    Estaba a pocos metros, con sus orejas larguísimas y su actitud, de tranquilidad astuta. Llamé a Valentino, con suavidad intensa. Y le dije que mirara lo que teníamos delante: un hermoso conejo, negro y marrón, sentado en una vereda.  Algo se acomodó en ese momento, en la mente, en el cuerpo, en el alma, como si un mensaje, sin palabras ni alegorías fijas, acariciase un punto interno donde la vida se siente como orden y sentido, certeza y silencio. Bajé a mi hijo, que habló entonces de su poder de sigilo. Llegó en varios pasos a esa palabra, fue probando leves variantes, hasta alcanzar con gracia su meta.Y con el sentido de esa palabra en su cuerpo, fue acercándose al conejo, que apenas se movió unos centímetros ante su presencia. Busqué entonces la zanahoria. Y corté unos pedazos pequeños. Se los dí a mi hijo, que los puso cerca al conejo. Arrojé también, con suavidad, algunos pedazos, pero el conejo apenas parecía interesado en ese alimento que los dibujos animados de mi infancia siempre indicaron como el más apreciado por estos animales. 

    Fuimos buscando estrategias. Y dejamos de buscarlas. El conejo estaba más interesado por el pasto. Me quedé sentado y disfruté de los movimientos que mi hijo hacía para lograr la cercanía imperturbable del conejo. En ese tiempo, que nada parecía a lo que creemos saber sobre su naturaleza, algo pasó. Algo me pasó: una especie de congelamiento cálido, donde me sentía observación y vivencia, vacío y temple.Valentino ya habia cruzado la calle, siguiendo al animal en leve huída. Estaba provisto de los pedazos de zanahoria que había dejado el conejo en la vereda, por timidez o instinto. Con disfrute de observación y total presncia, me quedé sentado, embriagado de una sensación de inmaterialidad que volvía todo más suave, más intenso, más colorido.

    Al rato, el conejo se alejó, hacia el fondo de una casa. Y fue signo de nueva bisagra en nuestro paseo. Caminamos con rumbo, casi definido, tendiente al regreso, pero también entregados a un andar sin cálculos. Anduvimos por calles precisas y entramos a un camino inesperado de monte. En las subidas y bajadas de ese andar, movimos unas ramas y nos dimos cuenta que estábamos bajando hacia la calle de la graja, cuya guardia perruna nos escoltó, apenas nos vio, hacia la salida de su territorio.Una cuadra después, volvimos al terreno cercado, que a Valentino le parecía una gran jaula, donde la madre y su hijo potrillo reverenciaron de inmediato nuestra presencia. Saqué entonces lo que quedaba de la zanahoria y la partí en varios pedazos, que les ofrecimos, contentos, colmados de una forma de satisfacción que parecía, también, tan suave, tan intensa, tan llena de colores vivos. 



4.9.16

Hermosas cotidianidades


HISTORIAS QUE LA 
MÚSICA HACE BROTAR


Salía con muchos instrumentos percusivos en bicicleta, como suelo hacer para ir a ensayos o performances diversas y se me acercó un hombre que trabaja en un lavadero de autos que está al lado de mi casa. Y al instante en que cargaba mi queridísimo zurdo, me dice que siempre me veía cargar instrumentos, me pregunta si era músico y a poco de contarle algunos detalles de mi presente sonoro, me cuenta su historia. 

Es peruano, hace dos años que está en el país y hacía 35 que había dejado de tocar la guitarra, "por cuestiones del trago". Ya me había pasado, hace muchos años, que un percusionista amigo, super talentoso, decidió dejar de tocar en un grupo que compartíamos, antes mismo de salir a tocar en vivo, porque quería ser firme con su decisión de dejar de tomar alcohol y pensaba que el ambiente nocturno podía llenarlo de tentaciones peligrosas para su iniciativa. 

Recordé de inmediato este episodio, también que fue mi amigo brasilero en etapa de limpieza del alcohol quien me presentó a una chica percusionista que terminó siendo una de las almas más hermosas que la vida me regaló conocer. Al instante de salir para el ensayo, si bien estaba cargadísimo, me sentía super liviano, con el eco de la sonrisa del amigo del lavadero de autos, hablando de su guitarra, sin melancolía ni arrepentimiento alguno, como quien habla de un amor que, aún en la distancia y la partida apasionada, le dio algo hermoso a su vida, que permanece vivo.

22.7.16

INTUICIONES

CUALIDAD VIBRATORIA

Arte, sexo, comunicación, conocimiento.


Hace días que se me aparece una y otra vez una unión de palabras: cualidad vibratoria. Y tiene tanto que ver con lo que puede pasar con una pintura, como lo que se percibe en una persona. Si estamos atentos a este elemento, comenzando con una cuidada y valiente autopercepción, estamos ante un potencial tester. Ver cómo están vibrando los colores de una imagen, si colaboran entre sí, si se potencian, si hablan entre sí, si se superponen, si dejan espacio para la potencia colectiva, si están pidiendo observación personalísima. Todo esto puede sentirse de manera intuitiva, también la manera en que vibra una persona que nos abraza, al tiempo que nos regala una preciosa información sobre nuestro estado. 

El cuerpo sabe la verdad de cada instante, no sólo en la mirada, que es un tester maravilloso, sino en toda la piel. El tema básico es desaprender muchas cosas, una de ellas es el creer sólo en la palabra, el poner al aparato pensante como el que nos da las guías más precisas. Y no es así, es sólo parte de un sistema, que integrado a la sensorialidad total, da claves de lo que estamos viviendo. En la sexualidad es lo mismo, se hablan cosas realmente absurdas, ponemos a la eficiencia en juego, eso es funesto, porque forma parte de los mandatos más horrorosos de esta civilización, los que nos han fragmentado como seres, los que nos hacen competir con los demás en lugar de compartir la belleza que traemos, única, cuyo brillo se expande al combinarse con el de los demás. 

No tiene el más mínimo sentido el buscar en la sexualidad un lugar de prueba de alguna forma de sabiduría amatoria, porque lo único que realmente llena el alma es cuando se establece un acto intenso de comunicación. Y ahí vuelve la cualidad vibratoria, es impresionante lo que puede llegar a sentirse, en cuerpo y alma abrazados de goce, cuando nos permitimos hacer del encuentro sexual una manera de enlazar con potencia esa sutileza enorme que nos habita. Puede ser llamado de tantra parte de esa búsqueda, pero siento que es algo mucho más grande, es la entrega real a la unión, total, primero con todo lo que somos, para comunicarnos con nuestra energía esencial. Y si eso empieza a acontecer, habrá certeza hermosa que comunicar al otro ser con el que compartimos un deseo increíble de contacto, con goce, afecto, cuidado y amor: seguramente la vibración más refinada y placentera.

Diego O. Ramos

20.7.16

Manifiesto urgente

REFUNDACIÓN DE LA HUMANIDAD

Por favor, basta de marketing, de reacciones estudiadas, de entrenamientos del comportamiento y estrategias de expresión.

Por favor, regreso gozoso a lo real, espontáneo, emergente, genuino. 

Viva el instinto afectivo, el disfrute del cuidado, el orgasmo espiritual de la comunicación real entre las personas. 

Estamos vivos, no necesitamos actuar, las poses son para los maniquíes. 

Dejemos para siempre a las ambiciones frustrantes y violentas del cálculo racional de beneficios. 

Y andemos con pasos nacidos del alma.

17.6.16

integración

Buen día. 

El inconsciente se abraza con el espíritu, en danza de apertura a lo que está. Más allá de todo saber. Y en medio de todo sentir.

reflexiones sensoriales

Apuntes sobre IMPROVISACIÓN

Hay un instante, donde el juego y la consciencia observadora se unen. Y a la vez se sueltan. Ese momento, de enorme gozo, puede dar a un instrumentista improvisador el placer de deslizarse por una narración sonora espontánea, con una certeza técnica y emocional de dimensiones tal vez extrasensoriales. 


La sensación de no habitualidad, seguramente, se deba a la relajación extrema del juego, que a la vez se manifiesta con un alto nivel de conciencia. Además, se da cierta forma intensa de composición en tiempo real donde, estemos trabajando solos o en grupo, sabemos lo que hay que hacer. Transitamos formas o intenciones, que parecieran provenir de una matriz que se nos presenta muy precisa y contundente.

pensamientos en bici

BICI . PAPÁ . CALMA


Pasó en un segundo que duró varios días. Iba en bici por Viamonte, en realidad comenzó a pasar apenas doblé por esa calle. Se me vino el recuerdo muy placentero, de tardes de paseo céntrico con mi papá y mi hermano, en vacaciones de invierno. Ahora al escribir se me viene la sensación de caminatas por Parque Lezama, como una especie de diálogo con el niño que una vez pasó por ahí y prendió la máquina de grabar situaciones disfrutables. Pero hablábamos de la calle Viamonte, ahí había un salón comedor de su obra social, en un subsuelo misterioso, donde tomábamos unos sabrosos cafés con leche con torta de ricota. 

Ya escribí sobre eso, hace unos años, porque esas tardes se consolidaron en mis recuerdos como tiempos compartidos con mi papá que me hacían muy bien. Lo que hoy complementó corporalmente ese viejo registro fue la sensación de que en ese momento mi papá estaba muy tranquilo, su estado corporal, me vino el recuerdo como en conexión directa con el niño pequeño que tenía la máquina perceptiva en modo captar lo más que pudiese. Y lo que se tradujo en mí fue ese estado especial de calma, que me hacía sentir muy unido a él en esas tardes de paseo, de una manera que no era tan habitual en lo cotidiano, en la casa, diariamente. 


Tal vez pudiese registrar otras formas de tensión que en el hogar se le venían al cuerpo, rigidizándonos a los dos. Es que la marca sensorial que recordé hoy, hace unas horas, fue un estado de mutua calma, donde el amor podía circular de manera mucho más fluida. No es que sólo pasara en esos paseos, pero algo de intensidad afectiva tenían que hizo que mi persona sintiera alguna forma de recomendación espontánea, vaya a saber desde qué centro observador interno, para guardar muy bien esa información de un modo (relajado y amoroso) de estar en la vida

14.5.16

Celebración

Celebración de lo íntimo, lo eterno, el soplo de huracán microscópico, la purga necesaria del tiempo ido.

Celebración del espacio sonoro, del diálogo intenso con lo que está presente y con lo que quiere manifestarse.

Celebración pequeña, solitaria, vociferante de planetas observando el abrazo necesario, y la palabra compartida.

Celebración silenciosa, arenosa, metafórica y concreta, amante de lo que se reúne por empatía y lo que se aleja por aventura.

Celebración de lo que es, lo que abre palacios humildes y expande la belleza de los detalles, en la expresión de lo indivisible.

Celebración de la certeza, que hace nacer mitologías, en la punta de los dedos y en el centro del átomo querido.

Celebración animal, amorosa, urgente, en los ojos de mis manos y las canciones de mis caricias.

2.5.16

APUNTES SOBRE ACTOS SIMBÓLICOS

Dejar el signo abierto a las lecturas múltiples. Vivir como acto de amor al diálogo que deja espacios para entendimientos mutantes. Saber que hay una clave, afectiva, en que el ser tenga una presencia potente en la emisión. Confiar en la permanencia viva, intensa, de la esencia, en todas las escuchas atentas del símbolo.

28.4.16

manifiesto espontáneo


Vivir el arte liberador, su potencia, en un ahora constante es enormemente más interesante que convertirse en historiador o adorador de etapas del arte en las que se lograron frutos emancipadores. Y buscar, una y otra vez, como podamos, como aprendamos, la manera en experimentar la alegría estética más intensa, me parece tanto más poderoso que apenas conformarnos en ser fanáticos de algunos artistas que sentimos que pudieron acceder a la genialidad de hacer lo que realmente querían hacer.

21.4.16

mapa y territorio

Símbolo: guía o mareo.

Una carta es una carta. Un dibujo es un dibujo. O todo lo que puede emanar de ellos, lo que pueda desatar de lo anudado, lo que pueda amplificar de lo no escuchado. Pero delante, al costado, alrededor, antes, después, en el inicio, está la vida misma. Y si el juego con los símbolos nos marea, podemos creer que la existencia es apenas el manejo de los elementos simbólicos, creyendo que sólo se trata de navegar con cierta destreza un mar de imágenes o sonidos que embriaguen los sentidos de otros seres. Pero antes que convertirse en sacerdote de un culto mesiánico, cuánto mejor crear un mundo donde todos los seres tengan una claridad del poder de ciertos mensajes cifrados, para conocer poéticamente la belleza paradisíaca del mundo como es, en su intensidad más abrumadora y afectiva. Y si esto parece muy lejano, alcanza con vivir la hermosura de un abrazo dado con el corazón abierto al misterio, antes que perderse en una glorificación fría de cualquier sistema religioso de observar la realidad. Podemos compartir algunas barcas simbólicas para andar sobre las aguas de lo desconocido, pero siempre atentos a que tenemos pies para correr felices por la tierra firme, de lo que simplemente es.

26.1.16

Confluencias

Acto de magia

Al escuchar por primera vez el disco Blackstar de David Bowie, tal fue la sensación de trance gozoso con su potencia sonora y su universo esotérico, que antes que analizarlo técnicamente, necesité dibujar el mundo misterioso hacia donde me llevaba.

Diego Oscar Ramos - Enero 2016.

Publicado originalmente en el blog Audio Profesional y Producción Musical , a cargo dela artista múltiple y aventurera vital Iris Etcheverry, que así presenta el texto: Esta sección pretende relatar las emociones que nos convergen cuando escuchamos música, cuando descubrimos y nos interpela un artista. Debido a la impronta que aun deja su partida hacia nuevos mundos de David Bowie y aun escuchando su música, su ultimo legado , llega a mis manos una serie de dibujos de Diego Ramos, músico, escritor, andariego y tantas cosas. Además les adjunto un relato que le pedí para acompasar nuestro viaje por los caminos del esoterismo bowienano.


Estoy escuchando el hipnótico Blackstar, el tema que da inicio y nombre al último disco de David Bowie. Una bola de sonido crece como hermosa provocación para la mente, un bajo machacante le habla a mi vientre y una voz de poderoso lirismo acaricia el lugar del cuerpo o del alma donde se vive lo poético. Es eso, para hablar de Bowie hay que dejarse poseer como en un ritual vudú, bailar con las palabras, rendirse a un trance que interrumpa el sentido con que se mueven o permanecen inmóviles las cosas. Bowie es y será un acto de magia que tiene muchas puertas para ingresar en su compresión, aunque tal vez una sola para vivirlo con totalidad. Eso es, apenas, una entrega absoluta a otros estados de conciencia a los que su voz, sobre todo, como una especie de amuleto sonoro, nos va conduciendo en la gran mayoría de sus discos.
Se ha hablado mucho de lo libertario que trajo su juego con la ambigüedad sexual, sobre todo cuando prácticamente dio forma con su estética a lo que se llamó glam rock, pero aún siendo verdad, hay que tener en cuenta algunos detalles. Y es que el hecho mismo de que esa fase estuviera representada por su personaje Ziggy Stardust, un ser tan impactante por su androginia como por su naturaleza extraterrena, da cuenta de esa habilidad suya por instalar en su obra un universo estético que les escapaba a cualquier descripción apenas como un arte desestabilizador del orden moral occidental judeocristiano. Tampoco su magia puede reducirse a su teatralidad, porque si fuese sólo por su histrionismo, podría comparárselo con artistas como Peter Gabriel, también afecto a las máscaras y los disfraces, esencialmente en su trabajo con Génesis pero Bowie es mucho más que el componente teatral.
Vuelvo a poner el foco en cierto carácter expansor de la conciencia, muy central en su obra, incluso hasta en los 80, donde su super hit Let´s dance le trajo un público masivo que abrió su creación hacia los estadios y le trajo tal vez las críticas más feroces. Fue justamente en esta fase donde supe de David Bowie, imantado por esas canciones que eran mucho más que bailables, porque algo en los sonidos elegidos y sobre todo en la épica forma de cantar, lo ponían en un lugar sumamente diferente al de grupos de moda por entonces, como Durán Durán o Tears for fears. Es que no era sólo cantar en agudos increíbles o con un carácter sumamente expresivo. Te podía ayudar a bailar, pero en su apropiación del sonido funk pop había una operación estética que convertía esas canciones, como diría el gran Caetano Veloso sobre su trabajo en el mismo período de tiempo, una especie de conversación personal con esos géneros. Nunca apenas una renuncia al arte aparentemente serio para convertirse en una repetidora insulsa de sonoridades de moda. Por el contrario, siempre estuvo presente un cierto misterio personal, que hasta en ese presente ultra danzable podía olerse, como signo de una personalidad que ya ha transitado unos cuantos caminos de exploración personal, incluyendo desde una pasión temporal por drogas duras como la cocaína a la investigación en diversas filosofías esotéricas.  Es ese camino del que ha habitado abismos y ha podido salir antes de ser devorado por las fieras que protegen los secretos del lado salvaje, ese que también conoció y al que le cantó su amigo Lou Reed, el que se respira en todo lo que ha grabado Bowie. Y aunque eso no quiere decir que todos sus discos sean disfrutables o trascendentes, hay creadores a los que siempre dan ganas de prestar atención.
En ese sentido, luego de un disco de regreso, The Next day en 2013,  que no había imantado con escucha pasional mi sensorialidad, pero sí habían llamado mi atención sobre la aparición explícita de simbología esotérica en algunos de sus videos, la llegada de Blackstar me atrajo desde días antes de su salida oficial. Fui literalmente capturado por el trance al que invoca el track inicial, desde el momento en que se difundió su clip indudablemente esotérico. De eso ya se ha escrito y se seguirá escribiendo, pero lo que me pasó al tener ya conmigo las siete canciones, un día antes de que se editara oficialmente, fue como revivir mi primer contacto con su música. Tenía ocho años, mis padres me habían regalado un grabador y una caja con cintas de audio, en una selección variadísima que incluía el disco Heroes, una de sus grabaciones claves, para muchos el centro de su viaje más refinado y potente. Con los paisajes más oníricos, cinematográficos, como el tema Neuköln, me iba literalmente de viaje, ingresando a una  dimensión que, más que servir de escape de la realidad, expandía preciosamente los sentidos.
Con la escucha atenta y a la vez relajada de Blackstar, como no me había pasado nuevamente con ningún otro disco suyo a ese nivel, algo hipnótico me llamó con fuerza. Y la mejor manera de hablar con ese impulso sonoro, antes que desplegar la máquina analítica para ver cómo había combinado climas cercanos al free jazz con rítmicas asociables al hip hop menos ortodoxo, fue ponerme a dibujar. Así, de cada canción fue naciendo una imagen, que respondía a lo que sentía con la música en sí antes que alguna asociación directa con las letras. Y fueron las voces, increíblemente procesadas junto a su productor histórico Tony Visconti, las que me causaron un éxtasis inmediato. Fue muy placentero jugar un diálogo libre con esos sonidos. De muchas formas, hacerlo fue también lanzar un link hacia el niño que descubría imágenes increíbles con la música más celebrada de Bowie. Y que hoy sonríe, agradecido de que me siga entregando con pasión a esas músicas con alma viajera que regalan puertas a muchas dimensiones. Y amplifican lo que sabemos de la vida. Y también de la muerte.

Diego Oscar Ramos

En orden de aparición, los dibujos nacidos a partir de improvisaciones hechas dejando sonando cada uno de los temas, individualmente, en repeat, en los casos en que llevaba más tiempo terminar la imagen.


01 - Blackstar



2 - 'Tis a Pity She Was a Whore




3- Lazarus




4 - Sue (Or in a Season of Crime)



5 - Girl Loves Me



6- Dollar Days


7 - I Can't Give Everything Away




15.1.16

PAPEL ENCONTRADO

Ermitaños y profetas

El abrazo y el desierto

Aunque sea un animal de naturaleza social y afectiva, el hombre parece necesitar del pasaje por el vacío absoluto para sentir en totalidad - con su cuerpo,  su mente y su alma - la vastedad que lo rodea y da forma a su vida. Los paisajes desérticos, cuna esencial de nuestras grandes religiones, pueden ser una vía de transformación y purificación o apenas un sitio, físico o mental, donde perderse.   

Diego Oscar Ramos (2003)


Pensar y sentir. El animal humano tiene la capacidad de analizar las experiencias que le acontecen y de poder construir universos en su mente, órgano que le ha sabido dar identidad como animal que, además de sentir, piensa. Pero nada puede ser pensado de la forma en que es sentido. Ni siquiera lo que se siente y después se lo piensa, ocupando espacio en pensar lo que ya aconteció antes que procurar sensaciones nuevas. Un pensamiento puede provocar una sensación corporal o una emoción y hasta generar cierto espesor de materia en la mente. Pero la sensación nunca puede ser igual al pensamiento de lo sentido, ni siquiera mediante el intento de reconstruir mentalmente sensaciones ya experimentadas. La sensación es comunicación del cuerpo con el afuera, el pensamiento es clausura del contacto y apertura al interior. 

Silenciar las voces. Se habla de un hombre en soledad cuando está sin compañía de otro hombre. Pero ¿sólo eso es la soledad? ¿O es que se puede no estar solo si se está en relación con otras especies que no sean humanos? Más aún, si los cuerpos son entidades abiertas en relación de interconexión en constante intercambio, ¿la soledad sería una situación delimitada a la ausencia de contacto con otro ser de la misma especie? Y, además, ¿el estar en compañía se mide por el compartir formas de vínculo imposibles de establecer con otras entidades vivas que no sean humanas?

Saberse animal. Si el estar en compañía se define por vincularse con otro de la misma especie, puede compartirse un espacio físico con otro ser humano sin que necesariamente se cumplan vías de contacto que no podrían darse con seres de otra especie. Se puede estar en una habitación con otra persona sin hablarle ni mirarlo, ignorando su presencia, algo que un animal no haría, porque no pone frenos a sus sensaciones con el pensamiento. Por esta actitud abierta al mundo que tiene el animal, que no especula ni finge, pueden entenderse ideas como las de la famosa frase: “cuanto más conozco al hombre más quiero a mi perro”. Estas palabras muestran un rechazo filosófico a la creencia de que sólo puede estarse en completud con otro humano, claro que pueden haber surgido de un filósofo tan mordaz como incapaz de salir de sí para ir al encuentro puro con otro ser también deseoso de sentir. Algo que no le aconteció al que dijo que “es mejor estar solo que mal acompañado”, ingenio popular que aunque aporte una verdad parcial no regala claves de convivencia sana para no desear la ausencia de contacto humano.

Buscar el aislamiento. Los ermitaños buscan en el aislamiento un contacto directo con fuerzas naturales, internas y externas a su ser. La clave del alejarse del contacto con otros seres de la misma especie parece ser la necesidad de lograr una purificación personal de las formas de percibir y sentir. Si bien no todos los ermitaños propugnan un misticismo que pretenda mejorar los vínculos entre seres humanos, hasta las religiones que basan su doctrina en el concepto de amor incondicional hacia todo ser humano han tenido figuras centrales que debieron pasar por el desierto. Solo así accedieron, vivencialmente, a la idea de ver y sentir la afectividad como necesidad vital de cada ser, para vivir sano, alegre y feliz. 

Vivir el desierto. Todos los grandes profetas han tenido su temporada desértica, sus vacaciones sensoriales y de contacto con otros seres. Como si en el paisaje de arena el contacto con ciertas formas vivas fuera menor, como si los sentidos se enfrentaran con un vacío necesario para renovar la manera de usar la mente, los sentidos y el espíritu. Y es el sentido de la vista el que primero se ve despojado de variedad de estímulos, aunque no haya poco que observar en los paisajes de la arena o la nieve, de la sal o del hielo. Nada es lo mismo que antes, ni siquiera el pensamiento, cuando se tiene un contacto prolongado con esas geografías áridas.

Escuchar el vacío. El hombre en soledad vive el vacío de contacto: nadie le habla, nadie lo mira, nadie lo toca, nadie lo escucha. Ningún humano al menos. Su vacío es de humanidad. El hombre en la soledad de la arena se habla a sí mismo, se escucha, presiente las voces y las palabras que repite sin que le pertenezcan del todo. En su ayuno de alimento y percepciones habituales, en su aislamiento del contacto fluido con la vida como le ha sido dada, vivencia una ruptura. Todo en él grita un gesto silencioso de retirada del mundo de los hombres.

Salir del aislamiento. El ermitaño abandona su abandono y con él pasa a ser profeta de lo que vendrá a partir del desierto superado. Siente con menos preguntas lo que llegó a su vacío como completud necesaria. Nada hay dentro suyo que aún cante alabanzas a una identidad conformada en un mar de reflejos ajenos. El es, lo que siempre ha sido y lo que siempre será, todo lo nuevo que estará mudando de colores, eternamente.

Anunciar la mutación. Caminar de regreso es la necesidad de creer en la posibilidad del retorno, aunque no haya en realidad una vuelta atrás en el fluir de lo que acontece eternamente. Las líneas copulan con los círculos de lo que va y viene. La poética del encuentro gozoso renueva siempre a los seres y espacios que interceptan sus trayectorias. El que regresa es siempre otro distinto, lo que se anuncia es la mutación, lo que ha dejado de ser, lo que no tiene retorno. Lo mismo sería la repetición forzada de lo que ha dejado de ser. Lo imprevisto, en cambio, es siempre un presente del destino. 

Entrar en contacto. El hombre nuevo huele árboles y vientos, escucha todas las voces que hablan en superposición placentera y respetuosa. Entra en contacto con todo lo que llega a su encuentro, no sólo sus manos lo ayudan a tocar un mundo más brillante. Todo es vastedad próxima, accesible, musical, donde encuentra, a su paso calmo, seres como él a los que percibe con todo el cuerpo. Eleva su voz al cielo y grita con dulzura tres palabras: “siento, luego existo”. Algunos lo escuchan, otros lo ignoran y unos cuantos lo abrazan, riendo juntos; sanos, alegres y felices. 


12.10.15

Papeles encontrados



Fragilidade nua

Vivir en verticalidad
Esquecer o horizonte
Ser hombre mujer
Mulher homem
Ser matriz
Raíz fértil
Ser sorpresa cálida
Sombre sonriente
Fragilidade nua

Vivir en fertilidad
Olvidar el horizonte
Penetrar el instante
La verdad sólida
Que se abre
Vital
En el vértice
De los tiempos.

Ser rasguido vivo
Vontade melódica
De cuerpo transparente

Ser mulher homem
Vegetal de carne vibrante

Ser matriz
Veloz
Inmóvil
Calma
Firme

Ser olho virgem
Memoria precisa
Mirada abierta
Ser homem mulher
Planta

Ser rugido
De árbol inquieto
Ser danza inmóvil

Ser neblina
Molécula errante
De agua doce

Ser sorriso
novo
eterno

ser alarido
pálpebra grácil
vértice viajero

ser humano
desnudo
ágil
mutante
despierto
ser hombre mujer
matriz feroz
ser eu
agora

diego oscar ramos

mayo 2000
Salvador - Bahia